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Guantánamo y la banalidad del mal

Un grupo de abogados españoles ha interpuesto en la Audiencia Nacional una querella contra las torturas de Guantánamo. La particularidad de la iniciativa, divulgada ayer por Público, reside en que no va dirigida contra los máximos responsables políticos –Bush, Cheney, Rumsfeld–, sino contra seis asesores de la Administración que urdieron la trama jurídica para justificar el establecimiento de la prisión y el uso de la tortura en la "guerra contra el terror". El texto describe con escalofriante minucia cómo los asesores –algunos de ellos abogados de gran prestigio– aplicaron su inteligencia y conocimiento para otorgar un carácter de legalidad a lo que a todas luces constituía una vulneración de los derechos humanos.

Tal vez los acusadores han apuntado contra responsables de segundo nivel por razones de posibilismo. Sin embargo, ello no resta un ápice de trascendencia a la iniciativa, que apunta al meollo de lo que la filósofa alemana Hanna Arendt denominó "la banalidad del mal": esa manera que tiene el crimen de servirse de personas consideradas normales, eficaces, leales y buenas trabajadoras para poder perpetrarse. Arendt acuñó la expresión a raíz del juicio en Jerusalén al jerarca nazi Adolf Eichmann. Frente a la tesis del fiscal, Gideon Hausner, que presentaba a Eichmann como un demonio, Arendt lo describía como un gris burócrata que no podía vivir al margen de organizaciones y cuya principal fuente de satisfacción consistía en cumplir bien el trabajo. Eichmann fue el responsable de la logística del transporte de judíos a los guetos y los campos de concentración y exterminio. La tesis de Arendt indignó a buena parte de la comunidad judía, de la que ella formaba parte, pues se interpretó como un intento de exculpar, o al menos trivializar, a quien aparecía como la encarnación del Mal absoluto.
En los últimos años, algunas de las apreciaciones de la filósofa sobre Eichmann se han demostrado falsas. Sin embargo, el fondo teórico de su alegato mantiene perfecta vigencia: el Mal no se reduce a una idea abstracta o a la figura de un líder desquiciado; también incluye al engranaje de burócratas, asistentes y auxiliares de todo tipo que se limitan a ejecutar su trabajo con la mayor eficacia posible, ya sea creyendo sinceramente en el proyecto en el que trabajan o limitándose a cumplir su función sin plantearse dudas morales. En ese sentido, la querella de los abogados españoles por Guantánamo podría, si prospera, abrir un nuevo debate sobre la banalidad del mal, 46 años después de que lo hiciera Arendt.

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