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Una agenda de derechos humanos para Rajoy

Que el PP se preocupe por los derechos humanos en el mundo debería ser motivo de elogio. El problema es que la formación de Rajoy suele enfundarse su disfraz de paladín de las libertades para dar rienda suelta a sus obsesiones ideológicas –Cuba, Venezuela– y, sobre todo, intentar minar a Zapatero por sus "amistades peligrosas". Antes de avalar el golpe de Estado a Hugo Chávez en 2002, el hoy presidente de honor del PP, Aznar, intentó mantener buenas relaciones con él. También sirvió de adelantado a Bush para lavar la imagen del libio Gadafi, entonces enemigo público número uno de la humanidad. El PP entonces aplaudía.

La existencia de presos de conciencia, en Cuba o en cualquier país, sólo merece repudio. La muerte del cubano Orlando Zapata ha contribuido sin duda a aumentar la sensibilidad mundial frente a este tipo de represión. Respecto a Venezuela, sería, en efecto, grave que se demostrara una colaboración del Gobierno de Chávez con ETA, pero para establecer tal vínculo se necesita una base argumental seria, y no las elucubraciones que dejó caer el juez español Velasco.

Ahora bien, el PP debería ampliar su radio de acción para hacer creíble su papel de cruzado democrático. Podría empezar en casa, condenando el franquismo. O arrepentirse de la guerra ilegal de Irak, que dejó decenas de miles de víctimas inocentes. O condenar las torturas de Guantánamo, donde varios presos se suicidaron. Los conservadores podrían exigir explicaciones al admirado Uribe por la terrible situación de los derechos humanos en Colombia. O interesarse por el asesinato –un día después de la muerte del cubano Zapata– de la activista hondureña Claudia Brizuela. En fin, el PP de Rajoy tiene mucho trabajo por delante en su ruidosa faceta solidaria.

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