Julio Anguita, excoordinador general de Izquierda Unida
Primera entrega de una serie de ocho artículos en los que se sintetiza la intervención de Julio Anguita en el Ateneo de Madrid el pasado día 9 de Marzo.
Va siendo hora de que los hombres y mujeres que nos reclamamos de la izquierda asumamos con todas sus consecuencias que hemos perdido la guerra. No se trata de una derrota parcial en una fase histórica precisa del desarrollo del sistema al que, mal que bien, hemos combatido. Es el final de un enfrentamiento multisecular que se ha saldado con el cadáver del vencido yaciendo en el campo de batalla.
Y la hemos perdido quienes nos hemos sentido ligados al desarrollo y vicisitudes de la lucha a través del proceso histórico que ha alumbrado la aparición de la Primera Internacional, la Segunda, las Dos y Media, la Tercera y la Cuarta. El Manifiesto Comunista, los proyectos de emancipación social protagonizados por los llamados utópicos, la Comuna de París, la Constitución de Weimar de 1919, la Soviética de 1936, el keynesiano Estado del Bienestar o la solemne Declaración de Derechos Humanos de 1948 son los hitos más emblemáticos de unos desarrollos sociales y teóricos que al día de hoy parecen arrumbados y exhibidos como trofeos en las vitrinas y expositores de los vencedores.
Pero la derrota se extiende mucho más allá. También han sido debelados los conceptos, valores y conquistas del pensamiento liberador que han supuesto La Ilustración, el Derecho, la Democracia, la Cultura como liberación y con ellos el ideal constitucional de la llamada Soberanía Nacional.
Los clásicos, cordiales y reconfortantes altares donde otrora se alzaban los dioses de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad han sido derribados y con sus ruinas se han erigido otros en los que campean las tres divinas personas de la trinidad capitalista: Mercado, Competitividad y Crecimiento Sostenido.
Los corifeos del sistema ya no consideran necesario conservar las formas, el lenguaje y los modos convencionales de la relación interpersonal; para ellos y así lo confirman con sus hechos y escritos públicos, la Democracia contiene un peligrosos gen que desemboca en una doble manifestación patológica: el populismo y la demagogia; males estos que deben embridarse con los mecanismos correctores proporcionados por los mercados.
Quienes han ligado total o parcialmente sus vidas a luchar por las ideas y propuestas de plena emancipación humana han dejado de ser tratados como enemigos a los que se debe reducir a la mínima expresión, como ya se intentara e hiciera mediante la creación y desarrollo protegido de los fascismos de cuño clásico. Ahora los medios de comunicación, constituidos en potentes empresas encargadas de fomentar la mentalidad sumisa, convienen en presentar a los luchadores irredentos como orates, anacrónicos, mesiánicos o- en el colmo de la manipulación lingüística- como utópicos. Desde el Infierno creado para ellos, se les ha confinado a perpetuidad en el Limbo.
Así en el imaginario colectivo de las muchedumbres, la noción de culpa a causa de haber vivido por encima de las posibilidades se ha introyectado en sus mentes, las ha abducido y desde esta posesión va preparando el terreno para la configuración de una nueva y masiva Internacional: la de los resignados. Es la perfecta dominación: convertir a cada ser en su propio vigilante cuando no en verdugo.
Así, de esta manera, el concepto Modernidad que desde el Renacimiento significaba centralidad humana ha degenerado en una idea ligada a la cibernética, la ofimática o la comunicación paroxística. El paradigma es el del mono adiestrado.
Y si mis palabras resultan hirientes, exageradas o inconvenientes sugiero que se haga el ejercicio de retrotraerse veinte años atrás y a la luz del candoroso y lábil discurso europeísta de entonces contémplese la actual situación de la UE. Ni las ruinas de Itálica son comparables.
Comentarios
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