Pensamiento crítico

¿Populismo o/y socialismo? Crítica amistosa a Chantal Mouffe

Vicenç Navarro
Catedrático Emérito de Ciencias Políticas y Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra

La victoria de EEUU sobre la Unión Soviética en la Guerra Fría y la agresiva respuesta (a partir de los años ochenta del siglo pasado) de las clases y grupos económicos y financieros dominantes en el mundo occidental (que ejercieron gran influencia sobre los partidos gobernantes) frente a la expansión de los derechos laborales y sociales, que había adquirido el mundo del trabajo en el periodo posterior a la II Guerra Mundial hasta finales de los años setenta en la mayoría de países capitalistas a los dos lados del Atlántico Norte, puso a las clases trabajadoras en estos países a la defensiva. Las políticas públicas neoliberales de los mismos Estados que habían ganado la Guerra Fría debilitaron y diluyeron aquellas conquistas laborales y sociales de una manera muy notable. Los datos hablan por sí mismos: las rentas del trabajo descendieron como porcentaje del PIB en la mayoría de tales países a costa de un gran aumento de las rentas del capital desde la década de los años ochenta hasta ahora, en la mayoría de tales países (ver mi libro Ataque a la democracia y al bienestar. Crítica al pensamiento económico dominante. Anagrama, 2015).

¿Populismo o/y socialismo? Crítica amistosa a Chantal Mouffe

El neoliberalismo (el proyecto político de las clases dominantes) se convirtió así en el modelo hegemónico en el mundo occidental, tanto en Europa como en Norteamérica. Como consecuencia, se fue imponiendo un nuevo relato y discurso en el que los conceptos como clase capitalista y clase trabajadora (que caracterizaban el análisis y discurso socialista) prácticamente desaparecieron del lenguaje político y mediático. Este dominio intelectual explica que los dirigentes de los partidos de izquierdas dejaran de utilizar el lenguaje de clases. El concepto y relato de la "lucha de clases" desapareció, y la clase trabajadora desapareció de tal discurso, convertida en "clase media", transformándose la estratificación social en los ricos por arriba y los pobres por abajo, con todos los demás –la clase media– entre los dos. Incluso algunos autores afines a las izquierdas consideraron y continúan considerando positivo este hecho. Entre estos autores está Chantal Mouffe, que ha teorizado extensamente sobre las protestas ciudadanas y lo que ella define como movimientos populistas.

En su último libro For a Left Populism, publicado recientemente en el mundo anglosajón, considera que el declive de las izquierdas se debe, en realidad, "a su estancamiento en el análisis y propuestas de clase", sin apercibirse –dice tal autora– que el énfasis de las izquierdas en la lucha de clases ha sido un gran error, ya que ha menospreciado la importancia de otros conflictos. Chantal Mouffe considera que hoy hay toda una multitud de causas conflictivas que no tienen nada que ver con el conflicto de clases, las cuales generan una multiplicación de movimientos de protesta frente a "los de arriba" por parte de "los de abajo" (sin definir claramente quiénes son los de arriba y los de abajo, y sin aclarar o definir la relación entre los primeros y los segundos). El tema clave, según tal autora, es analizar los elementos en común y la transversalidad que los pueda unir. Dentro de este marco conceptual, define como populistas a todos aquellos que se oponen a los de arriba, incorporando una enorme variedad de movimientos donde incluye desde el movimiento liderado por Le Pen en Francia hasta el nuevo Partido Laborista en el Reino Unido o al partido Podemos en España.

Sí que acepta una diferenciación entre populismo de derechas y de izquierdas, siendo el último el que tiene como objetivo alcanzar la democracia y la igualdad (democratic and egalitarian objectives), sin definir tampoco cada uno de estos conceptos. Considera que la división entre socialismo y capitalismo tiene también escaso valor, sustituyendo socialismo por la categoría de democracia radical, que es el objetivo a alcanzar a través de la democracia liberal.

