Ildefonso Hernández Aguado
Los españoles vivimos muchos años. Tenemos una esperanza de vida de las más altas del mundo: por encima de 84 años de media las mujeres y de 77 los hombres; y, aún así, podemos mejorar en tiempo y calidad de vida. Varios problemas de salud pública nos preocupan: desde las desigualdades sociales generadoras de importantes problemas de salud, hasta la exposición al tabaco o la contaminación atmosférica. Decenas de miles de muertes son atribuibles a las causas mencionadas, sin embargo, son mucho menos perceptibles que las causadas por una infección que ha sido declarada pandemia por la OMS, la pandemia por H1N1 2009.
Esta declaración, junto a otras razones, que precisan un examen más detallado, explica la especial atención que recibe la nueva gripe. La epidemia se está comportando en el hemisferio norte de forma benigna, como también lo ha hecho en el hemisferio sur, donde ya se han enfrentado a ella en invierno y sin vacuna, causando un número de muertes menor que la gripe estacional. Sin embargo, es escasa la experiencia científica sobre el comportamiento que tienen los nuevos virus de la gripe y no se puede saber con absoluta certeza qué va a ocurrir. Como se trata de un nuevo virus frente al que la mayor parte de la población no tiene defensas, es esperable que a partir del otoño afecte a un porcentaje elevado de personas y produzca un determinado número de hospitalizaciones que, en ciertos casos, podrían complicarse. La obligación de los responsables públicos es dar respuesta, precisa y a tiempo, a lo que es previsible, sin obviar adversidades que parecen menos verosímiles. La intervención conjunta de los poderes públicos y de la sociedad está siendo la adecuada. Se está realizando una vigilancia epidemiológica exhaustiva en la que colabora un entramado amplio de trabajadores públicos, desde profesionales hospitalarios y de atención primaria hasta los de salud pública, lo que nos permite conocer en cada momento cómo se comporta la enfermedad y qué frecuencia tiene. Los servicios sanitarios se han preparado ante posibles picos de demanda, para que haya recursos suficientes ante cualquier contingencia. La excelente calidad de partida de nuestro sistema de salud lo facilita.
La dispensación de la vacuna (cuando llegue) a los grupos diana, una vez comprobada su eficacia y seguridad, será rápida y bien organizada, pues España está acostumbrada a vacunar a extensos sectores de su población con buenas coberturas. Se están fomentando las prácticas preventivas en la población tanto a través de campañas generales de información como mediante la colaboración iniciada por todos los agentes sociales en medios especialmente sensibles, sea el laboral o la educación. La participación de un inmenso número de ciudadanos en cada una de las acciones es digna de elogio. Alguno considerará que queda algo pendiente, pero recordemos que debemos actuar proporcionalmente a la magnitud del problema y conviene no exagerar, ni perder la serenidad ni la mesura necesarias. Es apreciable el alto grado de coordinación del Ministerio de Sanidad y Política Social con los servicios de salud de las comunidades autónomas, colaborando estrechamente y adoptando las medidas por unanimidad. Es fundamental también la colaboración de las sociedades científicas y las organizaciones profesionales sobre cuyos fundamentos científicos se han sustentado las acciones políticas. La aplicación de un plan ya previsto y la puesta en marcha de dispositivos bien articulados entre las partes interesadas nos permite afrontar este problema y además asentar, aún más si cabe, las bases que nos preparen para cualquier otra crisis en el sector de la salud. Ante la gripe, la sociedad y las instituciones han entendido que cuando se trata de un problema de salud pública no valen los conflictos ni las deslealtades. Se ha trabajado de forma que aquellos que despliegan las alas de la crítica frívola o las exigencias desabridas se arriesgan a tener que guardarlas pronto en el lecho oscuro de la ignominia.
Sí tenemos que atender a la crítica leal y tratar de conseguir el difícil equilibrio entre la respuesta precisa y la alarma innecesaria. Hay que conseguir también que la movilización que se produce ante asuntos de especial atracción sirva también para el trabajo cotidiano y perseverante frente a otros problemas de salud pública de mucha mayor magnitud.
Si la gripe ha tenido la virtud de demostrar que el trabajo bien guiado y compartido entre las instituciones y la sociedad es posible, habrá que intentarlo también frente a otros retos más difíciles, donde verdaderamente se labra el futuro de la salud de los españoles. Cuando hablamos de la salud de los españoles, hablamos también salud global. Por ello el Ministerio de Sanidad y Política Social, ante la pandemia de gripe H1N1 2009, no sólo se ha coordinado con las organizaciones internacionales, sino que ha influido en ellas, promoviendo que las intervenciones se basen tanto en las evidencias científicas como en los valores que están en la raíz de la salud pública como son la solidaridad y la equidad.
No nos equivoquemos; no hay casi enfermedades que se distribuyan al azar, y mucho menos sus efectos. La gripe, como todos los problemas de salud, afecta más a los grupos sociales vulnerables y de ahí la necesidad de seguir trabajando para conseguir la equidad. Eso significa asegurarse de que cada vez haya menos poblaciones vulnerables en el amplio sentido social de la palabra. En este momento, y por lo que a la gripe concierne, también trabajamos para garantizar que las personas menos favorecidas o más vulnerables puedan adquirir también las imprescindibles prácticas preventivas y puedan hacer un uso adecuado de los servicios de salud.
Ildefonso Hernández Aguado es Director General de Salud Pública y Sanidad Exterior del Ministerio de Sanidad y Política Social
Ilustración de Mikel Jaso
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