Versión Libre

Manhattan y el Raval

Hace más de 20 años, recién llegado a España, me encontré con un curioso aviso en un periódico: "Vendo piso con inquilino adentro". Lo primero que se me vino a la cabeza fue que no sólo en América Latina, sino también en la augusta Europa, había materia para el realismo mágico. Hice unas pesquisas y me enteré de la existencia del contrato de renta antigua, que impedía al propietario echar a su antojo al inquilino o subirle arbitrariamente el precio del alquiler. Ese tipo de contrato beneficia aún hoy a muchos ciudadanos que lo firmaron antes de que entrase en vigor la ley de arrendamiento urbano de 1985.
Leo ahora que un juez investiga en Barcelona una trama que compraba pisos de renta antigua en el barrio del Raval y, a continuación, acosaba a los inquilinos para que abandonasen el inmueble. El método de los delincuentes era tan sencillo como brutal: amenazaban a los inquilinos (pobres, de poca formación, la mayoría ancianos), les cortaban la luz y el agua, los amedrentaban para que firmasen un nuevo contrato, etc.

Ignoro si estos procedimientos mafiosos ya se utilizaban cuando leí aquel aviso hace cuatro lustros. No sé si el inquilino que vendían junto al piso, como un pajarito enjaulado, fue forzado a marcharse por matones a sueldo de alguna inmobiliaria. Lo que sí sé es que lo que ocurre en el Raval no constituye ninguna novedad. Ya lo dice el Eclesiastés: "No hay nada nuevo bajo el sol". Este fenómeno lo presencié en 1984, cuando me
desempeñaba como corresponsal de un diario colombiano en Nueva York. Estaba entonces en su apogeo una brutal ofensiva de inversionistas inmobiliarios para recuperar el sur de Manhattan, sobre todo el deteriorado barrio Alphabet City (llamado así porque sus calles se designan por letras), cuyos edificios estaban ocupados mayoritariamente por negros e hispanos. Les cortaron el suministro de calefacción, de agua, de gas. Los amenazaban sin tregua. Empezaron a producirse incendios supuestamente accidentales en los inmuebles. Los inquilinos denunciaron la despiadada campaña de Gentrification (término derivado de Gentry, la aristocracia media inglesa), pero al final perdieron. El sur de Manhattan es hoy territorio libre de indeseables. Donde hace 25 años había un paisaje de edificios quemados y los negros amenazaban con palos a los blancos que se acercaban porque veían en ellos a potenciales agentes inmobiliarios, hoy funcionan exquisitos cafés, bares y tiendas donde la gente bien de Nueva York y del resto del mundo puede disfrutar sin riesgos de la frenética y sofisticada vida de la ciudad de los rascacielos. Lo dicho: lo del Raval no es nuevo.

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