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El miedo a la pluralidad

El presidente Zapatero exhibió ayer un innegable reflejo político al acudir por sorpresa al Senado para defender el sistema autonómico y la pluralidad lingüística, en un momento en que arrecian las presiones, alentadas con especial ímpetu desde la derecha nacionalista española, en favor de la recentralización del Estado. El estreno del uso de las lenguas cooficiales en la Cámara lta, el martes pasado, sirvió de pretexto a los conservadores y sus medios afines para elevar el tono de su campaña contra una España plural que nunca han terminado de aceptar y, sobre todo, de entender. En esa cruzada contra el modelo territorial vale cualquier argumento y se mezclan arteramente conceptos con el evidente fin de sembrar confusión. Por ejemplo, se atribuyen de manera indiscriminada al sistema autonómico, como si fuesen inherentes a su propia esencia, ciertos males que también pueden darse en la Administración central o en los ayuntamientos, como la ineficacia o el despilfarro del dinero público.

En este ambiente hostil, no sorprende que algo que debería ser la norma desde hace tres décadas, como lo es el uso de las lenguas cooficiales en una Cámara donde supuestamente se representa la territorialidad del Estado, se convierta en foco de confrontación. Otra vez han llovido las denuncias de despilfarro, pese a que la adaptación del nuevo esquema no consume ni el 0,7% del gasto del Senado y a que el pago de los traductores se ha detraído de otras partidas presupuestarias. En realidad, lo que se esconde detrás de esas críticas es una hostilidad rancia, profunda, hacia la indomable realidad plural de España.

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