Las locas del muelle

Las locas del muelle
Imagen de Pixaby

El programa Salvados recuperó ayer la historia de las víctimas de Essure, conocidas como "las locas del muelle". Essure es un dispositivo anticonceptivo no hormonal, que se vendía como una solución permanente, fácil y de rápida aplicación a las mujeres que eran madres pero no querían volver a serlo. Estos dispositivos tenían forma de muelle, que se introducía en las trompas uterinas de las pacientes, "sellándolas" para siempre. Essure fue promocionado por el propio personal sanitario de la Seguridad Social y recomendado a aquellas mujeres que acudían a consulta pidiendo una ligadura de trompas. En realidad, no era más que un tratamiento experimental que acabó causando graves efectos secundarios en miles de mujeres en todo el mundo. Generó migrañas, dolor agudo y crónico, hemorragias, fatiga extrema y daños en órganos internos, entre otras lesiones y patologías. Las continuas denuncias de las afectadas fueron ignoradas o desestimadas por el personal médico, con muchas de ellas tachadas de "locas". Aunque Essure empezó a comercializarse en Europa en 2003, nadie prohibió su distribución y fue el propio Bayer quien decidió, tal como dijo a este medio, "cesar voluntariamente la venta y distribución, ya que la demanda del producto fue disminuyendo significativamente y no parecía haber un cambio en esta tendencia", señala Bayer Hispania a este medio. La empresa asegura también que esta decisión no estuvo relacionada con ninguna cuestión de seguridad que afectara al producto. "Seguimos avalando la seguridad y eficacia de Essure".

Más allá de las batallas legales que están llevando a cabo algunas de sus víctimas, más allá de cómo Bayer aprovechó su prestigio para engañar a personas e incluso a un sistema sanitario y sus profesionales, más allá del dinero que las denunciantes están recibiendo ahora como indemnización... está lo impagable: está el dolor psicológico, el daño emocional. El dolor y la rabia y la impotencia de estar enfermas y no ser creídas. Un día, un mes, un año. Y otro. No solo no ser creídas, sino ser tachadas de locas e histéricas. Para entender qué se siente en este punto concreto no hace falta necesariamente haber sido víctima de Essure, en realidad basta ser mujer. Y no conozco a ninguna mujer que no sepa encontrar en su vida, como mínimo, un momento en el que ha acabado siendo la loca en la consulta de un médico.

Si las mujeres contásemos todas las veces que nos han ninguneado, humillado, insultado o abusado dentro de la consulta de -supuestos- profesionales, no habría espacio en ninguna red social para otra cosa que para nosotras y nuestros testimonios, durante días, semanas, meses.... Yo solo cuento como una y he escuchado justificaciones a mis síntomas, patologías o enfermedades a lo largo de mi vida que van desde el clásico "las jóvenes de ahora no aguantáis nada" (por acudir con 15 años al ginecólogo debido a que la regla me provocaba migrañas con aura y vómitos) hasta "eres una chica demasiado sensible, ¿verdad?" (por vomitar en urgencias tras recibir una inyección de un compuesto al que -por entonces no lo sabía- soy alérgica) pasando por el famoso "no tienes nada, mujer, ponte la ropita y vete con tus amigas a divertirte" (no daré más datos de mi historial clínico, pero esto me lo dijo un médico de cabecera... y no hace falta que les diga si tenía o no tenía algo al final, ¿verdad?). Ah, también fue gloriosa aquella vez que pedí cita un día de septiembre para ginecología por un sangrado que duraba ya 3 semanas y me dieron la cita en mayo. En mayo, claro, acudí. El sangrado había parado, pero podía volver, y sobre todo, quería saber qué había ocurrido y qué hacer si volvía a pasarme. Fui reñida, humillada y acosada durante toda la consulta tanto por el ginecólogo como por la enfermera, incluso el tiempo que el ecógrafo estuvo en mi interior. Mi pecado: ir a mi cita sin sangrado, al parecer debería no haber ido. Nada de lo que dije alivió la tensión, ni mi voz más baja y triste consiguió que aquel ecógrafo dejara de moverse con rudeza, que dejara de doler. Todo ocurrió bajo la mirada de dos personas que, claramente, no solo me despreciaban a mí, sino a cualquiera que hubiera entrado por esa puerta.

