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¿Por qué debemos enviar armas a Ucrania? Una reflexión desde la izquierda

Francisco Rodríguez Consuegra

¿Por qué debemos enviar armas a Ucrania? Una reflexión desde la izquierda
Un voluntario camina frente a un montón de armas en Irpin, a 5 de marzo de 2022, en Irpin (Ucrania).- Diego Herrera / Europa Press

En los últimos tiempos se ha ido consolidando una posición en la izquierda, digamos "exquisita", sobre Ucrania, posición que se ha aplicado más recientemente a la invasión rusa. Distintos miembros de esa izquierda se han manifestado al respecto a lo largo de estos años, y han vuelto a hacerlo más recientemente. La mayoría de ellos procede de la izquierda del PSOE, e incluye ministros y algún exministro. Dicho sea de paso, esa posición no es compartida por todos los que tenemos similar procedencia.

Podríamos resumir la posición aludida en unas cuantas "tesis", que se dan por sentadas sin discusión, y una conclusión. Se trataría de una especie de silogismo:

TESIS: 1. En Ucrania hubo un golpe de estado en 2014. 2. Los gobiernos resultantes, de dudosa legitimidad, han simpatizado con la extrema derecha. 3. El batallón de Azov, de naturaleza neonazi, es el máximo exponente de esa simpatía. 4. Ucrania ha venido siendo un estado corrupto. CONCLUSIÓN: A pesar del carácter injusto, aunque no totalmente injustificado, de la invasión rusa, no se deben enviar armas a Ucrania: hay que limitarse a la diplomacia.

Examinemos muy brevemente esas tesis, para mostrar lo erróneo de todas ellas. No puedo entrar en mucho detalle, así que debo simplificar, pero todo está ya estudiado y publicado. Se trata solo de un breve recordatorio para esa izquierda exquisita, quizá algo olvidadiza.

  1. En 2014 no hubo ningún golpe de estado en Kiev: los militares no abandonaron los cuarteles ni intervinieron en la vida política. El presidente Janukovich dejó su cargo por las masivas presiones del país (el Maidán) y de su propio partido, al haberse negado a desarrollar una política de acercamiento a Europa, y verse denunciado por el altísimo nivel de corrupción de su gobierno. Al perder el apoyo del parlamento y no poder resistir las presiones, a las que se unieron las amenazas de Putin si encauzaba los claros deseos de la gran mayoría de la población hacia una integración europea, tomó la decisión de abandonar el país. Al hacerlo, él y su gobierno arramblaron con gran parte de las reservas del Banco Central de Ucrania. Finalmente, se cree que ordenó a grupos armados bajo su mando (el funesto Berkut) disparar a matar a los manifestantes del Maidán, causando más de sesenta muertos, que alcanzaron la centena si sumamos los de días anteriores.
  2. La legitimidad de los gobiernos sucesivos fue plena. Se convocaron por parte del parlamento elecciones en cuestión de semanas, a pesar de las turbulencias propias de la situación. Los comicios se celebraron en libertad, aunque con las limitaciones del levantamiento de los prorrusos del Donbás, instigados y armados por Putin, que intentaron boicotearlas. La ocupación militar de Crimea por parte de Rusia no impidió la consolidación de los sucesivos gobiernos de Kiev. Ucrania tuvo que afrontar la primera guerra del Donbás, que produjo unos 14.000 muertos, la mayoría civiles, hasta los acuerdos de paz de Minsk de 2014 y 2015. Para defenderse de la rebelión prorrusa y rusa los gobiernos de Kiev no tuvieron más remedio que aceptar la ayuda de cuantos grupos y milicias estuvieron dispuestos a ello, lo cual incluyó algunos de extrema derecha, incluso de ideología neonazi. Sin embargo, tales grupos solo tuvieron un apoyo político ínfimo, que en la últimas elecciones de 2019 redujo sus representantes parlamentarios a cero. Los gobiernos de Ucrania han sido democráticos y el régimen de carácter liberal, de tipo medio europeo. No ha habido ningún gobierno de extrema derecha, mucho menos de ideología neonazi. Algunos, siguiendo a Putin, incluso hablan del "gobierno nazi de Zelensky", olvidando que Zelensky es judío, y que su abuelo, que combatió contra los nazis, vio como a varios de sus hermanos se los llevaba por delante el Holocausto hitleriano.
  3. El batallón de Azov tuvo su primera semilla en un grupo de hinchas del futbol, asimilable a muchos otros europeos, de confusa ideología "viril", con tendencia a la extrema derecha, pero sin un aparato teórico serio. Con ocasión de la rebelión prorrusa de 2014 se convirtieron en una unidad militar, incorporando algunos sectores de otros grupos de similar tendencia. Su participación militar en la primera guerra del Donbás fue de lo más efectiva. Su mayor éxito fue expulsar a los prorrusos de Mariúpol, retomando la ciudad, cuyos ciudadanos temían su marcha por miedo a una nueva invasión. (Poco sabían ellos que al correr de los años su ciudad seria destruida por Rusia). Como resultado, el batallón se regularizó e incorporó a la Guardia Nacional de Ucrania, donde pasaron a ser soldados profesionales; no son por tanto mercenarios.

