Xavier Ferrer Gallardo
Investigador. Departament de Geografia. Universitat Autònoma de Barcelona
"Se trata de mi hijo, de mi yate y de mi roca". El hijo era el Príncipe de Gales. El yate, el Britannia. Y la roca, Gibraltar. La frase se la espetó la Reina de Inglaterra al Rey de España en 1981. Lo hizo por teléfono, en plena refriega diplomática suscitada por la visita de Carlos y Diana al Peñón durante su viaje de bodas a bordo de la embarcación real.
Boris Johnson, el alcalde tory de Londres, recordaba el episodio en un artículo publicado en The Telegraph el pasado 11 de agosto. En su tribuna exhortaba a España a "sacar las manos del cuello de Gibraltar", y en ella quedaba también patente que las filas del conservadurismo británico andan tan bien surtidas de nostalgia nacionalista de brocha gorda como las del español.
Éste está siendo un Agosto creativo. En el frente mediático y en el frente político. La escalada dialéctica entorno a la roca está ensanchando el campo de la Gibraltarología de un modo inusitado. Ha sido mucha la tinta derramada. Y acabarán siendo célebres algunas de las frases pronunciadas.
"El infierno se helará antes de que el Gobierno Gibraltareño retire esos bloques de hormigón". "Gibraltar ganaría juego, set y partido en los tribunales internacionales". Lo cierto, convendrán ustedes, es que el ministro principal gibraltareño tiene una habilidad especial en el terreno del artificio retórico.
Margallo resulta algo más tradicional. El "Gibraltar español" que le soltó al eurodiputado británico Charles Tannok poco después de recibir la cartera de Exteriores, y el "se acabó el recreo en Gibraltar" con el que el ministro condimentó su entrevista en ABC el 5 de Agosto son algo menos magnéticos.
En cualquier caso, la verdad es que, florituras retóricas al margen, Picardo tiene bien agarrado el mango de buena parte de las sartenes en las que se cuecen las habas del contencioso trilateral (o bilateral, como ustedes prefieran). Y no sólo las comunicativas.
Por ejemplo, en lo tocante a la dimensión marítima de la disputa, mientras persisten los vaivenes interpretativos entre lo escrito en Utrecht y lo escrito siglos más tarde en Montego Bay, algo parece estar quedando claro. De momento, aunque tanto España como Gibraltar consideren que las aguas territoriales bajo las que yacen los famosos bloques de hormigón les pertenecen, el día a día indica que sigue siendo Gibraltar, y no España, quien decide cómo, quién y cuándo allí se pesca. Y cómo, quién y cuándo allí se arrojan bloques de hormigón.
Ante la refriega de 1981, la reina Isabel II expuso que se trataba de su hijo, de su yate y de su roca. Tal vez en eventuales próximas comunicaciones transmonárquicas la reina añada a la lista un arrecife.
Comentarios
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