Pensamiento crítico

Los costes sociales de la militarización y la desatención a la gravedad de la pandemia

Los costes sociales de la militarización y la desatención a la gravedad de la pandemia
Soldados ucranianos cargan a hombros los ataúdes con los restos de sus compañeros, en un funeral y entierro colectivo celebrado hoy miércoles en el cementerio militar de Dnipro de veinticinco soldados muertos en el frente este de la guerra contra Rusia. EFE/Manuel Bruque

La guerra de Ucrania ha centrado la atención mediática y política de la mayoría de los países del mundo presentándose como el evento más importante de los tiempos que vivimos y que determinará el futuro de nuestras sociedades. Se están tomando decisiones no solo sobre el quehacer militar sino también sobre actividades económicas, tales como sanciones y embargos, que están afectando muy negativamente a la vida y al bienestar de millones de personas no combatientes. Igualmente preocupante es que la centralidad de la guerra de Ucrania en los medios de información y en los círculos políticos dominantes ha puesto en segundo plano temas enormemente importantes como es la pandemia COVID-19, responsable de muchos más muertos que el conflicto bélico. Otro tema que también se ha dejado de lado es el tema de la crisis climática, que ha pasado a tener también una categoría secundaria y cuya insolvencia amenaza la supervivencia de toda la humanidad.

LA ENORME IMPORTANCIA DE LA GUERRA CONTRA EL VIRUS COVID-19

La guerra contra el virus es de una enorme importancia para la vida social y económica de todos los países del mundo. Es una guerra a nivel mundial cuya resolución requiere, entre otras cosas, de una solidaridad internacional. Es sin lugar a duda uno de los fenómenos que ha impactado a más gente y que ha afectado con mayor intensidad la calidad de vida de la población mundial. Se me dirá, con razón, de que el gran peligro de la guerra de Ucrania es que tiene el riesgo de transformarse en una guerra mundial nuclear. Pero no hay que ignorar que esta pandemia también tiene el peligro de cronificarse y eternizarse, con el crecimiento exponencial de sus muertos. Y existe el peligro de que no se resuelva, y que no se transforme en una gripe, como erróneamente se está asumiendo y como está ya ocurriendo. Es preocupante que se esté expandiendo una percepción equivocada de que la pandemia está a punto de desaparecer permitiéndonos volver a una normalidad. La pandemia ya ha causado más de seis millones de muertes y hay posibilidad (con elevada probabilidad) de que continúe, pues a no ser que se resuelva a nivel mundial no va a ser posible que se resuelva a nivel local. De ahí que sea un error el que en muchos países, como en España, se esté proponiendo y en otros como La Gran Bretaña se estén eliminado medidas preventivas, tales como el uso de mascarillas en el interior de los edificios (entre otras) que han mostrado su eficacia en prevenir la infección y la muerte.

LA PANDEMIA MUNDIAL NO HA DESAPARECIDO

Es cierto, que incluso antes de la guerra en Ucrania, se estaba ya creando un clima de optimismo de que la pandemia se estaba resolviendo y que se estaba transformando en una especie de gripe. Ello motivó entonces a que se iniciara el proceso de eliminar las medidas preventivas que habían sido eficaces en reducir la pandemia. Y la guerra acentuó todavía más esta situación, contribuyendo a la relajación en la implementación de aquellas medidas preventivas. He escrito recientemente artículos críticos de esta postura ya muy generalizada en donde indicaba que tal relajación iba a tener costes con un aumento de nuevo de enfermedades y muertes, revertiendo el descenso de la pandemia que había creado tal optimismo. Y me apena ver que la realidad ha mostrado que llevaba razón. Y la militarización actual debido a la guerra en Ucrania está intensificando esta situación, acumulada.

LOS COSTES DE LA MILITARIZACIÓN

Unas de las consecuencias más importantes de la creciente militarización de los países, con un espectacular crecimiento del gasto militar, es que va a hacer que tal incremento se haga a costa del gasto público social, incluyendo gastos en medidas preventivas de la pandemia, así como gastos sanitarios y de cuidados, como siempre ha ocurrido históricamente en momentos bélicos. Y que afectarán de manera muy marcada a aquellos países que tiene un gasto público social por debajo de lo que les correspondería por el nivel de desarrollo económico que tienen, como es el caso de España (ver mi libro El subdesarrollo social de España: causas y consecuencias). En este país existe el peligro de que la muy urgente y necesaria corrección del déficit del gasto público-sanitario-social (déficit que ha aparecido con toda claridad durante la pandemia) se retrase a fin de aumentar el gasto militar.

