Pascual Serrano es periodista
Autor del libro 'La prensa ha muerto. ¡Viva la prensa!' (Península)
Debilitados por la caída de las ventas en papel y los ingresos publicitarios, la prensa escrita se encuentra sumida en una grave crisis. Son varias las situaciones que se están produciendo, desde el cierre de cabeceras a su compra por grandes millonarios de los que malamente podemos esperar una defensa de un periodismo independiente. En cuanto a los profesionales, la sangría de despidos en interminable. Mientras tanto, los gobiernos, en su línea dominante neoliberal, no muestran preocupación alguna, sabedores de que a menos cabeceras y más concentración más facilidad habrá para conseguir una prensa sumisa. Ante ello, están surgiendo en todo el mundo numerosas experiencias e iniciativas que vale la pena analizar.
La francesa Julia Cagé ha escrito Salvar los medios de comunicación (Anagrama, 2016) donde, tras exponer la situación, propone una salida. La autora nos muestra una realidad de medios de comunicación que no se sostiene con el modelo del pasado siglo, es decir, el de ingresos por publicidad y venta de ejemplares. Un dato elocuente: el coste en EEUU de un periodista de investigación puede suponer 250.000 dólares anuales para un medio. Los ocho meses de investigación de los reporteros dedicados a hacer públicos en 2002 los abusos sexuales del clero católico norteamericano (llevado al cine en la película Spotlight) le costaron un millón de dólares al Boston Globe. Esto ya es imposible con el sistema actual de financiación de la prensa. Y algo similar sucede con la información internacional, el número de reporteros internacionales disminuyó en EEUU un 24% desde 2003 a 2010. La realidad es que las audiencias de internet no están cubriendo las necesidades económicas del periodismo y la relevancia de los periódicos en la economía ya va siendo mínima. Todos los periódicos de Estados Unidos tienen un peso en la economía menor que la mitad de Google.
A partir de este panorama, Cagé propone una opción económica y financiera para garantizar la viabilidad de nuestra prensa. Se trata de algo a medio camino entre la fundación y la sociedad por acciones, una sociedad de medios de comunicación sin ánimo de lucro. Su formato de fundación le permitiría un beneficioso trato fiscal para ella y para sus financiadores, que disfrutarían de desgravaciones, pero, a diferencia de las fundaciones, no estaría controlada por los fundadores ni los patrocinadores mayoritarios, sino que habría un mayor reparto del poder de decisión, que incluiría a trabajadores y lectores. Cagé parte de la experiencia de que las cooperativas horizontales no son capaces de captar fondos económicos y que, por otra parte, existen potenciales donantes con mucho dinero que podrían aportar generosamente a proyectos de medios si tuviesen una adecuada desgravación. Con el modelo tradicional de fundación esos donantes son los que controlan la organización durante generaciones, con el modelo de Cagé el control nunca lo tendrán por mucho dinero que donen.
Es de agradecer que Julia Cagé piense en un papel comprometido de los Estados, en la medida en que piensa que los medios deben ser considerados de manera similar a los centros de investigación o universidades. Sin embargo, discrepo de su propuesta de defensa de financiadores millonarios. Si el modelo tradicional, con una gran proporción de ingresos por publicidad, suponía un grave sesgo hacia los periódicos conservadores o defensores del neoliberalismo (ver Los guardianes de la libertad, de Noam Chomsky y Edward S. Herman), en la medida en que los anunciantes eligen los periódicos de esta línea editorial en lugar de a los progresistas o laboristas, la propuesta de Cagé ahonda todavía más en la competencia desigual con la incorporación de los donantes millonarios.
Es verdad que la autora propone un sistema en el que esos millonarios no controlarán el medio por mucho dinero que donen, pero eso no cambia nada, ellos donarán a los medios que se ajusten a su ideario. Y, como es sabido, los adinerados son mayoritariamente de una determinada clase social y una determinada ideología. No habrá, por tanto, pluralidad en la prensa. Tendremos los periódicos del gusto ideológico de los millonarios generosos. Al final y al cabo, si se limitan las donaciones particulares a los partidos políticos es para que no distorsionen las supuestas condiciones igualitarias de presupuesto y no jueguen con ventaja los partidos que cuenten con el apoyo de los millonarios generosos con los partidos. No es aceptable que lo que se considera desigual para la libre competencia de los partidos sea la solución para el mantenimiento de la prensa.
Lo que es una realidad es que hay que reinventar el modelo. Los periodistas -los pocos que trabajan- saben que su remuneración es escasa, pero lo más grave es que, al menos los de gran parte de la prensa escrita, son conscientes de que su trabajo no genera ingresos tampoco para los medios. Los contenidos no consiguen los ingresos necesarios para cubrir los gastos de un enviado a Siria o para remunerar las muchas horas de un trabajo de investigación. O inventamos algo o no habrá enviados especiales ni corresponsales que nos cuenten lo que pasa en el mundo ni investigación periodística más allá de las filtraciones interesadas. Por otro lado, quizás esta crisis pueda ser una oportunidad para poner en marcha otros medios que no dependan de grandes empresas anunciantes y grandes accionistas. En realidad son estos emporios los que se están desplomando para empezar a jugar en la misma división de los medios cooperativos, comunitarios o autogestionados por periodistas y organizaciones sociales.