En España algunos artículos aparecidos en cierta prensa de izquierdas se refieren a ellos como "banda mercenaria neonazi". Actualmente el batallón de Azov es ante todo una unidad militar, formada por soldados de más de 20 nacionalidades. Para admitir nuevos miembros no se les pregunta por su ideología política, y se calcula que no más del 20% de sus miembros son realmente "neonazis"; aun así sería más correcto calificarles de patriotas, o nacionalistas, radicales. Su insignia no es la cruz gamada, aunque la recuerde, sino una N partida por una I, que significa algo así como "nueva idea". Se da la circunstancia de que entre ellos hay numerosos judíos (el oligarca judío Kolomoiski contribuyó a su financiación) y también musulmanes, tanto de Azerbaidjan como de Crimea (tártaros). Ellos no están por la labor de construir un estado asimilable en modo alguno al tercer Reich y se encuentran cómodos en la Ucrania democrática actual, a pesar de alguna que otra declaración a título individual que pueda haber aparecido. En conjunto no pasan mucho de dos mil, así que mantener que las fuerzas armadas de Ucrania (unos 200.000 militares, incluyendo la Guardia Nacional) son neonazis es ridículo.

  1. La corrupción es la marca de nacimiento de todos los estados que formaron parte de la Unión Soviética, y contra la que han tenido que luchar desde su desmembramiento. Al progresar hacia la democracia, Ucrania ha ido poco a poco deshaciendo las estructuras infectadas de corrupción, en los tres poderes clásicos, así como en las fuerzas armadas y la policía. Su acercamiento a Europa ha posibilitado que las ayudas económicas se condicionaran precisamente a la destrucción de tales estructuras, muy consolidadas en el tiempo. En la medida en que las instituciones se han ido democratizando, y los reguladores se han ido abriendo al estilo europeo, se han ido logrando éxitos en esa lucha. En contraposición a ello, en Rusia no hay posibilidad de luchar contra la corrupción, que es la esencia de todo estado no democrático, como lo fue del estado franquista. Es convencimiento generalizado que la invasión rusa actual tiene por objetivo precisamente impedir el progreso de una democracia europea naciente, que podría tener efectos contagiantes en el interior de Rusia.