El caso más claro es lo que está ocurriendo en el propio Estados Unidos, el mayor promotor de la militarización de los países de la OTAN. El gobierno federal de EEUU está aumentando el gasto militar de una manera muy acentuada debido a la guerra en Ucrania, con el apoyo casi unánime del Congreso. Y en cambio, no existía tal consenso en cuanto a aumentar el gasto federal para añadir una cuarta vacunación para los ancianos y personas inmunocomprometidas, argumentado que no había dinero para ello, siendo los congresistas del Partido Republicano (los mayores defensores de aumentar el gasto militar) los que se oponían más al aumento del gasto para controlar la pandemia. El trade off entre gasto militar y gasto social es bien conocido entre los expertos en políticas públicas. En general, a mayor fuerza de las fuerzas conservadoras en un país, mayor es el gasto militar y menor el  gasto social. Y al revés, a mayor fuerza de las fuerzas progresistas, mayor es el gasto social y menor el militar. De ahí que una de las consecuencias de la militarización actual vaya a ser el debilitamiento de los Estados de Bienestar en los países donde hoy existe tal militarización. De nuevo, EEUU, es un claro ejemplo de ello. El gasto militar es enorme (resultado del enorme poder del complejo industrial militar), y en cambio los servicios del Estado de Bienestar están muy poco desarrollados. En EEUU no hay todavía hoy el derecho universal de acceso a los servicios sanitarios.

EL COVID-19 NO ES UNA GRIPE

No es cierto que el descenso del COVID-19 lo haya transformado, pasando de ser una pandemia a una epidemia semejante a la gripe. Estamos lejos de alcanzar esta situación. En España, el nivel de infecciones y de mortalidad por este virus ha ido bajando, pero incluso considerando el nivel de infecciones y de muertes, estos días estamos a niveles superiores a los que existían en la parte mas baja de la ola en el verano anterior de 2021, momento en el que se decidió con razón, continuar las medidas preventivas, tales como la obligación de llevar máscaras, exigir la vacunación para utilizar ciertos servicios o atender cierto lugares de trabajo y de ocio, con medidas especiales en transporte y un largo etcétera.

¿PORQUÉ NO HACERLO AHORA?

Se ha dicho que no hace falta que continuemos con tales medidas porque los niveles de inmunidad son muchos mayores ahora que entonces. Pero este argumento que parece razonable está equivocado, pues no tiene en cuenta que la inmunidad conseguida a través de la vacunación o a través de haber tenido la enfermedad va disminuyendo con el tiempo, pues no tenemos vacunas todavía que faciliten, como la vacuna de gripe, la inmunidad por al menos un año (con el COVID-19 el tiempo es mucho menor). De ahí la necesidad de mantener muchas de las medidas que se están ahora eliminando, como llevar máscaras en interiores, lo cual es un enorme error. Sabemos que tales medidas evitan el contagio y disminuyen las muertes.

España es uno de los países de Europa Occidental que ha tenido más mortalidad acumulada por COVID-19 (mortalidad por millón de habitantes desde el principio de la pandemia). Las causas de esta situación son muchas, siendo una de ellas el déficit de recursos en los servicios de salud pública y servicios sanitarios sociales debido a un gasto público excesivamente bajo. Los países que han tenido una mortalidad acumulada menor desde el principio de la pandemia han sido Noruega, Dinamarca y Finlandia, donde las políticas de control de la pandemia han estado más desarrolladas. Ahora bien, debido a tener una mortalidad acumulada muy baja, fueron estos países algunos de los primeros en relajarse eliminando muchas medidas preventivas. Y como consecuencia, hoy están entre los países que han visto crecer con mayor intensidad su mortalidad diaria por COVID-19. Es preocupante que en España la mortalidad  haya últimamente dejado de descender, experimentándose una leve tendencia a volver a aumentar­­, muy probablemente debido a la relajación en la obligatoriedad de las medidas preventivas. Es probable que aumente más en la medida en que se vayan eliminando tales medidas.

