Durante unas pruebas para contratar vendedores de aspiradoras, el empleador se subió a una banqueta, lanzó al aire cincuenta euros y conminó a los aspirantes al puesto de trabajo a que lucharan por el billete como adelanto de su primer sueldo. Como sucedería en cualquier país donde los trabajadores son conscientes de su derecho a la dignidad, los aspirantes españoles a vendedor de aspiradoras se lanzaron salvajemente sobre el billete, se repartieron codazos y patadas, se pisotearon y pisotearon la historia de la lucha obrera, y es hasta de adivinar alguna que otra dentellada. Y una chica de 23 años se quedó tirada en la alfombra con síntomas de no poder levantarse. Tras una noche tabernícola y dipsómana, este síntoma de no poder levantarse puede ser hasta bonancible, pues es muy difícil tomarse otra copa de más en decúbito prono o supino. Pero si alguien no puede levantarse durante una entrevista de trabajo, en estos tiempos, es que está poco menos que a punto de morirse, con seis millones de parados como problema y precisamente este gobierno como solucionador. Nadie llamó a una ambulancia.
Los hechos sucedieron en octubre del año pasado, la chica se llama Clío Almansa, la empresa vendedora de aspiradoras es Ecoline 2010, Clío sufre una lesión ósea en la columna vertebral por aquella lucha de los cincuenta pavos, y un juzgado de Mataró investiga estos días aquel extraño suceso.
Esta anécdota tan ecdótica es demostración palmaria de que reducir los derechos del trabajador es sinónimo de recortar derechos humanos. Derechos como el de la dignidad. Ver a cuarenta trabajadores, divididos en tres grupos, luchando selváticamente contra otros trabajadores para hacerse con una limosna de cincuenta euros y un empleo de vendedor de aspiradoras, es triste. Es una visión triste. No dan ni siquiera ganas de urdir un fácil juego de palabras con aspirador y aspiraciones, y cuando un columnista renuncia a un juego de palabras tan asequible es que algo terrible está ocurriendo.
La escena refrenda las últimas palabras de Fátima Báñez, ministra de esclavismo, que con los datos últimos en la mano nos ha explicado a los votantes que "el mercado de trabajo se ha dado la vuelta". Pues sí que se ha dado la vuelta el mercado de trabajo. Tanto que hasta se ha tenido que dar la vuelta el trabajador. Si antes un aspirante a trabajador tenía que enseñarle al empleador la frente, las manos y el pecho, ahora le tiene que mostrar el culo.
El agresivo cartel de Novecento es hoy una exposición de culos, no de rostros furiosos demandando su lugar en la Historia.
Aquel cartel es un hermoso cuadro pintado en 1901 por Giuseppe Pellizza da Volpedo, y que se titula Il Quarto Stato (El cuarto Estado). Ese cuarto Estado de Pellizza lo conformaba el proletariado, en aquellos años una clase social emergente cuantitativamente y sumergente cualitativamente. Como ahora. El neomalthusismo que inspiró el cuadro de Pellizza era ya precursor del derecho al aborto y a la libertad sexual de la mujer. O sea, a la mujer considerada más allá de sus virtudes paridoras, a la mujer que es más clítoris que útero, más productiva que reproductora. Por una simple razón: el proletariado, el generador de prole, debe dejar de inundar el mercado de trabajo de mano de obra no cualificada. Porque ese exceso demográfico beneficia a un patrón que se permite rebajar los derechos de esos trabajadores gracias al exceso de manos.
Hoy este argumento suena a risa. Salvo cuando nos enteramos de que una empresa de Mataró lanza un billete de cincuenta euros al aire para que quien lo consiga a sangre, odio y colmillo obtenga un dudoso puesto de trabajo como vendedor de aspiradoras. Hasta el punto de que la ferocidad de diez parados pueda provocar lesiones medulares a una chica. En los circos romanos, por poner un ejemplo, los esclavos y los leones estaban mucho mejor identificados. Había un león que te mordía y un esclavo que se defendía. Hoy los esclavos ya nos mordemos entre nosotros. Y no ha sido este un artículo contra nuestra clase empresarial. He escrito cada una de estas palabras con vergüenza de pertenecer a la clase obrera. Que propende a ser irrazonablemente malthusiana. Hasta cuando vota o pega dentelladas al contratable, y no al contratador, por mendigar un indigno puesto de vendedor de aspiradoras. Porque, dadas las formas, ese puesto de vendedor de aspiradoras es indigno. Cualquier puesto de trabajo, cuando "el mercado laboral se ha dado la vuelta" hasta ponernos de culo, es indigno. O sea, Fátima. Que tienes razón. Que el mercado laboral, y concretamente el obrero, se ha dado la vuelta. Lo que me extraña es que en las colas del INEM no nos enfilemos ya de culo. En plan Novecento, pero con la sonrisa vertical. La del culo, señorito. Ay mi milana bonita...
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