Todos los veranos la costa andaluza se llena de turistas que buscan el refugio en la playa para pasar la temporada estival. Otros cientos de personas llegan a trabajar a los campos andaluces en provincias como Huelva o Almería. Estos lugares lejos de servir de refugio, se convierten en infiernos a más de 40 grados donde las personas migrantes se ven obligadas a malvivir en asentamientos de viviendas de construcción propia y sin electricidad.
La brisa entra en le cuarto. Escribo al lado de un gran ventanal observando la playa de Pedregalejo al fondo, mientras las altas temperaturas y el fuego llenan el relato de estos días. Las noticias de catástrofes inundan las redes y los medios y nuestras vidas. El primer indicio en mi caso fue un incendio en la Sierra de Mijas que pude ver desde el coche mientras me dirigía al centro de Málaga. Las llamas rojizas iluminaban la silueta de la colina en la noche. Ese fuego tan hechizante y a la vez tan destructivo. Al parecer había cuatro focos. Fue provocado.
Me resulta difícil imaginar la mente del pirómano. Visualizarlo en su casa, ideando "la hazaña", recogiendo algunos mecheros, o cerillas. Reuniendo unos ramilletes de espigas y pajas secas que se deshacen en la palma de la mano. Una mano sudorosa que sabe de lo prohibido del hecho pero también de la excitación. Quizá no. Quizá solo es un hombre de mediana edad - perdonen el atrevimiento pero imagino a esta persona de género masculino- que consumido por las deudas y ante una propuesta indecente, decide, a sueldo, hacer arder todo eso que nos da la vida, todo eso por lo que somos capaces de ver, de respirar, de tocar y de tumbarnos a observar el cielo bajo el sol, cada vez más abrasador, cada vez más difícil de soportar. Un sol que, después de mucho tiempo, nos pide que nos vayamos, que abusamos de su confianza y hospitalidad.
El suelo tintinea bajo ese sol de mediodía y, al otro lado de la península, muy cerca del pueblo donde nací, la tierra arde también. Las vecinas y vecinos tratan con sus propios medios de contener el fuego. Otra vez es la comunidad la que salva. Algunos políticos pasan saludando y dando pésames después de haber votado que no a reforzar el operativo antiincendio ante esta situación en Castilla y León. Siguen contratando empresas privadas y dando dinero para el desempeño de servicios públicos básicos. Si, me refiero al barrendero que limpiaba las calles de Madrid a las 17h en plena ola de calor, con un contrato de un mes. Como dice José Luis Sastre, "el calor mata, pero la desigualdad mata más".
Bien por deforme profesional o por cercanía geográfica, no puedo dejar de pensar en todas las personas que, año tras año, vienen a trabajar en nuestros campos. Estas personas, lejos de las cámaras y la repercusión mediática, trabajan bajo las durísimas temperaturas para que los alimentos estén disponibles para nosotras. La mayoría no tienen papeles y por ello tampoco derechos. Otra vez el mismo mantra. El fuego mata, pero la pobreza mata más.
Ante esta concatenación de crisis no nos queda otra opción que regresar a lo colectivo, sentirnos parte de un todo más grande, cuidarnos las unas a las otras. "Todos contra el fuego" rezaba aquella campaña de los 90 en la voz de Joan Manuel Serrat. La ola de calor y los incendios no son un hecho aislado. La crisis climática es un hecho y lo primero es blindar los derechos más básicos de todas las personas para sobrellevar esta situación en condiciones dignas. No puedo evitar pensar en las personas migrantes que se encuentran en España sin documentación. Lo difícil que es reclamar sus derechos en ese campo ardiendo. Para esto se ha puesto en marcha una ILP para la regularización de 500.000 personas en España en la que ya han participado más de 300.000 personas. Todavía puedes participar.
Esta crisis climática nos golpea a todas, pero primero, y más duro, a las vidas precarizadas. A esos cuerpos que no se ven. Que no importan. Que no pueden escapar. Quiero acompañar en el sentimiento a todas las personas que han perdido a familiares y seres queridos en el fuego y por los estragos de la ola de calor. Pero, sobre todo, nos acompaño en el sentimiento a todos, a todas y a todes, porque estamos perdiendo lo más sagrado que tenemos. Lo que arde es nuestro Hogar.
Comentarios
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