Respuesta a Chantal Mouffe: el populismo de izquierdas no es suficiente

Ni que decir tiene mucho de lo que subraya Chantal Mouffe tiene gran valor y no se puede desmerecer sin más. Pero su menosprecio por el socialismo y el análisis de clase le impide claramente entender lo que ha estado ocurriendo y lo que ahora está pasando en estos países que ella cree conocer bien. A la luz de lo que conocemos de los años transcurridos desde los años ochenta es difícil de aceptar que el declive electoral que han sufrido los partidos de izquierdas europeos y norteamericanos (el Partido Demócrata, que con gran generosidad puede definirse como la izquierda estadounidense, y los partidos socialistas y socialdemócratas en Europa) se deba a su "estancamiento" en el análisis y discurso de clases.

No sé en qué mundo vive Chantal Mouffe, pero en el que yo vivo (Europa Occidental y Norteamérica), desde hace ya muchos años prácticamente ningún dirigente de las izquierdas mayoritarias utiliza el término de "lucha de clases" o "clase trabajadora". Este último término ha sido sustituido por clases medias o clases populares. En realidad, hace ya mucho tiempo que dicha narrativa ha desaparecido del discurso oficial de las izquierdas. "Su fijación con clase social" (frase que utiliza la autora), que supuestamente ha causado su declive, no aparece en realidad por ninguna parte. Los grandes responsables del descenso electoral de las izquierdas (Clinton, Blair o Schröder, entre otros) nunca utilizaron tales términos o tales análisis. La gran despolitización del discurso socialista y socialdemócrata ha incluido el total abandono (u ocultación) del lenguaje de clases. En realidad, es fácil de documentar que el declive de las izquierdas mayoritarias tradicionales se basa primordialmente en su olvido de las clases trabajadoras, que las han ido abandonando, trasladando su apoyo a los movimientos populistas (ver mi artículo "Las causas del crecimiento del mal llamado populismo", Público, 04.10.18). Es más, la supuesta irrelevancia de la categoría de clase dificulta el entendimiento de otras formas de protesta. Dicha categoría –clase social– es necesaria para entender el comportamiento de muchos de estos movimientos contra los de arriba, como por ejemplo los movimientos feministas, pues hay clases sociales entre las mujeres y el carácter del movimiento feminista viene marcado, en gran parte, por la clase social de sus dirigentes, que configuran, en gran parte, la orientación de tales movimientos. La notable diferencia entre la evolución del movimiento feminista en EEUU y en España (mucho más progresista el último que el primero), por ejemplo, se basa en este hecho (ver mi artículo La importancia de las distintas tonalidades del feminismo, Público, 06.07.18).

La relevancia de categorías olvidadas como clase trabajadora (y socialismo)

A lo largo del siglo XX los movimientos populares que tuvieron mayor impacto en mejorar la calidad de vida y bienestar de las clases populares –que constituyen la mayoría de la población– en los países democráticos europeos fueron los enraizados en la ideología socialista, representada a través de las muchas sensibilidades que tal ideología sostiene. La evidencia de que ello es así es abrumadora. Dichos movimientos han tenido como base electoral a la clase trabajadora de cada país que, en alianza con otras clases, y muy en particular con las clases medias de renta media y baja, han constituido el eje de actuación de las clases populares, las cuales se diferencian de las clases medias de renta superior y de la pequeña y gran burguesía, cuyos comportamientos sociales y políticos han sido diferentes, por lo general, a los de las clases populares.

En sus orígenes, el objetivo del proyecto basado en la ideología socialista era el de transformar y sustituir el capitalismo por el socialismo, considerándose este como el proyecto que intenta anular la explotación predominantemente, pero no exclusivamente, de clase social, aun cuando incluyera también otras formas de explotación como la de género, habiendo sido las sociedades que han avanzado más en este proyecto socialista las que tienen menor explotación no solo de clase social, sino también de género. No son únicamente los trabajadores (de los cuales gran parte son mujeres), sino también las mujeres, en general, las que se han beneficiado más de la existencia de tales proyectos. Desde la existencia del derecho al aborto hasta los permisos de maternidad, pasando por los servicios de apoyo a las familias y el número de mujeres en posición de poder (entre muchos otros indicadores), la evidencia muestra que ha sido en países como Suecia, donde partidos de sensibilidad socialista han gobernado durante la mayor parte del tiempo desde la II Guerra Mundial, donde las mujeres han hecho más avances.