Termino ya con la conclusión, según la cual no se deben enviar armas para que Ucrania se defienda de la invasión rusa. Las premisas en las que semejante conclusión se apoyarían han quedado ya desacreditadas. No puedo menos de recordar que el propio Putin defiende la verdad de esas cuatro tesis, con las que por cierto ha justificado su criminal invasión. En consecuencia, cierta izquierda española debería tener mucho cuidado de no coincidir con los argumentos que, supuestamente, habrían llevado a Rusia a intentar la destrucción de Ucrania como la conocemos, y convertirla en un estado pelele, como Bielorrusia, sin democracia ni libertades. Aun así, se podría defender esa conclusión como argumento independiente: no hay que enviar armas a Ucrania para no contribuir a la escalada militar; el pacifismo se debe imponer a toda costa. Me parece evidente la hipocresía de semejante posición, por cierto también defendida, a su modo, por Putin; pero veamos.

Bertrand Russell, el célebre filosofo británico, fue pacifista durante la primera guerra mundial; le parecía una guerra esencialmente económica, donde iban a morir millones de jóvenes inocentes sin causa justificada. Y lo fue con todas las consecuencias. Su posición fue declarada ilegal por el gobierno inglés y Russell dio con sus huesos en la cárcel, donde por cierto terminó uno de sus mejores libros. Allí paso seis meses, siendo su gran biblioteca subastada por el gobierno, aunque comprada por sus amigos, que se la restituyeron al ser liberado. Sin embargo, al comenzar Hitler las sucesivas invasiones en Europa, Russell lo dejó todo y se convirtió en un activista antinazi muy efectivo. Al ser preguntado por el cambio, lo justificó con un sencillo argumento: ante la monstruosidad de las invasiones y el proyecto hitleriano se debía abandonar el pacifismo y pelear en el campo de batalla con todas las fuerzas posibles, como único modo de evitar la destrucción de las democracias occidentales.

Pues bien, en mi opinión estamos ante una situación asimilable. Ahora no hay pacifismo que valga. O se ayuda a Ucrania a defenderse de la invasión destructora de todo lo que los europeos amamos y defendemos, o se está de hecho colaborando con Putin en su claro proyecto enloquecido, que no conoce limites, ni siquiera dentro de lo que consideramos como simplemente humano. No se puede ahora entrar en supuestas justificaciones: que si lo culpable de la expansión de la OTAN; que si los defectos del estado ucraniano; que si el batallón de Azov; que si los EEUU invadieron Irak; que si los intereses geopolíticos llevan a las potencias a enfrentarse mientras otros pueblos lo padecen; que si las ganancias de los fabricantes de armas, etc. Ya no hay tiempo para esas consideraciones, que suenan a excusas para no actuar.

Estamos ante una emergencia internacional: hay que parar la guerra, y el único modo de hacerlo en este punto es en la esfera militar, frenando al invasor. Ya se intentó, y se intenta, la diplomacia en todos los frentes, sin resultado alguno. Solo si ayudamos a los ucranianos a defenderse, y detener la locura asesina del invasor, se podrá alcanzar una posición donde la negociación de un alto el fuego razonable sea posible e inevitable para el agresor. Solo así se podrá detener el proyecto de reeducación o eliminación del pueblo ucraniano, recientemente publicado en un medio oficial ruso (véase el documentado estudio de Vanesa Rodríguez, elDiario.es de 5 de abril).

De lo contrario, debemos prepararnos para un nuevo estado títere al servicio de Putin, sin contar con el irrefrenable progreso de la muerte, la destrucción y las atrocidades que estamos viendo cada día, hasta tener que contemplar no una Bucha, sino mil. Confío en que la izquierda exquisita recapacite y se deje de mensajes obstruccionistas. Curiosamente, algunos que siempre han reprochado a Francia e Inglaterra el no haber ayudado militarmente a la República en la guerra civil española, ahora exigen que no se envíen armas a Ucrania. Todos queremos la paz, pero en ciertos momentos hay que ganársela a pulso, combatiendo: cuando el agresor no entiende de razones, ni se detiene ante ningún límite moral ni humano. En todo caso, los muertos son responsabilidad exclusiva del agresor, no del que se defiende.

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