Dominio público

Una crisis bancaria

James K. Galbraith

Economista. Profesor de la Universidad de TexasIlustración de Iker Ayestaran

James K. Galbraith
Economista. Profesor de la Universidad de Texas
Ilustración de Iker Ayestaran

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La crisis de la eurozona es una crisis bancaria presentada como una crisis de deudas nacionales y complicada por ideas económicas reaccionarias, una arquitectura financiera defectuosa y un medio político tóxico, especialmente en Alemania, Francia, Italia y Grecia. Al igual que en EEUU, la crisis bancaria europea es resultado de un exceso de crédito a prestatarios débiles: para vivienda en España, para inmuebles comerciales en Irlanda, para el sector público en Grecia. Los bancos europeos se apalancaron para comprar hipotecas tóxicas estadounidenses y, cuando estas colapsaron, comenzaron a deshacerse de sus débiles bonos soberanos para comprar otros fuertes, empujando al alza las primas de riesgo y sumiendo a la periferia europea en la crisis. Grecia era simplemente la primera pieza de dominó.

En todas las crisis de este tipo, la primera defensa de los bancos es clamar sorpresa – "¡Nadie lo podía haber sabido!"– y culpar a sus clientes de ser imprudentes y tramposos. Esto es cierto, pero oculta el hecho de que los banqueros fomentaron mucho los créditos mientras les reportaban grandes beneficios. Esa clase de defensa funciona mejor en Europa que en EEUU, porque las fronteras nacionales separan a prestamistas de deudores, aliando a los líderes políticos de Alemania y Francia con sus banqueros y permitiendo agitar un relato nacional-racista del tipo "griegos perezosos", "italianos irresponsables", etc.

Apuntalar el poder de los bancos en la Europa prestamista responde a una sensibilidad calvinista que ha convertido los superávits en señal de virtud y los déficits en sinónimo de vicio, transformando en fetiches la desregulación, la privatización y el ajuste orientado por el mercado.

A medida que se desarrolla este proceso, los alemanes cosechan las rentas y aleccionan a sus endeudados clientes para que recorten salarios, vendan sus activos y renuncien a sus pensiones, colegios, universidades, servicios de salud (muchos de los cuales eran ya de segunda clase). Últimamente, las lecciones se han convertido en órdenes, dictadas por el FMI y el Banco Central Europeo (BCE), lo que transmite a los nuevos peones europeos de la deuda el mensaje de que ya no viven en estados democráticos.

La arquitectura de la eurozona empeora aún más las cosas en dos sentidos. Primero: la UE ha pagado durante años alguna compensación a sus regiones más pobres, pero esos fondos estructurales nunca han sido adecuados y hoy están bloqueados por unos requisitos de copago casi imposibles de cumplir. Además, la eurozona carece de canales de redistribución interregional para los hogares que ha desarrollado EEUU en muchos ámbitos. Segundo: el BCE rehúsa resolver la crisis de un golpe, lo que podría hacer comprando bonos de los países débiles y refinanciándolos. El argumento para no hacerlo es el denominado "riesgo moral", basado en miedos rancios a la inflación; pero el motivo real es que hacerlo supondría a los prestamistas admitir una pérdida de control sobre el BCE. La eurozona ha preferido crear un gigantesco CDO tóxico llamado Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, que podría convertirse pronto en un gigantesco CDS aun más tóxico (al igual que AIG, lo llamarán "seguro"). Esto puede postergar el pánico, a lo sumo, durante un tiempo breve.

Las soluciones técnicas existen. La más desarrollada es la Propuesta modesta de Yanis Varoufakis y Stuart Holland. Consiste en: 1) Convertir hasta el 60% del PIB de la deuda de cada país de la eurozona en un bono común europeo, emitido por el BCE; 2) Recapitalizar y europeizar el sistema bancario, rompiendo el control de los bancos nacionales sobre los políticos nacionales; y 3) Crear un programa estilo New Deal de proyectos de inversión a través del Banco Europeo de Inversiones. Otras propuestas incluyen la de Kunibert Raffer, que plantea un régimen de insolvencia soberana inspirado en el estatuto municipal de quiebra de EEUU; la de Thomas Palley, que sugiere un nuevo "banquero gubernamental"; o la de Jan Toporowski, partidario de un
impuesto sobre el balance de los bancos para retirar el exceso de deuda pública.

Son las mejores ideas y ninguna se pondrá en práctica. La clase política europea es, en estos días, una materia forjada por desesperados banqueros y votantes furiosos, no menos en Alemania y Francia que en Grecia o Italia. Los discursos están cerrados a las ideas frescas y la supervivencia política se basa en ir pateando latas en la calle con tal de no afrontar que esta es una crisis bancaria. La suerte de los débiles es, en el mejor de los casos, incidental. Así, cada encuentro de ministros de Finanzas y primeros ministros resulta en peligrosas medidas a medias y evasivas legales.
La fragilidad política también explica la furia en Alemania y Francia cuando Yorgos Papandreu intentó cortar el nudo de sus ministros rebeldes, la oposición irresponsable y la ciudadanía iracunda sometiendo a referéndum el último paquete de austeridad. La maniobra le resultó fatal a Papandreu. ¡Dios ayude a los banqueros!

Grecia e Irlanda están siendo destruidos. Portugal y España están en el limbo y la crisis se desvía a Italia, que está siendo colocado bajo una receta dictada por el FMI mientras escribo estas líneas. Mientras, Francia lucha por retrasar la (inevitable) degradación de su rating AAA recortando cada programa social y de inversión.

La Europa deudora se está deslizando hacia la ruptura social, el pánico financiero y, en últimas, la emigración, que se presenta, una vez más, como la salida para muchos. No obstante –y esta es otra diferencia con EEUU–, la gente allá no ha olvidado por completo cómo luchar. Las manifestaciones y huelgas generales van en aumento. Nosotros estamos en el punto en que las estructuras políticas no ofrecen ninguna esperanza y el testigo ha de pasar, más bien pronto, a manos de la resistencia. Quizá esta no sea capaz de mucho... pero ya veremos.

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