La necesaria transversalidad en las luchas de los distintos grupos

Es importante subrayar que en ninguno de estos países escandinavos hubo un partido feminista poderoso que hubiera sido determinante en el desarrollo de estos avances para las mujeres. Lo que sí hubo fue un movimiento socialista con gran sensibilidad feminista que, al tener como objetivo la eliminación de la explotación, tomó como suya la causa feminista, relacionándola con las otras formas de explotación, añadiendo con ello una gran capacidad de influencia a esta causa como parte de un todo que representaba varias causas y varias sensibilidades, un proyecto común. Sin lugar a dudas, el hecho de que gran parte de las clases populares fueran mujeres fue determinante para que en todas las reivindicaciones del movimiento socialista hubiera siempre una dimensión feminista.

EEUU como ejemplo de las limitaciones de la propuesta hecha por Chantal Mouffe

Contrasta esta situación en el norte de Europa con lo que ocurre en EEUU, el país capitalista desarrollado donde la clase empresarial y corporativista tiene más poder y la clase trabajadora tiene menos poder, diferencia que explica que sea el país con mayores desigualdades de riqueza, de rentas y de poder político entre las clases sociales, entre los géneros y entre las razas. Estas diferencias son enormes.

Y no es casualidad que sea de los pocos países democráticos en los que no ha habido un movimiento socialista de masas que tenga como objetivo la eliminación de la explotación de clase, de raza y de género. Sí que hay movimientos de liberación de la mujer como NOW, como también hay movimientos a favor de los derechos de los ancianos, y movimientos de los derechos civiles en defensa de las minorías, y un largo número de movimientos de defensa de causas específicas. Pero la situación que puede parecer paradójica es que NOW es un movimiento de millones de mujeres que ha existido desde hace muchos años ya, y, sin embargo, las mujeres estadounidenses tienen poquísimos derechos en comparación con los derechos de las mujeres en la mayoría de países de la Unión Europea. Y los pocos que tienen están a punto de perderlos, como el derecho al aborto (con el cambio reciente en la composición del Tribunal Supremo de EEUU).

La necesaria relación entre varios tipos de explotación: clase, género y raza

Un tanto igual ocurre, en general, con los ancianos. Las pensiones en EEUU son relativamente bajas en comparación con las pensiones en los países de la UE. Y su accesibilidad a la sanidad (a pesar del programa federal para los ancianos, Medicare) es limitada, lo que se traduce en una carga familiar significativa para poder ser atendidos por los servicios médicos del país. Y este retraso existe también entre los trabajadores, para los que la inseguridad laboral es una característica muy común, siendo el país donde es más fácil despedir a un trabajador. Y lo mismo ocurre entre la mayoría de la población negra, que está claramente discriminada en aquel país.

La evidencia de que en EEUU es donde la explotación de clase, de género, de edad y de raza es más acentuada es abrumadora, y ello a pesar de que hay movimientos encaminados a defender cada grupo vulnerable a la explotación, movimientos más grandes que en Europa. ¿Cómo es posible que en el país donde hay grandes movimientos en defensa de las mujeres, en defensa de los ancianos, en defensa de las minorías, en defensa de los discapacitados, en defensa de un largo etcétera, dichas mujeres, minorías, ancianos, etcétera, tengan tan pocos derechos?

La causa es bastante fácil de ver: la falta de un movimiento basado en una ideología transversal que relacione todos estos movimientos y que persiga la eliminación de cualquier forma de explotación. La falta de un movimiento socialista que pueda incluir y hacer suya cada una de las sensibilidades basadas en la explotación es la explicación de ello. En realidad, la gran diversidad de luchas reivindicativas, yendo cada una por su cuenta, las debilita enormemente. La evidencia de ello no deja lugar a dudas. En realidad, existe en EEUU incluso una competitividad entre las víctimas de explotación para conseguir la atención y los servicios de la sociedad y del Estado.

