JOSÉ A. GONÁLEZ CASANOVA
La crisis actual ha confirmado el sentimiento y el afán de millones de seres para que desaparezca de una vez el sistema capitalista, basado desde su origen en la injusta explotación del trabajo humano, el ansia de lucro ilimitado y el expolio destructor de los bienes de la Tierra. El daño que está haciendo a la humanidad y a la naturaleza comienza a ser irreversible y casi tan amenazante como una guerra nuclear. Las alternativas históricas que propugnaban la llamada "revolución social" fracasaron en su combate, debido a la represión de dictaduras reaccionarias –inducidas y sufragadas por el capital–, o a la forzada y astuta "cohesión social" que este supo crear mediante una socialdemocracia manipulada, dividiendo y comprando a las clases trabajadoras con el señuelo del bienestar tras siglos de miseria y, sobre todo, inyectando en toda la ciudadanía como "pensamiento único" su materialismo, su ética individualista y su ideología conservadora. Esto convirtió a los revolucionarios en "profetas desarmados". Dos siglos de luchas, sacrificios y muertes
parecían perdidos.
Con el ascenso político del liberalismo neocon, la caída del imperio soviético y el nuevo imperialismo globalizador, se auguraba nada menos que el fin de la Historia. La economía capitalista respondería a la verdad matemática de una ciencia natural, que, siempre a la larga, se acabaría imponiendo a las mentes sensatas por ser la única en dar riqueza y felicidad a todos los habitantes de la tierra. Sin embargo, la radical crisis presente le ha dado la razón a más de media humanidad y a todos cuantos en el pasado –pensadores, políticos dirigentes obreros–, ya habían diagnosticado la naturaleza irracional, injusta y a menudo criminal de un sistema histórico ya sin futuro en una sociedad de personas libres e iguales, democrática, solidaria y deseosa de la paz perpetua entre los pueblos.
Pero la oligarquía global capitalista es una dictadura que no se rinde fácilmente. Promete refundarse y chantajea a los Estados con el síndrome de Sansón: si los Gobiernos democráticos, en vez de apoyarla y sustentarla, derriban los pilares de su poderoso templo de mercaderes corruptos, las ruinas de su techo aplastarán a los ciudadanos. Por tanto, todo proyecto de sustituir el sistema imperante de forma pacífica y democrática, si bien radical, ha de contar con tal amenaza y tener muy claros los datos del problema mundial planteado.
Ante todo no debe olvidarse que ya no hay más soluciones económicas eficientes que las aplicadas por una acción política que recoja, aglutine, dirija y conserve la indudable fuerza social anticapitalista existente en todo el mundo. Pero dicha fuerza política ha de movilizar a una población todavía resignada, apática, temerosa e insolidaria, la cual, por ser víctima del sistema, carece de cultura suficiente para tener conciencia de una participación democrática combativa.
Por otro lado, ya no cabe el "socialismo en un solo país", y los Estados, sin un acuerdo internacional revolucionario, no pueden combatir a la mafia sin fronteras: tanto a la dictadura oligárquica financiera, más o menos legal, como a la "economía criminal" que mueve billones en todo el planeta. Sólo una ONU renovada y democratizada podría ser el embrión de una gobernanza global. Por ahora, el gran promotor de la protesta anticapitalista, el Foro Social Mundial, es la única alternativa, pero aún carece de unidad en una acción política influyente y eficaz.
Ante tanta dificultad, cabe el pesimismo, pero eso supone ignorar que la crisis actual se gestó hace 20 años y que el sistema ya ha iniciado su suicidio por éxito y también la futura alternativa social, política y económica. En Sudamérica, por ejemplo, la carencia de gobiernos que gobernaran de verdad ha obligado a sustituir su inacción social por comunidades de base autogestionadas, en la línea de la breve experiencia anarquista catalana de 1936 (sin sus excesos), que inspiró al comunismo yugoslavo entre 1945 y l970. Y es que el Estado hace tiempo que también sufre una profunda crisis por falta de confianza ciudadana y su dependencia del capitalismo mundial.
Los partidos políticos de izquierda pierden votantes, desencantados y hartos y, si no son ellos los que se refundan radicalmente, desaparecerán del mapa. Queda la esperanza de los movimientos sociales (ecologismo, pacifismo, feminismo), mas deben organizarse políticamente para compensar la tentación populista-fascista de las masas fomentada por el capital, como hizo tras la crisis norteamericana del 29.
La urgente tarea de presentar una alternativa positiva al capitalismo es harto difícil, pero no imposible. La utopía ya no carece de lugar (topos). Se practica hoy por la acción de muchos "viejos topos" que horadan los cimientos del sistema y abren las brechas por donde, como decía Walter Benjamin, pueda penetrar la esperanza mesiánica y "la energía revolucionaria de lo nuevo".
José A. González Casanova es Catedrático de Derecho Constitucional y escritor
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