Por eso es importante conocer experiencias que se están dando en otros países. Una de las más antiguas conocidas en España es la del mensual Le Monde Diplomatique, con ediciones en treinta lenguas se ha mantenido contra viento y marea a pesar de sus dificultades para acceder a publicidad. Especializados en información internacional han logrado compartir estupendos reportajes entre las diversas ediciones, una forma inteligente y lógica de abaratar costes. Su democratización y sistema para evitar que ningún sector tome el control de la publicación se basa en dividir su accionariado entre un 24% para los asalariados (redactores y demás trabajadores), los lectores, reunidos en una Asociación (Les Amis du Monde diplomátique), poseen otro 25% y, por último, una importante empresa editora posee el 51% restante. La minoría de bloqueo, establecida en 33,4%, garantiza ningún accionista mayoritario pueda tomar decisiones en determinados temas sin contar con la aprobación de esa minoría.
Otro caso interesante es el del periódico La Jornada, en México. Para su puesta en marcha se contó con la donación de obras de cien artistas plásticos que participaron en la exposición de apoyo al diario. La Jornada es lo que en México se denomina una empresa privada de interés público. Su capital inicial fue aportado en libre suscripción por 2.070 accionistas preferentes y 160 comunes, ninguno de ellos posee mayoría ni domina las decisiones en el Consejo de Administración. Las comunes fueron entregadas a quienes participaban en la elaboración del diario (directivos, reporteros, colaboradores, empleados de administración) con el propósito de que fueran ellos quienes disfrutaran de voto pleno en la asamblea de accionistas y las preferentes se dieron a inversores que, con ánimo solidario, estuvieran dispuestos a aportar capital y creyeran en la viabilidad de un proyecto democrático de información y análisis. Estos últimos (los poseedores de acciones preferentes) no tienen voto en la asamblea. Según los estatutos, en caso de ganancias económicas serían ellos los primeros beneficiados sobre los poseedores de acciones ordinarias.
En Suiza, el periódico Le Courrier es propiedad de una asociación sin fines de lucro integrada, además de por su personal contratado, por numerosas asociaciones del tejido social y comunitario de Suiza. Entre ellas hay sindicatos, asociaciones religiosas, de solidaridad internacional, de economía alternativa, centros sociales, colectivos de emigrantes, etc. De todos ellos saldrán los 50 representantes que integran la asociación y que se designan del siguiente modo: un máximo de 25 en representación de las asociaciones y movimientos, cinco representantes de los lectores a través de la Asociación de Lectores de Le Courrier, diez como representantes del personal del diario, y un máximo de diez que no pertenecen a ninguna asociación pero son escogidos por los miembros por tratarse de personalidades sociales con especial conocimiento o cualidades.
The Nation es el semanario más antiguo de los Estados Unidos, se fundó en julio de 1865. Es una sociedad limitada que cuenta con varios centenares de pequeños accionistas que en los últimos diez años invirtieron entre 5.000 y 15.000 dólares cada uno. Tiene además 30.000 donantes, los llamados The Nation Associates, que aportan fondos para el periódico por encima de sus cuotas de suscripción anuales. Existen cinco niveles de donaciones que van desde los 25 dólares a los 1.000. En el plan financiero de The Nation, las suscripciones son el principal recurso y las donaciones, el segundo con el 20% de los ingresos totales. La venta en los quioscos y la publicidad es muy poco en la revista, cubre aproximadamente el 10 o el 15% de los costos de operación. En vez de depender en gran medida de la publicidad, que ahora sólo representa alrededor del 11% de sus ingresos, ha reforzado sus ingresos procedentes de suscripciones y de donaciones.
Una de las fuentes de ingresos más curiosa de The Nation proviene de sus cruceros, por los que la gente paga miles de dólares para poder escuchar a figuras de la izquierda. El crucero permite recaudar para el periódico unos 200.000 dólares anuales. Lo organiza The Nation Institute desde hace 15 años a través de una agencia de viajes. Llevan a bordo aproximadamente diez figuras prominentes de la izquierda que no cobran ningún honorario. En el crucero organizan charlas, conferencias, mesas redondas, etc. Otra fuente de ingresos típica estadounidense es un acuerdo de asociación con un pequeño banco regional para recibir una pequeña comisión por cada compra con la tarjeta Visa Platinum The Nation, emitida en colaboración con ese banco. Recuerden, es Estados Unidos.
Se trata de tan solo cuatro ejemplos de prensa escrita, pero muestran la necesidad de renovarse, de reinventarse y de una sociedad concienciada en que o apoyamos unos medios o nos quedamos sin saber lo que pasa en el mundo. O lo que es peor, nos enteraremos solo de lo que algunos quieran.
Comentarios
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