Y la clase empresarial y conservadora estadounidense, consciente de que la división de las víctimas favorece al victimizador, apoya tal división, dificultando y obstaculizando la transversalidad de tales movimientos, mostrando gran hostilidad hacia el proyecto socialista, que utiliza el concepto de clase social como el punto de partida de tal transversalidad. Dicho proyecto –la alianza de clases frente a la clase dominantes– es el más temido, ya que la transversalidad permitiría una unión de acciones que debilitaría a los sostenedores de dicha explotación. Cuando el candidato a la presidencia de EEUU en 1984, Jesse Jackson (al cual tuve el honor de asesorar), se presentó como el candidato de las minorías negras, el New York Times (la voz del establishment político y mediático) escribió un editorial extremadamente laudatorio. Cuando cuatro años más tarde, en 1988, se presentó como el candidato de la clase trabajadora en el movimiento arcoíris (The Rainbow Coalition, que unía a todas las razas y géneros de la clase trabajadora), el mismo periódico escribió un editorial acusándolo de "querer destruir EEUU". Cuando en las últimas elecciones de 1988 los periodistas le preguntaban a Jesse Jackson cómo pensaba conseguir el voto del obrero blanco de Baltimore (ciudad industrial) contestaba: "haciéndole ver que tiene más en común con el obrero negro, por ser obreros, que no con el propietario y gestor de su empresa, por ser blancos". Jesse Jackson ganó las primarias en Baltimore y casi ganó en EEUU, a pesar de la enorme oposición y hostilidad del establishment político y mediático, incluido del Partido Demócrata. Y cuando en las últimas elecciones en EEUU se presentó el candidato socialista Bernie Sanders, enfatizando la necesidad de unir en coalición los distintos componentes de las "familias trabajadoras estadounidenses", casi ganó las primarias, a pesar de la oposición del aparato del Partido Demócrata (incluyendo NOW, que apoyó a Hilary Clinton, la candidata de tal movimiento feminista mayoritario).

A raíz del auge de los mal llamados populismos basados en causas identitarias, es importante subrayar este punto. Promover el populismo con su gran diversidad de movimientos antiestablishment, celebrándose tal diversidad sin ninguna categorización entre ellos, y sin ningún criterio tampoco en cuanto a la transversalidad que pueda relacionar tales movimientos, es reproducir lo que ocurre en EEUU, el país de los movimientos sociales, excepto del movimiento socialista, y donde las izquierdas (y las mujeres y las minorías) son enormemente débiles.

El porqué de la necesaria transversalidad

Es cierto que uno de los elementos de transversalidad que podría unir a estos grupos diferentes es el nacionalismo. Ahora bien, el nacionalismo per se no tiene por qué permitir una movilización frente al responsable de la victimización, que puede ser de la misma nacionalidad. En Catalunya ello se ve claramente. Parte de la pérdida de calidad de vida de las clases populares catalanas  y de su bienestar (la mayoría de jóvenes no vivirán mejor que sus padres) se debe a las políticas públicas impuestas a la población catalana por los nacionalistas catalanes gobernantes en la Generalitat de Catalunya. El nacionalismo (como el patriotismo) es siempre utilizado por las clases dominantes para movilizar a las clases populares en contra de sus propios intereses. España, incluyendo Catalunya, es un claro ejemplo de ello.

¿Cuál podría ser otro elemento de transversalidad que englobara a la mayoría de las clases populares? Y es ahí donde la clase social adquiere una gran relevancia. La mayoría de mujeres, de negros y de ancianos, por ejemplo, en cualquier país capitalista desarrollado, son miembros de la clase trabajadora y otros sectores de las clases populares (es interesante señalar que, no solo objetiva sino también subjetivamente, hay más personas en EEUU que se autodefinen de clase trabajadora que de clase media, según las encuestas más elaboradas que se han hecho preguntándole a la población por su pertenencia dentro de la estructura social). En realidad, la precariedad está alcanzando grandes dimensiones, no solo entre la clase trabajadora, sino también en amplios sectores profesionales, siguiendo un proceso de "proletarización" de grandes sectores de las clases medias. De ahí que el proyecto socialista (que prioriza el bienestar de las clases populares) requiere un lugar común donde estas causas se encuentran enraizadas, una comunalidad que incluso adquiere más importancia cuando el adversario común es la clase dominante, que también pertenece a la raza y género dominantes. Es importante subrayar, sin embargo, que el cambio de género y de raza de las élites no necesariamente beneficia a la mayoría de las mujeres (que son de clase trabajadora) y de los negros (que son también la mayoría de clase trabajadora). En este sentido, el nivel de vida de las clases populares negras en EEUU no cambió durante el mandato del presidente negro Obama, próximo al capital financiero del país.

