Firmas Olímpicas

Dos españoles por cada lituano

Se notaba a Antonio Díaz Miguel algo tenso en la rueda de calentamiento. Corbalán, no podía jugar por su dolor en el abductor y tendrían que ser Llorente y Solozábal los que llevaran la batuta durante los 40 minutos. Pero la táctica estaba clara. Nuestros aleros debían enchufarse para suplir esos puntos con los que Juanito solía amenazar las defensas. Contábamos con la seguridad de Epi, con la experiencia de Iturriaga manejando los ataques más comprometidos.

Además, teníamos a Margall de refresco, y a Beirán como tirador de emergencia. Aunque las diferencias finalmente estarían cerca del aro: balones a Fernando Martín en el poste bajo, para cargar de faltas a sus sucesivos defensores, mientras Andrés Jiménez y De la Cruz peleaban cada rebote y Fernando Arcega se abría o cerraba por intuición. Faltaba uno. ¿Dónde estaba Romay? Fernando, querido, deja de hablar por la tele y ven a pegarte con las torres lituanas de una vez. ¡Que os necesitamos a todos, joder, que esto es una semifinal olímpica!

Y el partido salió duro de pelar, frente a un rival que nos había estudiado al dedillo, con el típico día del suplente que pretende reivindicarse a base de triples. La sensación no era buena. A falta de cuatro minutos, el resultado lo llevaba escrito Jaskevicius en su cerebro de base diabólico. El equipo necesitaba ayuda. Y en esa recta final, me pareció ver dos españoles por cada lituano. Y juraría que al lado de Aíto se había sentado Antonio con sus gafas de diseño y su ilimitada pasión. España peleaba por acoplar sus dos mejores generaciones en un mismo cajón olímpico... de momento.

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