Cristina Fuentes Lara (@crisfuentes7)
- La frontera vertical de la UE es el aparato de control migratorio que desarrollan los países de tránsito a lo largo de su territorio
- No se necesitan líneas territoriales entre Estados: se han creado fronteras subjetivas basadas en el discurso de securitización
"La romantización de la cuarentena es un privilegio de clase", se lee en una imagen que rueda estos días por las redes sociales. No solamente es un privilegio de clase social, sino que también refleja a qué lado de la frontera te encuentras.
El concepto de frontera es dinámico y sus funciones han ido modificándose desde la antigüedad. En la actualidad, es difícil entender la frontera geopolítica con la simple definición de una línea física o imaginaria que separa dos Estados. Sin embargo, esta definición es especialmente significativa si nos trasladamos al origen del término frontera, es decir, frons-frontis, lo que está enfrente o lo que se ve enfrente. Esta conceptualización tiene un marcado origen militar, donde la frontera es vista como el frente militar. Algo que actualmente, para nada dista de lo que es la frontera sur europea.
La Unión Europea combina varias estrategias para frenar y/o bloquear el viaje de los ‘aventureros subsaharianos’. Por un lado, la estrategia de la securitización apoyada en dos puntos: en primer lugar, el discurso del miedo, con herramientas como la criminalización del otro -del migrante en situación administrativa irregular- y la alarma social con las imágenes estereotipadas de llegadas en pateras, saltos de valla, violencia ante la policía... Y, en segundo lugar, el fortalecimiento de las medidas de seguridad y de vigilancia en los puntos de entrada a la Europa Fortaleza, es decir, vallas cada vez altas y más sofisticadas para generar dolor, sistemas de vigilancia centrados en la temperatura corporal y radares más precisos. Y eso sí, si Open Arms o el propio Salvamento Marítimo abogan a los Derechos Humanos y rescatan a los aventureros, la narrativa antimigración actúa realizando una campaña de descrédito y criminalización hacia estas organizaciones.
Por otro lado, la Unión Europea (UE) actúa como una institución perversa, pero sumamente inteligente, y desde el Programa de la Haya (2004) comenzó un proceso de externalización de la frontera europea. Dicho de otro modo, se cedió el control de las fronteras a países de mayor tránsito migratorio ubicados fuera de las fronteras de la UE, como son Turquía, Marruecos, Libia, Túnez, Mauritania o Sudán, a cambio de sustanciales acuerdos económicos en concepto de cooperación al "desarrollo". Por consiguiente, se ha creado una frontera vertical en los países de tránsito para los aventureros. La frontera vertical de la UE es el aparato de control migratorio que desarrollan los países de tránsito a lo largo de su territorio por medio de operativos, retenes y detenciones; así como las relaciones de control y dependencia económica, laboral y corporal que implementan algunos grupos locales con los aventureros, tal y como explica Soriano-Miras en Ciencia UAT.
La frontera vertical y la securitización no pueden verse ni analizarse como estrategias diferenciales, sino que están interrelacionadas entre sí. No se necesitan líneas territoriales entre Estados: se han creado fronteras subjetivas basadas en el discurso de securitización. Y ambas se implementan con simultaneidad, generando una narrativa común en los países de origen, tránsito y destino de los aventureros.
Los efectos son claros: la frontera vertical ha bloqueado el viaje de los aventureros, quedando atrapados en los Estados-tapón de la migración. Ahora bien, como la narrativa es común, imaginemos el discurso de criminalización y de odio al aventurero subsahariano en Marruecos. Personas que no pueden moverse con libertad, no pueden utilizar transporte público, no se les permite trabajar legalmente, no pueden alquilar una vivienda, hacer nada... Solo diseñar estrategias de resistencia para seguir el viaje a Europa.
Más aún cuando la frontera vertical cada vez se está verticalizando más. En el imaginario social queda la imagen del verano de 2018, en el que la gendarmería marroquí arrestó, expulsó y persiguió a miles de personas en Tánger solamente por su color de piel. Desde entonces, Tánger ya no ha sido igual, es que la ciudad más septentrional de Marruecos estaba muy cerca de Europa y había que verticalizar más la frontera expulsando a los aventureros hacia áreas más al sur.
En Marruecos también se han instalado unas medidas estrictas de confinamiento con un fuerte control policial. Algunos aventureros que residen en Rabat y que están en una situación límite aseguran desde su confinamientos que no pueden salir de "sus casas", es decir, no pueden trabajar porque son detenidos, y por ende, no pueden conseguir ningún tipo de recursos económicos que les permita alimentarse. En resumen: sobrevivir.
La situación de confinamiento no es solamente dura para los aventureros atrapados en fronteras verticales. La diferencia es que estas personas parten de una base paupérrima, con una economía de subsistencia abocada a la clandestinidad que no les permite una capacidad de ahorro ni de redes de cuidados -visibles y formales- en situación de privilegio. Personas que están confinadas en infraviviendas sin garantías mínimas de habitabilidad y sin posibilidad de hacer frente a los gastos de la cotidianidad. Como señala un aventurero -lo dijo en francés-: "Es aún más difícil que antes, considerando que no se puede hacer nada ahora. Ahora no vamos a salir a trabajar... y... ¡tienes que pagar las facturas de la casa! ¡Todas ellas!"
Desde nuestra situación de privilegio necesitamos visibilizar otros discursos y, sobre todo, fomentar un debate para exigir medidas reales para dignificar la situación de los aventureros, porque la alternativa ya la sabemos: se les deja morir, tal y como sucede en el Mediterráneo o en las vallas -playas y bosques cerca- de Ceuta y Melilla.
Comentarios
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