Hay dos grandes peleas a las que, si no pertecenes a los colectivos golpeados, hay que entrar con mucha humildad: son la lucha contra el colonialismo y la lucha contra el patriarcado. En la otra gran lucha, la lucha contra la explotación, ha sido una constante histórica que gente que no pertenecía a la clase trabajadora se ha jugado la vida y la hacienda por las causas que se decían proletarias. Tiene más sentido, porque mujer o negro o indígena o judío lo eres hagas lo que hagas, mientras que las condiciones materiales de existencia son mutables. En la lucha contra el patriarcado o contra la opresión racial, los hombres blancos somos compañeros de viaje, cómplices, acompañantes. Meter la pata es muy fácil. Yo no me siento ajeno a más de una torpeza. Y son las mujeres las que nos lo recuerdan. Ayer fueron mujeres, es verdad que no eran de ese partido, quienes echaron de la pancarta del PSOE a Pedro Sánchez al grito de: ¡Pedro Sánchez de qué vas/tienes que ponerte atrás!
Lo que nunca es de recibo es que te opongas a esas peleas y sólo cuando ganan te unes a ellas con la única intención de pasar desapercibido y poder seguir combatiéndolas. Cuando murió Mandela hasta Rajoy lo ensalzó, con la única intención de que olvidáramos que perteneció al Partido Comunista y que lo encarcelaron por tomar las armas para acabar contra el apartheid. Cuando el establishment asume peleas de fondo a las que siempre se ha opuesto es porque intenta diluirlas, quitarles la carga subversiva, desactivar su carga transformadora.
El papel de Ciudadanos y el PP con motivo de la huelga feminista ha sido insultante. Dijeron que era la huelga de Pablo Iglesias, que las únicas motivaciones eran anticapitalistas, que estaba transida de odio, que había que reivindicar los problemas de las mujeres trabajando el doble, que había que estar en contra del machismo y del feminismo, que los problemas de las mujeres no se solventan en la calle sino en el Parlamento, y mil lindezas más que tenían como único fin que la huelga fracasara.
¿Qué han hecho ahora esos hombres y también mujeres que pusieron todas sus energías en desactivar la huelga histórica del 8M? Pues ponerse un lazo morado. Lo que les convierte inmediatamente en caraduras y en imbéciles. Caraduras porque quieren engañar a los demás para obtener un beneficio, e imbéciles porque hay que ser muy tonto o tonta para pensar que esos millones de personas que estaban ayer en las calles se van a contentar con signos tan vacíos.
Prefiero al Rajoy y la Arrimadas, la Tejerina y el Rivera que están en contra de la igualdad salarial, que se oponen a subir las pensiones y que ignoran que existe millones de viudas en España con pensiones de hambre, que no liberan fondos para la dependencia porque prefieren rescatar bancos, que defienden los desahucios porque son amigos de los bancos, que defienden permisos de paternidad y maternidad desiguales, que equiparan la violencia machista con la violencia que pueda ejercer una mujer desesperada contra su maltratador, que priman los intereses de las empresas por encima de la conciliación familiar. Porque esa derecha, sea más rancia como la del PP o más moderna como la de Ciudadanos, odian a las mujeres porque aman el sistema. Porque el sistema es, esencialmente, antimujeres. Y quien no lo vea no ha entendido lo que ha pasado ayer. Las mujeres reclaman identidad, pero también un espacio político y un cambio económico. Porque seguimos cargando el sostenimiento del modelo, asentado sobre los cuidados y la reproducción no pagados, sobre las mujeres y dejar de hacerlo implicaría cambiar el sistema.
Rajoy con un lazo morado que no sea el remate de un envoltorio para mandarlo a paseo es un insulto. Y lo mismo vale para la oportunista Arrimadas que se acostó gritando ¡feminazis! y se ha levantado lectora desde niña de Simone de Beauvoir. Que liberen las políticas contrarias a las mujeres que están detenidas en el Parlamento, que permitan un gobierno diferente, que pongan en marcha los mecanismos para que la igualdad entre hombres y mujeres no sea solamente retórica.
Los demás, saquemos conclusiones del trazo revolucionario que se dibujó ayer y que permite que lo que era inimaginable ha bajado a tierra. Con prudencia y sin olvidar que, después del éxito, lo que viene es intentar descafeinar la protesta. Escuchémoslas a ellas. Lo mínimo que tenemos que hacer es, con mucha humildad, asumir que incluso cuando tenemos buenas intenciones estamos llenos de contradicciones y que la frontera por donde nos deslizamos hacia posiciones machistas es muy ténue. Saberlo, por lo menos nos hace estar un poco mas alerta y abochornamos cuando recordamos aquella vez que nos aprovechamos de nuestra condición de hombres.
Y a los que se han puesto un lazo morado solamente para que se les note menos su machismo, sea su defensa de la desigualdad por cuestiones de privilegio, por la defensa del modelo económico, por cobardía o por necedad, pedirles que aprovechen la ocasión y, ya que tienen el lazo puesto, se envuelvan y se manden de regalo a algún museo de Islandia a manera de reliquia del sur.
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