MEDIDAS ERRÓNEAS QUE RESPONDEN A PRESIONES DE LOS LOBBYS

La presión de lobbys sobre las instituciones representativas están consiguiendo que las autoridades públicas estén cediendo, ignorando la opinión de la mayoría de la comunidad científica. Un ejemplo de ello es la presión que están ejerciendo hoy los directores de las grandes empresas de aviación a los representantes políticos para que se dejen de exigir, a partir del 18 de Abril, el uso de las mascarillas además de otras medidas anti COVID-19 que hoy se les exige a los viajeros. Y mucho me temo que las autoridades van a ceder. Estar en una habitación por grande que sea la habitación (y el avión es una gran habitación), sin máscara por varias horas es un error que tiene costes en vidas humanas, tanto para los que viajan como para los que trabajan en esta industria. Se dirá que en realidad tales medidas no son necesarias pues el sistema de ventilación y de filtros en el avión ya previenen la infección. De nuevo, en principio tal argumento parecería razonable excepto que se olvida que si alguien está contagiado de COVID en el avión y si sienta en un asiento rodeado de personas sin mascarilla por tanto tiempo, el riesgo de infección por mucho filtro y por mucha ventilación que exista, continúa existiendo. Frente a esta situación no hay filtro o ventilación que valga. De ahí, la enorme necesidad, de que se continúe con la exigencia de usar mascarillas, además de exigir los tests negativos que se han estado requiriendo.

Otra de las causas de no eliminar en este momento estas normativas es proteger a los trabajadores en estos sectores, disminuyendo las posibilidades de contagios. Es lógico que los sindicatos de azafatas y asistentes de vuelo de las aerolíneas estén en contra de la eliminación de tales mascarillas y de tales medidas de prevención. Un tanto igual ocurre en los sindicatos de los trabajadores de sanidad, educación, servicios sociales y del sector comercial. Uno de los temas, por cierto, que explican el éxito de haber conseguido la sindicalización en un centro de distribución de una de las mayores empresas de EEUU, Amazon, fue precisamente la presión de los trabajadores de tal centro para que se atendiera la seguridad de sus condiciones de trabajo, incluyendo la aplicación de medidas que garanticen su salud y calidad de vida, exigiendo la protección de los trabajadores de tal empresa, conocida por su falta de sensibilidad al trabajador en temas de higiene y salud laboral.

PROTEGER LA SALUD DE LOS USUARIOS Y TRABAJADORES ES TAMBIÉN NECESARIO PARA MEJORAR LA EFICIENCIA ECONÓMICA

El asumir que las medidas preventivas contra la pandemia interfieren con la eficiencia de la economía, como asume el pensamiento liberal conservador, es también un error. La mejor prueba de ello es lo que ha pasado en el Norte de Europa. Noruega, Dinamarca, y Finlandia han sido países ejemplares en su aplicación de tales medidas. Y todos ellos han tenido una mortalidad acumulada por COVID muy baja. Por otra parte sus economías han sido, como incluso ha reconocido DAVOS (el Vaticano del pensamiento neoliberal), las menos afectadas económicamente por la pandemia. Y fue precisamente la ideología neoliberal (con muy escasa intervención pública reguladora de los comportamientos sociales) introducida por las fuerzas conservadoras gobernantes en Suecia y mantenidas por el nuevo gobierno socialdemócrata que le siguió, la que hiciera de este país una excepción entre los países escandinavos, sufriendo en comparación unos indicadores mucho más altos de mortalidad acumulada por COVID-19.

No hay duda de que la pandemia podría controlarse y eventualmente convertirse en otra epidemia más, como la gripe. Pero no hemos alcanzado el nivel de contagios y mortalidad que nos permita una relajación en este momento. Se tienen que conseguir niveles más bajos de contagios y muertes y no solo aquí, sino también allá; es decir en todas partes. Y para ello se requiere una solidaridad entre generaciones, entre países y entre continentes, opuesta precisamente a la cultura belicista y competitiva de ahora que nos esta llevando a un desastre. Así de claro

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