La insensibilidad de muchos promotores del populismo hacia lo dicho en párrafos anteriores explica que en su estrategia de cambio no aparezca claramente quiénes son los de arriba, y por qué están arriba. Y ahí es donde, de nuevo, deben retomarse categorías olvidadas. En la mayoría de los países europeos y de Norteamérica son los propietarios del capital y los gestores del mismo los que establecen las normas del comportamiento económico, político y mediático del país. Y a mayor poder de estos establishments menor es la calidad democrática del país. Ahí de nuevo el país menos democrático de los países capitalistas desarrollados es, sin lugar a dudas, EEUU. La influencia de los componentes de lo que en EEUU se llama la corporate class (compuesta por los propietarios y gerentes de las grandes corporaciones en aquel país) en la vida política, mediática y cultural es enorme y casi absoluta. Y el hecho de que sean tan poderosos se debe, precisamente, a la enorme debilidad de la clase trabajadora. Es la fortaleza o debilidad de la clase trabajadora (mujeres y hombres, negros y blancos juntos) la que juega un papel clave en determinar los niveles de desigualdad no solo de clase, sino también de género (la mayoría de las clases populares son mujeres) y de raza (la mayoría de negros son de clase trabajadora).

La construcción y destrucción del socialismo

En los países capitalistas desarrollados la estrategia socialista más exitosa no ha sido la leninista, es decir, la de conquistar el Estado (el año A, el mes M y el día D), sino la de construir diariamente el socialismo. Cada vez que las instituciones llamadas representativas se interviene para responder a las necesidades de los ciudadanos según sus necesidades (democráticamente definidas), con los recursos obtenidos según las habilidades de cada ciudadano, se está construyendo el socialismo, independientemente de cómo se llame o de que se sea consciente de que ello es socialismo. Es interesante constatar que varias encuestas muestran que la mayoría de los principios socialistas ("a cada uno según su necesidad; y a cada uno según su habilidad") son aceptados por la gran mayoría de las clases populares en los países a los dos lados del Atlántico Norte, incluyendo, por cierto, EEUU.

Una condición sine qua non para que ello ocurra es que la clase trabajadora se empodere no solo en el mundo del trabajo, sino en todas las dimensiones de la sociedad civil y política. El país donde tal poder alcanzó mayor nivel, en los países capitalistas desarrollados, fue Suecia. Las reformas Meidner eran la máxima expresión de este poder, ya que llegaron a proponer la propiedad colectiva del capital (no solo a través del Estado, sino también a través de la extensión del cooperativismo), condición para alcanzar la plena democratización de la sociedad.

Lo que ha pasado en Suecia (lo que no se ha dicho de lo que ha ocurrido en aquel país)

Y aunque Suecia fue donde se alcanzó un mayor nivel de empoderamiento de las clases populares, también ocurrió en el resto de países a los dos lados del Atlántico Norte. En realidad, el neoliberalismo fue la respuesta del mundo del capital a esta amenaza del mundo del trabajo. Y tal respuesta se puso en marcha de manera que las conquistas de derechos laborales, sociales y políticos fueron destruyéndose. Un caso claro de ello fue, de nuevo, Suecia. En aquel país tuvieron lugar (en los últimos diez años) reformas laborales que establecieron distintos niveles de retribución, rompiendo con las reglas características de la socialdemocracia sueca, como por ejemplo que el nivel de retribución en el mundo del trabajo dependiera del tipo de trabajo, no de quién lo ocupara o el lugar donde estuviera, reglas que habían empoderado a la clase trabajadora. Las reformas neoliberales, que rompieron con tales reglas, abrieron la posibilidad de romper con la universalidad y solidaridad, estableciéndose distintos niveles de retribución, lo que introdujo un elemento de inseguridad y competición fundamental para que se generara la menor tolerancia hacia los inmigrantes.

Estas reformas fueron acompañadas en aquel país por la masiva privatización de los servicios públicos, y muy en particular de la sanidad y la educación, lo que conllevó un notable deterioro del bienestar de sus clases populares. Es más, dicha privatización fue también acompañada por la comercialización de tales servicios, dando lugar a distintos niveles de atención según el nivel de renta de la ciudadanía. Aquellas reformas fueron desarrolladas por las derechas gobernantes, pero algunas fueron iniciadas por el partido socialdemócrata. Y tal partido no ofreció una oposición clara a dichos cambios realizados más tarde por las derechas gobernantes. La respuesta de los movimientos de protesta apareció entonces, especialmente en los barrios obreros, unas protestas que tuvieron episodios de violencia y que alcanzaron su cénit con la llegada de un elevadísimo número de inmigrantes. Un país de menos de diez millones de habitantes aceptó a 300.000 inmigrantes desde 2014. El equivalente en EEUU hubieran sido unos 9 millones de personas llegadas al país en muy poco tiempo. Y así es como el socialismo se fue destruyendo. El Partido Socialdemócrata alcanzó el porcentaje más bajo de su historia en las últimas elecciones, hace unas semanas. Mientras, el partido de ultraderecha, antiinmigración y anti-UE, alcanzó un 17% de todos los votos, gran parte de los cuales fueron obreros.

