JUAN J. DOLADO
La cascada de malas noticias sobre la economía española está poniendo de manifiesto los intereses ocultos de buena parte de los medios de comunicación en España a la hora de analizar el progresivo frenazo en nuestras cifras de crecimiento y empleo después de una década prodigiosa. Es especialmente llamativa la crítica feroz de los medios que se autocalifican como liberales frente a la tibieza de las medidas de política económica adoptadas por el Gobierno. Corren ríos de tinta en tribunas de prensa y caudales de discursos pretendidamente ortodoxos en tertulias radiotelevisivas sobre la debacle que se nos avecina.
La publicación por parte del INE de la cifra de crecimiento intertrimestral del PIB en un 0,3%, la tasa más baja desde 1995, y las predicciones a partir de la Encuesta de Población Activa del primer trimestre de que nuestra tasa de paro puede alcanzar dos dígitos al final de 2008 han encendido todas las alarmas. La cuestión es si esta alarma social está justificada.
Para analizar los datos, los economistas suelen fijarse en cifras ajustadas de estacionalidad y cambios de calendario, con el fin de distinguir tendencias firmes de movimientos predecibles e irregulares. Por ejemplo, cuando se contemplan estas cifras del mercado laboral corregidas de dichos efectos, se observa que, pese a la fuerte desaceleración del sector de la construcción, el empleo total creció en el primer trimestre en cerca de 14.000 personas, con dos aspectos claramente positivos: el aumento del empleo en la industria, que empieza a absorber una parte del excedente de mano de obra en el sector del ladrillo, y el descenso en la contratación temporal (-148.000) frente al crecimiento de los contratos indefinidos (+54.000). Por tanto, no se está destruyendo empleo. Sin embargo, el aumento de la población activa en 170.000 personas –cuando hace un año crecía en 110.000 con una mayor tasa de crecimiento del empleo–- ha situado la tasa de paro en un 9,6%. Los flujos de inmigrantes, que parecen responder con un desfase temporal a la mayor debilidad de la economía española, explican este fenómeno de exceso de oferta de trabajo frente a la demanda de dicho factor productivo.
Ante esta situación, diversos medios de comunicación pintan un panorama extremadamente sombrío, con millones de trabajadores inmigrantes deambulando por nuestras calles y con un aumento de la inseguridad ciudadana. Creo que esta perspectiva no se ajusta a la realidad. Muchos de estos trabajadores están sobrecualificados para los empleos que ocupan y, por tanto, tienen la flexibilidad necesaria para ajustarse a nuevos empleos en sectores productivos diferentes. El albañil ecuatoriano puede fácilmente convertirse en tornero.
Además, a diferencia de otros países de destino de nuestro entorno (como Alemania, Francia o Italia), el arraigo familiar de los inmigrantes en España es todavía muy reducido. El objetivo fundamental de estas personas es obtener un umbral de renta suficiente para poder acometer ciertas inversiones en sus países de origen: comprar una casa o un pequeño negocio. Si no lo logran aquí, se irán a otros países menos afectados por la crisis (por ejemplo, a aquellos donde no ha habido una burbuja inmobiliaria como la española) o volverán a sus naciones de origen. En este sentido, los inmigrantes son apátridas: votan con sus pies. Pero es que además los determinantes básicos de la demanda de viviendas en un país cuya población ha aumentado en cinco millones desde principios de siglo y que constituye (con Italia) el primer país de la UE donde los jóvenes permanecen más tiempo en el hogar paterno nos indican que, pasadas las turbulencias financieras, el rumbo de este sector se ajustará necesariamente de nuevo al alza.
Hay otro punto en el debate en curso y es el que gira sobre la conveniencia de reducir impuestos en momentos recesivos del ciclo con el objetivo de aumentar la renta disponible de las familias. Obviamente, se pontifica, el gasto público debería seguir el mismo camino a la baja. Cualquier cosa que pueda hacer el sector público, el sector privado la hará de manera mas eficiente, asegura el latiguillo de moda. Pues bien, vayamos al grano. Miremos a un sector clave en el necesario cambio de rumbo de la economía española hacia su especialización en actividades con mayor valor añadido: el sector de la educación superior. La creación de numerosas universidades privadas en España no ha significado avance alguno, más bien retroceso. Con honrosas excepciones, se trata de universidades de mala calidad, con deficiente docencia y nula investigación. Son simplemente el caladero de aquellos estudiantes procedentes de familias acomodadas que no alcanzan la nota de corte para entrar en la
Se dirá que ésta es una opinión, la mía, personal. No lo digo yo. Lo dice, por ejemplo, el reciente ranking del periódico El Mundo sobre las mejores universidades en cada área de estudio, donde las privadas brillan por su ausencia.
Curiosamente, una gran parte de los jinetes del apocalipsis que abundan en las tertulias radiofónicas y en las páginas de la prensa autodenominada liberal la conforman profesores de estas universidades o proceden de departamentos de otras instituciones públicas con escasísima reputación.
A modo de ilustración, acabaré relatando un caso en el que me he visto afectado recientemente. Hasta hace poco, yo pertenecía al Consejo Asesor del diario Expansión y de la revista Actualidad Económica, absorbidas por un poderoso grupo editorial, Unidad Editorial, cuyo periódico, El Mundo, colabora desde el máximo nivel con la cadena de radio más crítica con el Gobierno socialista desde 2004. Nada que objetar, pues los anteriores directores de dichos medios de prensa económica permitían gran diversidad de opiniones en sus tribunas de firmas. Es decir, libertad de prensa en sentido literal de la palabra. Sin embargo, he aquí que, desde hace un tiempo, empezaron a publicar columnas de uno de estos autodenominados "profesores", con nula actividad académica y despechados por el fracaso electoral de su partido favorito, del que esperaba alguna prebenda en caso de éxito.
Los artículos estaban llenos de calumnias e insultos, amén de razonamientos económicos muy deficientes, inadecuados totalmente al estilo del diario en que aparecían. Como miembro del Consejo, protesté, postura compartida por otros consejeros y periodistas. La respuesta fue que se trataba de un protegido del responsable máximo del grupo editorial, cuya estrategia de acoso para estos cuatro años es dejar en segundo plano la Kangoo y las mochilas para centrarse en cebar el desastre económico.
Total, que inmediatamente dimití porque, modestamente, prefiere uno a los libertarios que a los liberales de chicha y nabo.
Juan J. Dolado es catedrático de fundamentos del análisis económico de la Universidad Carlos III
Ilustración de Mikel Jaso
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