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Bicentenarios

Los países iberoamericanos han comenzado con polémica la conmemoración del bicentenario de su independencia. Lo que prometía ser el típico jolgorio diplomático con discursos sobre la fraternidad entre las ex colonias y la antigua metrópoli está dando lugar a un debate intenso sobre el fondo del asunto: qué independencia hay que celebrar y quiénes han de protagonizar los fastos. La discusión no obedece a otra cosa que al profundo cambio político que está experimentando América Latina. Si las élites criollas abanderaron hace 200 años la independencia para sacudirse la dependencia económica de la Corona, ahora sus descendientes observan con estupor cómo algunos advenedizos llegados al poder al margen de los partidos tradicionales están poniendo en peligro la supremacía que han mantenido de manera casi ininterrumpida desde la liberación del dominio peninsular.

Los países integrantes de la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) –Venezuela, Bolivia, Ecuador, Paraguay, Nicaragua, Cuba y la Honduras del depuesto Zelaya– tienen una idea particular sobre el bicentenario. El presidente boliviano, el indígena Evo Morales, ha reivindicado los alzamientos indígenas de 1781 como los primeros movimientos libertarios, en lugar de la sublevación criolla encabezada por Pedro Domingo Murillo en 1809. Algunos detractores consideran que Morales está incurriendo en un interesado revisionismo histórico; sin embargo, visto desde otro ángulo, el mandatario se está limitando a reivindicar acontecimientos históricos que habían sido eliminados o minimizados en la historia oficial boliviana durante dos siglos y que, sin duda, constituyeron hitos en el pedregoso camino hacia la independencia.

Más que el bicentenario de la independencia, algunos países de América Latina están viviendo una especie de segunda independencia, cuyo desarrollo está plagado de incertidumbres. Resulta evidente que este nuevo escenario político inquieta a muchos, sobre todo a aquellos que poseen fuertes intereses económicos en la región. Pero qué se le va a hacer. Como en cierta ocasión dijo Hugo Chávez: "Yo no soy el problema; yo soy el resultado del problema". El problema al que se refería eran, precisamente, las plutocracias criollas que desde la independencia gobernaban Venezuela y que, si la historia hubiese discurrido por su curso previsible, estaban llamadas a liderar los fastos del bicentenario.

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