La necesaria coalición de las fuerzas antiestablishment

De ahí la enorme importancia de que las distintas fuerzas y movimientos antiestablishments, conservando su autonomía, se unan en una coalición que comparta un deseo común, la sustitución de las relaciones de explotación características del sistema capitalista por las relaciones de liberación de clase, de raza, de género y de nación, basadas en la solidaridad y en la justicia social. Tal proyecto se lleva a cabo diariamente y puede construirse o deconstruirse según las relaciones de poder de clase social, de género, de raza y de nación que haya en cada momento, dentro de un proyecto común, el socialismo. Que esta obviedad se presente como una propuesta "anticuada" o "irresponsable" es el gran triunfo de las fuerzas conservadoras y neoliberales, responsables de tanto sufrimiento.

Una última nota de carácter personal

Soy plenamente consciente de que el asfixiante dominio que el pensamiento capitalista neoliberal tiene en la producción y reproducción de la cultura hegemónica del país (que define el discurso y relato que la reproduce) hace que términos y conceptos científicos hayan sido marginados y estereotipados para perder su atractivo popular. Ello determina que sea aconsejable, por razones tácticas, no utilizar ciertos términos o incluso símbolos a fin de poder alcanzar a aquellos que han sido adoctrinados por la ideología hegemónica, para mostrarles que "el Rey va desnudo". Estoy convencido de la sabiduría de tal tacticismo. Ahora bien, subrayar este punto es distinto a desechar o menospreciar los conceptos analíticos que ayudan a entender nuestras realidades, como hace Chantal Mouffe.

Ni que decir tiene que mucho de lo que dice Chantal Mouffe tiene gran valor. Y saludo su énfasis en la necesidad de reconocer la diversidad de conflictos que requieren atenciones diferenciadas. Pero este reconocimiento –que repito, apoyo– lo hace a costa de un menosprecio y falta de atención a categorías científicas –como clase social– que considero esenciales para entender las sociedades capitalistas, incluyendo los movimientos sociales que ella promueve y que yo apoyo.

En España, el movimiento 15-M fue una denuncia del establishment político español. Su "no nos representan" alcanzó rápidamente un enorme apoyo popular, señalando que no era cierto el argumento utilizado por las clases dominantes en este país (y sus servidores públicos en las instituciones democráticas) de que no había alternativas a las políticas neoliberales que se estaban imponiendo, incluso por parte del Partido Socialista. En realidad, Juan Torres, Alberto Garzón y yo escribimos Hay alternativas. Propuestas para crear empleo y bienestar social en España, libro en el que mostrábamos que por cada política neoliberal que se imponía, dañando a las clases populares, había otras alternativas ignoradas por las clases gobernantes –la casta política– que beneficiaban a tales clases, libro que fue utilizado extensamente por tal movimiento para mostrar i documentar la falta de credibilidad del argumento de que no había alternativas. Sí que las había. El grito "si se puede" se convirtió en el grito de movilización de Podemos, enraizado en el 15-M.

Sus propuestas económicas y sociales eran precisamente un paso hacia asignar los recursos según las necesidades de cada ciudadano (democráticamente definidas), financiados según las habilidades de cada uno. Y esta formación política (junto con sus confluencias En Comú-Podem y En Marea), junto también a otra formación de izquierdas (IU), ha construido un bloque político que está transformando la sociedad, orientándola hacia tal dirección, convirtiéndose en el motor del cambio. En contra de lo que pueda parecer, esta afirmación no es partidista sino objetiva, en el sentido de que tal formación –en colaboración con otros movimientos y partidos políticos– puede ser el origen del cambio profundo que la sociedad española necesita.

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