La decisión del presidente Zapatero con el apoyo de la mayoría de grupos parlamentarios, desde el PP hasta Iniciativa Per Catalunya, nos han involucrado en la cuarta guerra no declarada en los últimos diez años, una guerra que como las anteriores se desarrolla casualmente en un territorio con importantes recursos naturales.
En esta ocasión se nos quiere convencer de que estamos en una situación radicalmente diferente de las anteriores guerras, para justificar unas acciones bélicas que vuelven a situar a España del lado de los agresores. Por ello es necesario poner algunas cosas en su sitio, al menos para que la opinión publica no oiga sólo un argumentario y tenga elementos diferentes con los que formar su juicio.
Para empezar se dice que de lo que se trata es de frenar un genocidio, pero la realidad es que se ha rechazado la mediación de un grupo de países que, como Brasil, pretendían explorar una vía pacífica para la resolución del conflicto. También se nos dice que las acciones militares no buscan la eliminación de Gadafi, pero se bombardea su residencia.
Se nos dice que se actúa en función de un mandato de Naciones Unidas, pero se oculta que las acciones militares de la coalición están sobrepasando claramente este mandato, que se limita a conseguir una zona de exclusión aérea y no autoriza agresiones a poblaciones y el citado bombardeo de instalaciones como el palacio de Gadafi, ni mucho menos el apoyo militar a una de las partes en conflicto.
Se nos dice que se quiere evitar una masacre en Libia mientras se mira para otro lado cuando la violencia la cometen regímenes amigos, o cuando se mantiene la ocupación ilegal del territorio palestino por Israel o se atropella al pueblo saharaui.
Es evidente que los intereses de EEUU y de sus aliados no son ni mucho menos los anunciados, que la liberación del pueblo libio nada les importaba cuando recibían a Gadafi con todos los honores, le entregaban las llaves de oro de Madrid con la presencia de todos los grupos municipales menos el de IU, o cuando recibían regalos y celebraban fiestas en su honor; está claro que sólo el control del petróleo mueve esta acción en la que los ciudadanos libios son meras piezas en un tablero que se mueve desde la OTAN.
Quienes defendemos un orden internacional basado en la cooperación y la solidaridad entre pueblos nos rebelamos contra una organización militar como la OTAN, que representa el dominio de los poderosos y que impone la lógica de la fuerza militar sobre la lógica de la búsqueda de la solución pacífica de los conflictos.
No se trata de buscar similitudes o diferencias entre las guerras de Afganistán, Irak o Libia, sino de preguntarnos por qué no se han agotado las vías de negociación, por qué no se ha dado un margen de tiempo para que Gadafi cumpliera el acuerdo de la ONU. Se trata de preguntarnos a dónde nos lleva el camino iniciado, porque está claro que la OTAN y el Pentágono no suelen quedarse a mitad de camino cuando inician una agresión.
Con toda seguridad, las respuestas a estos interrogantes nos llevarían a la necesidad de dar salida a la industria de armamentos –resulta curioso, por cierto, lo fácil que aprueban los altísimos gastos que supone nuestra participación en la guerra y lo difícil que es conseguir que se aprueben políticas de gasto social–, a la intención de realizar una acción que haga patente el dominio de la OTAN sobre una zona en ebullición popular como aviso a los pueblos que planeen otro camino "hacia la democracia" que no sea el que decida la Casa Blanca, el FMI o la OTAN, y sobre todo, como ya he dicho, al objetivo de apoderarse de los recursos naturales, en este caso del petróleo.
Por todo ello considero que esta guerra no responde ni a los intereses del pueblo libio, ni a la necesidad de cambios en esa zona del mundo, ni mucho menos al deseo de conseguir un mundo más pacífico, sino todo lo contrario. Por ello la oposición a la guerra de Libia cobra el sentido de resolver los problemas mediante mecanismo pacíficos; y tiene el objeto de apoyar la necesidad de que la OTAN no sea quien determine la democracia a desarrollar en ningún país del planeta, y tiene la fuerza de la solidaridad con todos los pueblos que luchan contra el imperialismo.
En consecuencia, es un no a la guerra que denuncia la sumisión de un presidente del Gobierno que ha pasado de no levantarse al paso de la bandera de EEUU como protesta por su belicismo a ponerse de rodillas ante la bandera de la OTAN iniciando una acción militar. Y, sobre todo, es un sí a la paz que defiende la necesidad de apoyar el derecho de los pueblos a ser dueños no sólo de su destino político, sino también del disfrute de sus riquezas naturales actualmente expoliadas por las grandes potencias.
José Luis Centella Gómez es Secretario General del Partido Comunista de España
Ilustración de Yankelevich
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