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Algunas certezas y numerosas incógnitas

Habrá que esperar meses –hay quienes dicen que dos o tres años– para evaluar los efectos de las medidas anunciadas ayer por el G-20. Por el momento, una lectura de urgencia a la cumbre de Londres permite extraer algunas conclusiones importantes. La primera es que el encuentro ha tenido más contenido de lo que muchos esperaban. La decisión de inyectar un billón de dólares a la economía mundial, incluyendo un paquete de 100.000 millones a las economías menos desarrolladas, sumada a la voluntad de ejercer un mayor control sobre el engranaje financiero internacional y los paraísos fiscales constituyen anuncios a los que no se puede negar trascendencia.

Se trata, claramente, de medidas que pretenden sanear y preservar el capitalismo. En ese sentido, los partidarios de un cambio radical de modelo tienen motivos de decepción. Sin embargo, cabe al menos confiar en que el neoliberalismo salvaje, que se entronizó a comienzos de los ochenta con Thatcher y Reagan, quede enterrado para siempre.

Se abren ahora numerosas incógnitas. Una fundamental consiste en aclarar bajo qué condiciones el FMI, organismo con una reputación bajo mínimos, ejercerá su papel de socorrista de la economía mundial. Otro interrogante, vista la falta de voluntad de erradicar los paraísos fiscales, se refiere a cómo se articulará su control.
Ya en clave doméstica, el PP tendrá que admitir que el esfuerzo diplomático de Zapatero para estar en la cumbre mereció la pena, con independencia de si se comparten o no los resultados del encuentro. El presidente español trabajó para la aproximación de posturas de EEUU y el eje franco-alemán, lo que contribuyó a que hubiera acuerdo. Ahora sólo queda esperar su desarrollo.

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