La "donación" de óvulos es un tema que, con frecuencia, se aborda superficialmente. Y no precisamente por casualidad: la razón es la misma por la que esta práctica es tan desconocida: sus víctimas son mujeres. Hablamos de víctimas porque esta actividad pone en riesgo la salud física y psicológica de las mujeres que "donan". Y lo entrecomillo porque no hay donación alguna. Toda mujer que se somete a la punción ovárica, a las inyecciones hormonales y a todo el tinglao necesario para su propia explotación, es siempre convenientemente pagada. Sin embargo, se le llama "donación" porque es el juego de siempre del neoliberalismo: ponerle nombres cuquis y falseados a prácticas misóginas. Cabe aquí también mencionar la similitud con los vientres de alquiler (llamados por el sistema "Gestación subrogada"), porque en este caso también hablamos de mujeres precarias y, en su inmensa mayoría, muy jóvenes. A veces demasiado, ya que la extracción de óvulos, al ser pagada, es algo a lo que recurren muchas chicas universitarias. Aprovecho para recomendar este artículo de Nuria Coronado, donde entrevista a Aida, una mujer que pasó tres veces por la donación de óvulos, en tres momentos especialmente precarios de su vida, con tres clínicas diferentes.
No sorprenderá a ninguna feminista que, tras el "surrófoba" (mujer contraria a los vientres de alquiler), el "putófoba" (mujer contraria a la explotación sexual) y el "tránsfoba" (mujer en contra del género y sus mandatos y estereotipos) venga el "ovófoba", que seremos también únicamente mujeres feministas. Porque la verdad es que los hombres no son nunca "algófobos". Qué bien lo hacen siempre los señores y el sistema patriarcal: en cuanto el mundo se giraba para señalarlos, se las ingeniaron para que el dedo acusador volviera en nuestra dirección.
Pero sigamos con la compra de óvulos: además de las implicaciones individuales en los cuerpos de las mujeres, están las implicaciones colectivas. Porque esta no deja de ser una forma más de explotación de nuestros cuerpos. Explotación de la que el binomio capitalismo-patriarcado viene sacando tajada a nuestra costa desde hace mucho tiempo. (Prueba a buscar en google "anuncios donar óvulos" y flipa conmigo, compañera). Además, es otra manera más de que social y culturalmente se nos siga viendo a (todas) las mujeres como objetos: objetos con los que saciarse, objetos donde hacer bebés, objetos de los que extraernos cosas a precio de saldo que comprarán los que tienen más dinero y recursos que nosotras. Porque ni la prostitución, ni los vientres de alquiler ni la donación de óvulos son prácticas a la que se somete la gente con dinero, recursos y posibilidades. De hecho, solo se acuerdan de que existen cuando les apetece comprar, alquilar o abusar de las chicas y mujeres precarias que sufren para ello.
Hay, además, un aspecto que no se suele mencionar cuando sale este tema, pero que es importante: los derechos de las personas nacidas de dichos óvulos (y/ o esperma). En 2020, el Comité de Bioética de España entregó un informe al Ministerio de Sanidad en el que se pedía acabar con el anonimato de donantes, tanto de esperma como de óvulos, ya que quienes nacen de ellos tienen derecho a saber sus orígenes y, con la legislación actual, estos derechos se ven vulnerados. Saltó la alarma en el mercado, claro, temeroso de que al acabar el anonimato bajaran las donaciones (y así lo dijeron, literalmente, porque no necesitan esconderse). Y saltó de tal manera que nunca más se ha vuelto ni a mencionar el tema. La legislación española sigue vulnerando los derechos de las personas nacidas a través de la donación, no así la de otros países de Europa como Alemania, Francia, Suecia, Inglaterra, Portugal, Holanda...
En fin, España siempre un ratito por detrás, como en tantas otras cosas.
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