Somos mejores que esto

Triple valla fronteriza de Melilla. Foto: Lucila Rodríguez-Alarcón.
Triple valla fronteriza de Melilla. Foto: Lucila Rodríguez-Alarcón.

¿Qué ves cuando te miras al espejo? Unos ojos, una nariz, unos labios, vello, dientes, poros, pestañas... O ves una persona con sueños y miedos, con matices, con certezas, con incongruencias. Ambas visiones se encuentran enfrente de ti cuando te miras y tú eliges a cuál le toca en función de cómo tengas el día. 

¿Qué viste hace un año cuando salieron las primeras imágenes de lo que había ocurrido en la valla de Melilla? Cientos de cuerpos negros apilados, posiblemente. ¿Cuánto tardaste en ver cientos de personas con sueños y miedos acabados al pie de esa construcción mortífera? Es más, ¿llegaste en algún momento a ver algo más que cientos de cuerpos amontonados? Mucha gente se quedó ahí, en los cuerpos, sin llegar a ver las vidas. Este ha sido el éxito de una narrativa migratoria que se ha ido construyendo durante los últimos veinte años y que resulta muy conveniente para ciertos intereses, si no, ¿por qué se iban a demonizar las migraciones, que son algo natural, que todas las personas hacemos en algún momento con el fin de mejorar nuestra calidad de vida? Si lo piensas, muy pocas personas viven en el sitio que nacieron, es decir que en algún momento momento migraron. 

¿Quiénes se benefician con esta narrativa? Las empresas que viven de la imparable industria del control migratorio, estas empresas que construyen vallas, concertinas, barcos de control, que desarrollan sistemas tecnológicos de reconocimiento facial, empresas que gestionan los centros de detención, y un largo sinfín de bienes y servicios, todos ellos financiados con dinero público, que se han ido creando poco a poco y que ahora nos parecen indispensables por la seguridad de todas. 

Pero la realidad es esta industria despiadada no controla nada, solo destruye. Destruye a personas que si pudieran hacer su viaje en paz llegarían llenas de fuerza y ganas a mercados laborales envejecidos que las necesitan, a sociedades decadentes que agradecen infinitamente chorros de vida y cultura nuevas. 

Nos están quitando la esencia misma de los que somos. A todas las partes implicadas en todo este desastre. Sin excepción. Porque es verdad que somos todas iguales, las personas, esencialmente lo somos, en esa parte de matices, certezas e incongruencias, ahí nos encontramos todas. Y nos están despojando de esa humanidad que necesitamos para ser sociedades sanas y que progresan. 

Hace un año se fueron vidas y somos responsables de no habernos indignado lo suficiente, de no habernos visto ahí nosotras apiladas, amontonadas al pie de la valla, de no haber gritado más fuerte en el nombre de las voces silenciadas. Hay muchas formas de gritar basta ya. Tenemos que encontrar alguna que nos sirva y empezar para usarla para revertir lo que está siendo una catástrofe equivalente a la que se vivió en los años treinta. Somos mucho mejores que esto.