El óxido

Assange y la duda

No soy muy dado a la teoría de la conspiración. La conspiranoia suele ser el asidero de quienes no tienen verdaderos argumentos ni datos rigurosos. Pero en ocasiones es difícil no sospechar de que algo oscuro se esconde tras algunas noticias. El caso de Julian Assange encaja bien en esa clase de informaciones que parecen responder a un complot fabricado para hacer daño a un personaje incómodo para los Estados más poderosos.

Vaya por delante que el perfil de Assange no es muy de mi agrado. Tiene ese aura de nuevo activista surgido del ámbito de las nuevas tecnologías más preocupado por la repercusión pública de sus acciones que por un trabajo transformador a largo plazo. Pero al mismo tiempo tengo que reconocer que Assange me despierta también una cierta simpatía de quien ha conseguido, como David ante Goliat, poner al descubierto las vergüenzas de quienes gobiernan el planeta. Su figura, por tanto, me provoca sentimientos encontrados.

Sea como fuere, Wikileaks ha sido uno de los fenómenos más interesantes de los últimos tiempos. Con tan solo un dominio de una página web con un diseño más bien ramplón y con un puñado de contactos, ha conseguido no solo sacar a la luz las miserias de la diplomacia internacional sino también dar un toque de atención a unos medios de comunicación que estaban dormidos y que necesitaban un revulsivo.

Ahora la situación legal de Assange ha vuelto a convertirse en actualidad por la aceptación de la petición de asilo de Ecuador. Ha conseguido dificultar la extradición a Suecia que podría derivar a su vez en una nueva extradición a Estados Unidos, donde se enfrentaría a cargos muy graves. Y lo más importante, ha trasladado el juego del terreno de lo jurídico al de lo diplomático, donde el Reino Unido ha actuado con una torpeza y una soberbia propia de quien se cree superior por gracia divina. Máxime viniendo de un país que impidió la extradición de Pinochet a España para ser juzgado por crímenes contra la humanidad.

La acusación contra Assange en Suecia es cuando menos sospechosa. Los delitos sexuales son siempre un tema delicado y cuestionar a las denunciantes es peligroso en un mundo donde las mujeres sufren una violencia brutal. Pero el relato de los hechos tiene al menos varias lagunas inexplicables. Se habla no de una violación sino de sexo consentido en el que el acusado no utilizó preservativo, algo que no sería punible en la mayoría de los países del mundo. Y parece que las denunciantes, días después de los hechos, celebraron una fiesta en honor de Assange y publicaron twitts elogiando la figura del australiano. Se habla incluso de conexiones de una de las denunciantes con la CIA a través de organizaciones terroristas de la oposición cubana en el exilio. Estos extremos deberían ser esclarecidos no solo para proteger el derecho de defensa de Assange sino para velar también por los derechos de las presuntas víctimas que, en caso de serlo, deberían verse libres de toda sospecha sobre sus intenciones.

Pero con tantos puntos oscuros en esta historia no es difícil hacer conjeturas sobre conspiraciones y servicios secretos. La historia demuestra que ésta no es una práctica nueva para la inteligencia estadounidense. Las falsas acusaciones permiten desprestigiar a quien se ha convertido en símbolo de la lucha contra las atrocidades norteamericanas y además pueden lograr sentarlo en un banquillo y acabar con el personaje entre rejas de por vida, cuando no en el corredor de la muerte. La situación de Bradley Manning, el soldado norteamericano autor de las filtraciones, invita a sospechar sobre cual puede ser el futuro de Assange.

Existe la posibilidad de que el australiano sea efectivamente culpable de los cargos que se le imputan en Suecia. Parece difícil dudar de la justicia de un país nórdico con una tradición democrática incuestionable. Pero en vista de todo lo anterior, no es descabellado recurrir al complot para explicar el calvario que está sufriendo Assange. No se trata de utilizar las novelas de Tom Clancy para explicar todo lo que sucede en nuestro entorno. Pero es incuestionable que en ocasiones las entrañas de los Estados recurren a la conspiración para eliminar, ya sea en sentido real o figurado, a personajes incómodos. En esta ocasión parece difícil no recurrir a esta explicación. Pero por ser indemostrable conviene también dudar de ella, del mismo modo que conviene dudar de las verdaderas intenciones de quienes han llevado a Assange a la situación legal en la que se encuentra.

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