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La libertad de disfrutar sin humo

Ayer entró en vigor en España la nueva Ley Antitabaco, que prohíbe fumar en todo espacio público, incluidos bares y restaurantes. La tramitación de la norma generó en su momento un intenso debate público, como suele ocurrir en cualquier democracia cuando se introducen medidas que, según quien lo mire, pueden restringir libertades individuales. Sin embargo, al final prevaleció la tesis, bastante sensata por cierto, de que el proyecto legislativo resultaba benéfico para el conjunto de la sociedad, y así lo entendió la inmensa mayoría de los parlamentarios al darle su apoyo en las Cortes. El Gobierno español ha cumplido así, con más celeridad que otros, la estrategia de la Comisión Europea que reclama a los países de la UE eliminar el tabaco de los espacios públicos a más tardar en 2012.

Ya nadie se verá forzado a inhalar humo nocivo por acudir a un establecimiento. Y quien quiera fumar, podrá hacerlo, pero fuera del local, lo que quizá le acarree alguna incomodidad pero no el cercenamiento de su derecho. Cabe esperar que, con el tiempo, desista de su hábito o adicción, que no sólo supone un elevado riesgo para su salud (el tabaco es responsable de unas 50.000 muertes al año, 3.000 por tabaquismo pasivo), sino un alto coste sanitario para el Estado (cerca de 17.000 millones de euros). Por otra parte, a la vista de la experiencia de Irlanda –el país más avanzado en la legislación antitabaco–, los establecimientos tenderán a ganar clientes, lejos de irse a la ruina como algunos claman. Al final se probará la bondad de la ley, como sucedió con la prohibición de fumar en aviones o lugares de trabajo.

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