El otro día estaba viendo un podcast de historia en YouTube en el que habían invitado a una doctora en Historia, una mujer con un currículum asombroso y una capacidad divulgativa envidiable. Por lo demás, se trataba de una mujer corriente y moliente, sin nada llamativo, nada fuera de la norma. Digamos que lo que llamaba la atención realmente de esta mujer era, sin duda, sus conocimientos sobre los temas que se trataron en ese podcast aquel día. Pero ya sabemos que las mujeres no necesitamos hacer, deshacer, decir o aparentar nada para que los hombres las sexualicen. Y aun así, me sorprendió encontrar esta frase entre los comentarios: "Me ha encantado tu explicación. Qué pena que no tengas Onlyfans".
Haber dedicado tu vida a estudiar una materia, invertir años en un doctorado, pasar nervios porque saldrás en un podcast, prepararte tu participación para que sea impecable y pasar quizás también tu poquito de síndrome de la impostora (además de las autocríticas que te harás una vez hagas el visionado de tu parte)... para que un simple comentario te devuelva, en un segundo, a la realidad de cuál es tu lugar en el mundo.
Evidentemente, esto no es un problema de un tipo random que anda por el mundo. Ni siquiera es cosa de muchos o miles de tipos random que andan por Internet. Esta bajada al mundo (o a los infiernos, porque todas sabemos que las cosas que nos llegan a decir pueden ser absolutamente aterradoras) las sufrimos las mujeres día sí, día también. De una u otra forma. Todas nosotras. Pero hablemos de esta parte del machismo que cada vez sufrimos más desde que plataformas como Onlyfans nos trajeron la posibilidad de prostituirnos desde casa, momento en el que el mundo comenzó a decirnos que era correcto, válido, fácil y hasta deseable. El hecho de que nunca antes en la historia la pornografía haya sido tan accesible para los hombres se debe a que nunca antes en la historia las mujeres han tenido tan accesible la prostitución. Porque para que los hombres se masturben viendo pornografía, se necesitan mujeres explotadas sexualmente, muchas veces violadas. Si hablamos de cantidades de explotadas, habría que irse al número de porneros, y creo que no hacen falta estudios para que estemos de acuerdo en que el 99’9% de los hombres ven pornografía. La industria del porno suma más visitas que Amazon, Netflix y Twitter juntas.
A esto hay que sumar que plataformas como Onlyfans captan chicas a través de Internet, con anuncios específicos pagados y muy bien segmentados y vídeos de otras chicas asegurándoles a las navegantas en los banners de cualquier sitio online que van a hacerse de oro a poco que hagan un par de vídeos al mes. Y las chicas y mujeres, se lo creen. Y caen. Y se dan cuenta tarde de que han sido engañadas, y de que el único que se hace de oro es, por supuesto, Onlyfans.
Hablamos de que caen chicas y mujeres que antes de esta democratización del prostituirse jamás habían pensado en vender sus cuerpos para el consumo masculino. Y es que nunca antes había habido, por ejemplo, mujeres famosas hablando de las bondades de la prostitución en TV o plataformas de contenidos audiovisuales. El capitalismo y el patriarcado han hecho que las sociedades se acaben organizando para que las mujeres con problemas económicos lleguen a plantearse vender su cuerpo. Los hombres, así, pueden consumirnos pagando menos que nunca y, como ven, sin necesidad de moverse de casa. El mundo se ha organizado no solo para que sea posible, sino para que sea deseable. Incluso en espacios "blancos" o plataformas culturales, este tema se trata -como mucho- de forma equidistante, a veces hasta como "debate". Eso cuando no se habla directamente de trabajo sexual, una carrera laboral como cualquier otra. Y cuando simplemente se debate, este siempre gira en torno a si debe tener límites la violencia que sufren las mujeres, jamás sobre si deben tener límites los deseos de los hombres.
Lo que no se menciona tanto es la inclinada pendiente que hay entre Onlyfans (o el porno grabado no en casa sino en estudios) y la prostitución en pisos, burdeles o puticlubs. Porque para producir pornografía hay que prostituirse, y cuando tus lentejas acaban dependiendo de eso pero el porno no te da lo suficiente o no de forma tan estable como necesitas, el siguiente paso es el piso, el puticlub, el burdel o la casa del putero, cuando no la calle. Para una mujer ya prostituida el paso no es tan grande como se pueda ver desde fuera.
Y esta espiral donde ya cualquier mujer de tu entorno es prostituible: tu vecina, la profesora de tus hijos, tu amiga, tu madre, tu hija, tu novia... obedece al hecho de que los hombres y el mercado ni tienen ni se pondrán nunca límites. Cuanto más pornificables, prostituibles, consumibles, vendibles y comprables somos, menos humanas nos volvemos a los ojos de la sociedad, menos vale nuestra vida, nuestra salud, nuestra paz, nuestro descanso... ver en una doctora en Historia a una posible mujer prostituida mañana mismo no es cosa de un loco, es el sistema quien nos está convirtiendo en objetos con patas a los ojos de los demás, cosas a las que no les duele tanto el daño como a los demás, entes que no tienen capacidad de sufrimiento y que no merecen la dignidad y la consideración que los ciudadanos de primera clase, los del primer sexo, aquellos que nos compran y deciden cuánto valemos: los hombres. En definitiva: las mujeres valemos menos que nunca, y el futuro no es nada halagüeño.
Comentarios
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