- Nos hemos acostumbrado a hablar de la muerte, ese gran tabú, pero no la miramos. De repente las personas se mueren a miles, agonizan en las unidades de cuidados intensivos a miles, enferman a miles. Cada día recibimos puntualmente las cifras de muertes, contagios y altas. Las imágenes de su degeneración han sido sustituidas por otras de personas sanas aplaudiendo en sus ventanas. Nos hemos acostumbrado a hablar de la muerte, pero seguimos sin mirarla a la cara. Podemos morirnos en paz.
- De repente existe la Sanidad pública. Ya se me perdonará la insistencia: pública. O sea, que lo público no solo está ahí, sino que resulta indispensable. Una parte de la población, la misma que pide que se bajen los impuestos y vota por los partidos que prometen pulverizarlos, también ha descubierto que existe la Sanidad pública, y que cuenta con personal médico, de enfermería, auxiliares, etc que llegado el momento se juegan la vida por sus pacientes. Dicha población ha descubierto asimismo que la Sanidad pública es apreciada y utilizada por los mismos partidos que combaten los impuestos. Quizás en un futuro, quién sabe si lejano, caerán en la cuenta, tanto los palurdos como los políticos a los que votan, que dicha Sanidad taaan maravillosa existe gracias a los impuestos que todos los ciudadanos y ciudadanas pagamos. Incluso cabe la remotísima posibilidad de que entiendan lo que son los impuestos.
- Ha aparecido entre las familias, como una descubre el beso, la profesión de maestro, de maestra. Oh. Se ha descubierto que, entre que depositas a tu criatura en la puerta de un colegio y vas a recogerla, unas personas mal pagadas, ignoradas, con contratos despiadados, se encargan de ellos. Es más, que no solo no los tienen entretenidos frente a la pantalla de un móvil, sino que les ofrecen conocimiento, valores, atención. Oye, y ni una estatua tienen.
- Hemos aprendido que en nuestra sociedad todo lo que sucede respeta las diferencias de clase y las desigualdades. El confinamiento las respeta hasta tal punto que se olvida de que hay quien no tiene dónde confinarse, de que hay familias enteras confinadas en una sola habitación, de que hay confinados sin una miserable ventana para la ventilación, hasta tal punto que olvida que hay mujeres a las que el confinamiento supone una sala de tortura. El confinamiento respeta las diferencias de clase hasta el punto de dividir a los alumnos entre quienes tienen acceso a Internet y quienes no a la hora de decidir una educación online. Y sin embargo exige a todos ellos el mismo rendimiento. Hasta tal punto que ignora a quienes no pueden comer si no salen a la calle.
- La nuestra es una sociedad que desprecia a sus mayores, su experiencia, o sea una sociedad que desprecia su propia memoria. La cifra de muertos en residencias de mayores se va acercando a la mitad de la cifra total de fallecidos. La cuestión no es que fallezcan muchas personas ancianas, sino la asombrosa cantidad de ellas que lo hacen en residencias de ancianos y ancianas. Más allá de quedar pendiente la revisión del porcentaje de centros privados frente al de públicos, queda en evidencia la costumbre de aparcar a los abuelos y las abuelas en lugares opuestos a lo que llamamos hogar.
- Ha quedado en pelotas la engañifa de vender el periodismo de declaraciones como si fuera información. Y la política de declaraciones como si fuera trabajo político. La irrupción de información real, construida sobre datos, cifras y análisis científicos, destapa la costumbre de convertir los comunicados de uno u otro partido en algo relevante. O sea, muestra descarnadamente cómo los medios de comunicación hemos acabado siendo simples voceros de argumentarios de partido en lugar de relatores de sus hechos.
- Queda confirmada nuestra dependencia de la tecnología. Esto es así y no necesita mayores explicaciones.
- Los medios de comunicación han normalizado la prostitución, el proxenetismo y la trata. De tal forma que se informa sobre la durísima situación en la que quedan las prostitutas y el riesgo de que los proxenetas paguen contra su cuerpo la pérdida de clientes. O sea, se convierte el proxenetismo en una actividad empresarial de la que se puede hablar como si se tratara de la producción textil y no de un delito.
- Los medios de comunicación han normalizado el consumo y tráfico de estupefacientes, o sea drogas. Así que ofrecen información sobre los nuevos mecanismos de distribución y compra con la misma soltura con la que hablan del tiempo.
- Y 10. Así somos.
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