Dominio público

Haití no es un desastre natural

Vicenç Navarro

VICENÇ NAVARRO

haiti-cmyk.jpgLa enorme tragedia en Haití se ha presentado en la gran mayoría de los medios de información españoles como una catástrofe natural resultado de un terremoto de inusitada violencia que ha generado una gran respuesta humanitaria liderada por EEUU. Tal interpretación de lo ocurrido en aquel país es errónea. Varios rotativos han señalado que incluso en la capital, Puerto Príncipe, los barrios pudientes apenas fueron afectados por el terremoto, con un número relativamente menor de daños, los cuales se concentraron en los barrios populares y pobres, donde vivía la gran mayoría de la población. Según declaraciones del propio alcalde de la ciudad, el 75% de las viviendas eran de muy pobre construcción, y el 80% de la población vivía en niveles de gran pobreza. No fue el terremoto en sí, sino la inexistente protección de la mayoría de la población, lo que creó la gran tragedia.
Lo primero que hay que acentuar es que, en contra de lo que dicen la mayoría de los medios de información, Haití no es, ni nunca ha sido, un país pobre. En realidad, fue siempre un país muy rico. En 1780, por ejemplo, el 60% del café y el 40% del azúcar consumido en Europa era producido en Haití. Pero, aunque el país era rico, su población era muy pobre: en realidad, el 60% eran esclavos en una colonia francesa. Su rebelión dio pie, más tarde, al establecimiento de una república, la segunda república que se estableció en las Américas, después de la estadounidense.
Más tarde, los problemas de Haití surgieron, en gran parte, debido a su proximidad a EEUU y el deseo de las compañías estadounidenses (muy influyentes sobre el Gobierno federal de EEUU) de asegurarse el control de los recursos del país, lo cual determinó la intervención activa y repetida (16 veces en el siglo XX) de aquel Gobierno (incluyendo a sus famosos marines) en las políticas del país. Estas intervenciones fueron siempre resistidas, lo que convirtió la historia de Haití de los siglos XIX y XX en una historia de revueltas populares reprimidas por las élites dirigentes y apoyadas siempre por el Gobierno de EEUU. Una de las más recientes fue el golpe militar que impuso Papa Doc Duvalier, que dirigió uno de los regímenes más corruptos y represivos que hayan existido en las Américas. Fue este Papa Doc al que la Madre Teresa llamó "el gran amigo de los pobres", (en respuesta a las donaciones de Duvalier a sus compañías de caridad en Haití). Tal "amigo de los pobres" gobernó y arruinó al país durante 28 años. Fue sucedido por su hijo, el igualmente corrupto Baby Doc, Jean Claude Duvalier, cuyos Tonton Macoutes mataron a más de 60.000 opositores. El Gobierno federal de EEUU apoyó tales dictaduras. Una rebelión forzó a Baby Doc al exilio.
Más adelante, la población, en una de las pocas elecciones que se permitieron, eligió a Jean-Bertrand Aristide con un programa que incluía propuestas altamente populares como la reforma agraria, la reforestación de la tierra (desertizada por una sobreexplotación de la tierra por las compañías extranjeras), la sindicalización de los trabajadores en las empresas textiles (que eran famosas por las condiciones infrahumanas de sus trabajadores) y el aumento de salarios. Fue depuesto por un golpe militar en 1991, permitiéndosele que volviera en 1994 con la condición de cambiar sus políticas públicas, adaptándolas a las políticas neoliberales propuestas por la Administración Clinton. Aristide se resistió a desarrollar tales políticas, lo que generó un bloqueo económico por parte del Gobierno estadounidense que terminó con la expulsión de Aristide del Gobierno de Haití y su exilio. En su lugar, el Gobierno estadounidense y tropas de las Naciones Unidas impusieron un Gobierno títere, presidido por Gérard Latortue, altamente corrupto, que desmanteló las reformas realizadas por el Gobierno Aristide, desarrollando políticas neoliberales que destrozaron la agricultura nativa del país. Al eliminar la protección de la agricultura nativa, la desregulación de los mercados a nivel internacional, llamada globalización, destruyó la economía de Haití –que había sido un país exportador de arroz y azúcar–, pasando a ser importador de ambos productos, pues el arroz y azúcar importados se vendían en el mercado doméstico a un precio menor que el producido en el país.

En el año 2006, se permitieron elecciones de nuevo (aunque no aceptaron que Aristide participara y le forzaron a continuar en el exilio) y salió elegido René Préval. Préval había sido en su día aliado de Aristide, pero su Gobierno se coligió con EEUU siguiendo las políticas neoliberales dictadas entonces por la Administración Bush, lo que continuó afectando negativamente la infraestructura económica del país. En este sistema neoliberal, la pobreza la iban a resolver las Organizaciones No Gubernamentales (Haití es el país con mayor densidad de ONG en el mundo), todas ellas realizando su actitud caritativa, apoyadas por las instituciones de ayuda internacional. Mientras, Aristide no podía volver a Haití y su partido, Fanmi Lavalas (que era, ampliamente, el más popular), estaba y aún hoy continúa prohibido: Haití iba a celebrar elecciones el próximo mes, de las que Aristide y su partido estaban excluidos.
En realidad, una de las preocupaciones del Departamento de Defensa de EEUU es que el terremoto dé pie a una revuelta popular, tal como ocurrió en los años setenta en Nicaragua después de un terremoto similar (aunque con menor intensidad). De ahí la invasión de Haití por los marines bajo el argumento de "mantener la seguridad".
A la luz de estos hechos, hablar de desastre natural (o, como ha dicho el cardenal Rouco Varela, "de voluntad de Dios") es asignar a la naturaleza o a un poder sobrenatural la responsabilidad de una situación de la cual se conocen fácilmente los culpables, incluyendo a los supuestos benefactores. Tanta "ayuda humanitaria" sirve para ocultar las causas políticas de la pobreza (ver "Las causas de la pobreza mundial", Público, 29-10-09). Lo que Haití necesita es que se le permita a la población poder desarrollar el sistema político y económico que desee, sin obstaculizar su desarrollo económico y sin demonizar a las fuerzas que intentan romper aquellas enormes estructuras opresivas, tal como está ocurriendo en otros países del mismo continente.

Vicenç Navarro es catedrático de Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y profesor de Public Policy. The Johns Hopkins University

Ilustración de Mikel Jaso

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