JOSÉ ANTONIO MARTÍN PALLÍN
En el verano de 1936, las potencias mundiales decidieron, con Reino Unido a la cabeza, que no habría intervención en España porque, según sus informes, si el golpe de los militares era aplastado se instauraría una república soviética en la que los anarquistas serían un factor primordial. En aquellos momentos, el peso parlamentario de tan extraña mezcla era insignificante.
En el verano de 2011, especulaciones parecidas se están proyectando sobre la situación sangrienta que vive Siria ante la mirada dubitativa de las potencias mundiales. Ha costado ríos de sangre lograr que el Consejo de Seguridad realice una tímida condena de los bestiales ataques de las autoridades sirias.
Una vez más, los estrategas de la geopolítica, que manejan el mundo como si fuera un tablero de ajedrez, desdeñan u olvidan los fracasos y las tragedias del pasado. Han concluido que los movimientos profundamente democráticos de los ciudadanos sirios no son de fiar y pueden desembocar en una dictadura teocrática de tinte iraní. La Liga Árabe ha sido más rotunda y Arabia Saudí ha llamado a consultas al embajador en Damasco. Las presiones aumentan, pero el numantinismo del régimen no cede.
El dilema pasa por mantener las dictaduras asesinas cuya única respuesta ha sido vaciar las armas de fuego, tanques y cañones incluidos, contra ciudadanos que sólo responden alzando sus manos para reclamar dignidad y derechos. La historia, cuando degenera en parodia, tiende a repetirse inexorablemente. No se puede condescender por razones geoestratégicas con crímenes de lesa humanidad.
Las potencias mundiales, para reforzar sus tesis no intervencionistas ante una tragedia que nos golpea a diario en los informativos de las televisiones, manejan infinidad de tópicos que han arraigado entre algunos analistas del mundo árabe. Se insiste en achacar la inestabilidad interna a los enfrentamientos religiosos entre dos ramas del islam: suníes y chiíes. La realidad es bien distinta. Los movimientos sociales que conforman lo que se conoce como la Primavera Árabe son absolutamente transversales. Se integran por laicos, intelectuales, profesionales e incluso religiosos no integristas que se movilizan como cualquier ciudadano universal al grito de "ya no aguanto más". La necesidad vital de justicia y libertad es común a todos los que claman en las plazas y calles de la mayoría de los países del mundo árabe.
La frialdad característica de los panegiristas de la realpolitik siempre desemboca en conflicto. Lo más sencillo es refugiarse en la conclusión de que más vale un dictador sanguinario que una masa que pide a gritos algo tan revolucionario como la libertad, la justicia y la democracia. Ante la ausencia de un camino seguro se opta por lo establecido, aunque sea una brutal dictadura. Parece como si el miedo a la libertad se hubiera instalado en la política de las potencias mundiales. Los argumentos que manejan no carecen de fantasía. Sostienen, con aire de suficiencia, que una intervención militar en Siria provocaría la inmediata respuesta de Irán y Hizbolá. Los primeros, después de sus últimas elecciones, saben que no pueden embarcarse en aventuras militares en otro país islámico sin comprometer la estabilidad del régimen de los ayatolás. Hizbolá, movimiento que propugna la liberación del mundo árabe, no tiene un discurso preparado para oponerse a la marea democrática sin comprometer su protagonismo político.
Al final, cuando se desmontan los argumentos, siempre aparece el fantasma de los Hermanos Musulmanes. La realidad nos dice que se ha transmutado en un movimiento islamista moderado que aspira a construir el sueño del panarabismo. Turquía, país donde tienen un importante protagonismo político después de sus múltiples intentos de llegar a las puertas de Viena y entrar en la Unión Europea, ha encontrado su misión histórica en Oriente Medio. La
cerrazón de los integristas cristianos y la virulencia de los nuevos racistas la han impulsado hacia sus orígenes históricos. La sangrienta masacre de Oslo y el trasfondo de redes sociales en las que se alimenta el odio al islam no invitan a seguir con el intento.
El dictador sirio, buscando desesperadamente una salida, ensaya la jugada de apertura al multipartidismo anunciando elecciones libres y justas. Las eleccio-
nes tienen que ser libres, a veces son justas pero necesariamente tienen que ser limpias. Ya estamos acostumbrados a las farsas electorales que oficiaba Mubarak con la etiqueta de la socialdemocracia. Abrir la ventanilla a otros partidos políticos sin la garantía de unas elecciones limpias supone levantar un simple decorado cuando lo que se necesita son cimientos sólidos para construir una nueva democracia.
Bashar al Asad debe afrontar sus responsabilidades ante los tribunales de justicia de una democracia siria o ante el Tribunal Penal Internacional. Es difícil que las autoridades que resulten democráticamente elegidas puedan pasar página como se propugna desde algunos foros internacionales. Los mensajes estereotipados que sólo ofrecen la reconciliación entre los que disparan y los que mueren suenan a palabras vacías o a meras consignas. Es difícil poner la otra mejilla cuando te la ha destrozado un tanque.
En España, las potencias mundiales dejaron indefensa a la democracia. Las consecuencias son del todo conocidas. Que no se repitan en Siria.
José Antonio Martín Pallín es miembro de la Comisión Internacional de Juristas de Ginebra y exmagistrado del Tribunal Supremo
Ilustración de Federico Yankelevich
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