El caso Essure pone sobre la mesa una realidad que nos afecta a todas, y lo hace con un solo muelle minúsculo. Un muelle experimental en cuerpos sanos fabricado con níquel, entre otros compuestos. ¿Cuántas de nosotras somos alérgicas al níquel? ¿Cuántas de nosotras lo sabemos incluso, porque no podemos usar pendientes sin que se nos caigan a cachos los lóbulos de las orejas? Ni siquiera preguntaron a las pacientes si eran alérgicas a los componentes del muelle. Recordemos que no estamos hablando de un caso en blanco y negro, no hablamos ni de hace 30 años, hablamos de nuestro presente. Hablamos de que Bayer ha seguido intentando vender Essure hasta el año 2017.

Qué curiosa es esa sociedad cuyos médicos creen a pies juntillas un folleto publicitario pero miran por encima del hombro a sus propias pacientes, aun cuando estas se estén retorciendo de dolor ante sus ojos. Qué curiosa es la sociedad donde las de un sexo parecemos hechas de otro material, uno más resistente, más irrompible que el del otro sexo. Cuando nuestro material duele, en realidad, no duele tanto como les duele a ellos. Cuando lloramos, en realidad, no es un llanto que moje. El material del que están hechos los hombres es más auténtico, más auténtico, de más valor. El nuestro es un sucedáneo del de ellos compuesto de cartón piedra, una imitación, una impostura. Encima tenemos órganos que no son los estipulados, no son los estudiados en medicina, no son los que importan. Son "extras". De hecho, ¿sabían que hasta 1998 no se conoció la anatomía completa del clítoris? Porque, en realidad, ¿a quién le importa realmente? A día de hoy, no muchas mujeres saben que su clítoris mide entre 9 y 11 centímetros, y es que, como diría Liliana Felipe, el clítoris no es un botón, es un iceberg. Muchas mujeres heterosexuales, por estadística, tienen literalmente el clítoris más grande que sus parejas el pene.

Pero, de nuevo, ¿a quién le importa qué tengamos o dejemos de tener? El caso Essure también sirve para ejemplificar esta pregunta. El cómo a las mujeres se las tutoriza, se las infantiliza y muchas veces ni siquiera se las informa de qué van a hacerles en quirófano es insoportable. Las víctimas de Bayer y del Servicio de Salud, en concreto, sí pidieron que les retiraran el Essure para recuperar su salud. Lo que no les dijeron a muchas de ellas es que para eso había que extirparles las tubas uterinas. Algunas se enteraron después, al leer el informe de su operación, como cuenta una de las afectadas en Salvados; otras mujeres quizás ni siquiera lo sepan a día de hoy. Lo peor, para muchas pacientes aún estaba por venir: trozos del dispositivo quedaban en su útero después de la extirpación, así que seguían provocándoles alergia, y la única solución era extirpar también el útero. No olvidemos que este recorrido de quirófanos, humillaciones, negaciones y dolor que han sufrido miles y miles de mujeres en todo el mundo empezaron por sistemas sanitarios llenos de profesionales que debían, como mínimo, informarse de qué estaban haciendo; profesionales que se creyeron como si fuera la biblia un flyer publicitario de una industria farmacéutica. Esos mismos profesionales y creyentes fueron, precisamente, los que acabarían tachando a las víctimas como locas. "Las locas del muelle".

Creo que el valor de la palabra de las mujeres queda muy bien reflejado en este caso. Es una mirada en corto a lo que vivimos todas nosotras en nuestro día a día. Porque nuestra palabra no vale nada, ni en la cama, ni en la calle, ni en consulta, ni en público ni en privado. Siempre sobrevuela sobre nuestras cabezas la eterna sospecha, los ojos entornados, la ceja levantada, el dedo acusador. Hay que recordar que eso que nos sobrevuela se llama género, y que también nos enferma, nos duele y nos mata.