En el año 2019, Jia Tolentino, redactora de The New Yorker, explicó el término "Instagram Face" (cara Instagram) en uno de sus artículos. Tolentino señaló lo que todas veíamos en nuestras redes sociales, especialmente en Instagram: una tendencia al alza vertiginosa en la que las mujeres acababan con sus caras retocadas de la misma manera con las mismas toxinas y ácidos (bótox, ácido hialurónico, etc), obteniendo como resultado el mismo rostro ciborgiano, robótico, podríamos decir incluso posthumano. Tolentino añadía entonces: "(La cara Instagram) es un rostro joven, por supuesto, con piel sin poros y pómulos altos y regordetes. Tiene ojos de gata y pestañas largas y caricaturescas, nariz pequeña y pulcra y labios carnosos y exuberantes".
Solo dos años después de ese artículo, los números nos dieron dolor de barriga: en 2021, en España, la edad media de las mujeres que se inyectan botox ya no es de 35 años, sino de 20. La industria no tiene suficiente dinero de aquellas mujeres a las que han aterrorizado con su aspecto, a las que han hecho odiar su propio cuerpo, así que tenían que ir a por las más jóvenes. Pero, ¿cómo le vendes inyecciones a chicas de 20 años si sus pieles no necesitan absolutamente nada? Ni sus labios se han ido adelgazando con los años, ni hay arrugas ni las va a haber en muchos años... ¿cómo se les puede sacar el dinero a estas chicas? Con más miedo, con más odio hacia ellas mismas. La industria ya no necesita hacer que las mujeres nos odiemos en el presente, pueden conseguir que nos odiemos en el futuro, en lo que nos vamos a convertir. El mensaje es claro, no se esconden: Pínchate botox ahora para que la cara no se te mueva y las arrugas de expresión tarden más en salir. Mete toxinas y ácidos en tu piel para impedir que se mueva, que tengas expresiones humanas. Si los músculos de tu cara no se mueven, si dejas en coma a tu cara, ¿cómo van a salirte arrugas de expresión? Si no te expresas, no hay marcas de que te hayas expresado. Porque, ¿qué hay peor que una cara con marcas de haber vivido? Nada, especialmente cuando eres una mujer, claro.
La industria también lo intenta con los hombres, y llega a convencer a algunos, pero no hace falta decir que son una minoría, y lo van a seguir siendo, como siempre ocurre con todo aquello que va de maltratarse, de someterse a lo-que-sea por mantener un aspecto lo más parecido posible al dictado de la moda del momento. Modas cambiantes que dejan víctimas tras de sí, claro.
Las alarmas deberían haber sonado hace muchos años, pero el drama es que no saltan ni ahora, con los datos que se barajan. Una vez más, se ha normalizado la violencia estética que sufrimos las niñas y mujeres a través de todo tipo de contenidos. El gigante de la industria estética, aliado con redes sociales como Instagram, es el peor enemigo del sexo femenino. Han conseguido que una mancha solar en la cara de cualquier mujer nos resalte ahora como si fuera de neón. Nos han remodelado el cerebro para que tengamos lupas en los ojos para las imperfecciones, una lupa con muchos más aumentos que la que solíamos tener. Tolentino, lo explica bien "Instagram, que se lanzó cuando la década estaba empezando, en octubre de 2010, tiene su propio lenguaje estético: la imagen ideal es siempre la que aparece instantáneamente en la pantalla de un teléfono". La industria de lo estético invierte en redes como Instagram las millonadas necesarias para que se nos muestren constantemente caras y cuerpos de mujeres que o bien ya han pasado por inyecciones y quirófanos, o bien hacen un uso lucrativo de los filtros de Instagram para parecer más jóvenes, más bellas (concepto estipulado por el propio Instagram) e incluso más sanas. Muy a menudo, mucho, lo que vemos en Instagram es ambas a la vez: mujeres que ya alteraron su apariencia y además usan filtros. Algunas se ganan la vida así, vendiendo su imagen prefabricada y decidida por la industria a través de las redes sociales, sacan algo por el sacrificio. La inmensa mayoría de niñas, adolescentes y mujeres no ganan nada, solo pierden: dinero, tiempo y una autopercepción sana. Perdemos en salud mental, perdemos en calidad de vida, perdemos nuestros ahorros y además el tiempo que no tenemos.
No sé dónde acabará esta pendiente cada vez más inclinada y resbaladiza, es imposible adivinarlo. No creo que nadie fuera capaz de vaticinar hace tan solo 10 años que las chicas de 20 iban a estar haciendo cola para inyectarse botox... lo que sí es seguro es que cuesta mucho ser optimista. Ni el auge del feminismo ni la época que vivimos ahora (con el mayor número de mujeres en la historia siendo conscientes de nuestra opresión) han conseguido ser ni un pequeño obstáculo en esta maquinaria despiadada que nos devora y empuja lo que queda de nosotras hacia una homogeneización estética. Porque si estamos depresivas, ansiosas, estresadas, irascibles, con trastornos de alimentación y desprecio por nosotras mismas... es lo de menos. Lo importante es cómo luces para el ojo ajeno, ese que te mira un segundo, te juzga por no ponerte botox (o por ponértelo) y te olvida tan pronto como pasa al siguiente post.
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