Un juzgado de Madrid acaba de abrir diligencias previas para conocer si en la venta de 1.860 viviendas madrileñas de titularidad pública a fondos especuladores norteamericanos hubo algún tipo de choriceo o irregularidad. Las viviendas eran de todos los madrileños, pero el Ayuntamiento de Ana Botella se las vendió a la filial española de unos especuladores norteamericanos marca Blackstone. Haciendo cuentas de la vieja y cuentas de la joven, a mí no me salen las cuentas. Ni al juez. Los especuladores yanquis pagaron 125 millones por 1.860 viviendas, lo que toca a 67.000 euros por piso. En Madrid, y en muchos sitios, un piso de 67.000 euros es una quimera. No los hay. Si a mí me ofrecieran pisos en Madrid a 67.000 euros, me los compraba todos.
Pero no acaba aquí la coñita.
La Empresa Municipal de Vivienda y Suelo, tras vender estas gangas, reconoció que la operación había conllevado unas pérdidas asociadas de 30,6 millones y dos quilos más de comisiones. O sea, que rehaciendo los cálculos, el Ayuntamiento de Madrid puede presumir de vender pisos a una media de 51.000 euros. Menos de 10 millones de las olvidadas pesetas.
En Madrid.
No sabe usted lo caro que está Madrid.
Reto a Ana Botella a que me gestione la compra de cualquier cuartucho en Madrid por 51.000 euros. Pero claro, yo ni soy fondo, ni soy americano, ni soy buitre.
La venta de lo público debía ser negocio negado para ayuntamientos, autonomías y gobiernos de cualquier jaez. Sobre todo si nuestros privatizadores son tan tontos como para vender pisos en Madrid a 51.000 euros. Que alguien reforme la Constitución para que diga que no se podrá jamás vender ningún bien público. Que hasta me venden el paisaje.
Que se le vendan estos pisos a los especuladores de Blackstone y a ese precio irrisorio es un insulto y un disparo a los hipotecados, a los desahuciados, a los sin techo, a los pernoctadores de albergue y a cualquier persona con sentido de la dignidad.
Rechazar la dación en pago a los desahuciados y regalar a los especuladores de Blackstone pisos en Madrid, a 51.000 euros, es como robarle caramelos a los niños con hambre para dárselos a los diabéticos obesos. Y lo que no se entiende es que un gobernante pasajero pueda permitirse la estupidez de vender algo que es de todos a un precio tan de risa. Salvo que maliciemos que Ana Botella y sus compinches se puedan haber beneficiado de alguna que otra comisión, cosa que jamás se nos pasaría por la cabeza a la gente decente.
Los Aznar-Botella siempre han sido ejemplo de transparencia y honestidad. Lo demuestran los hechos. El hijo del expresidente, José María Aznar Botella, está asociado con uno de los fondos especuladores norteamericanos (Cerberus) que hizo oferta por pisos de titularidad pública en Madrid. Pero el chico, en cuanto se enteró de que su madre era la alcaldesa, mandó retirar la oferta 24 horas antes de (quizá) ganarla. Qué pundonor.
Ahora el Juzgado número 38 de Madrid tiene que dilucidar si estas ventas han sido un choriceo o solo una tontería. Yo creo que, de aquí a 20 años, cuando todo haya prescrito, nos enteraremos de que Ana Botella es inocente, y seguramente conservemos su spa incorrupto en la Catedral de la Almudena por los siglos de los siglos y amén.
Con milagros como el de los pisos a 51.000 euros en Madrid, no hay quien la libre de la beatificación.
Entretanto, conozco a decenas de trabajadores, pintores, supermercaderas, trapecistas, taberneros y taberneras, escritores, diletantes, poetas asesinados y parias de toda laya que llevan más de cinco años pagando alquileres compartidos de 1.000 euros mensuales por pisos hacineros de Madrid. En esos cinco años, con ese alquiler, hubieran podido adquirir los pisos de saldo que Ana Botella ha regalado a los americanos del fondo buitre. Pero es que los trabajadores de a pie nunca aprenderemos a ser buenos neoliberales. Ni aprenderemos a ser fondo. Ni buitres. Ni nada.