Lo llaman el "síndrome de la cara vacía" y consiste en el miedo a quitarse la mascarilla. Lo sufren, según parece, sobre todo las adolescentes. También los chicos, pero principalmente ellas. Hablamos a menudo de identidades, cuerpos y géneros, y cada vez que se me plantea cualquier cuestión al respecto lo encuentro viejo, un asunto del pasado. ¿Cuántas identidades tiene una chavala actualmente? ¿Cuántas realidades habita? En tiempos que ya parecen remotos se hablaba de "la realidad virtual". Virtual en contraposición con la realidad "real". Dos realidades, de las que una (en teoría) existía y la otra era ficticia. Bobadas. Todo existe, bien lo saben crías y críos que habitan los mundos de Tik Tok, Instagram, Call of Duty, Minecraft, Fortnite, yo qué sé.
En esas realidades, sus identidades no tienen que ver con el cuerpo en el que nacieron, en todos los sentidos. Allí "son" otra cosa y de otra manera. Considero un error ignorarlo, sobre todo teniendo en cuenta las muchas horas que pasan en esos otros yoes suyos, moviéndose, habitando realidades distintas a la que consideramos "real", y dudo seriamente que las vivan como ficticias. Esa adolescente de tercero de la ESO, ¿es más "ella" durante las horas lectivas del instituto o las que pasa en la pantalla siendo lo que finge ser? Es más, ¿lo finge? ¿Se trata exactamente de una ficción?
Todo esto venía a colación del asunto de las mascarillas, de cómo ahora que pueden quitárselas a las horas de recreo, el profesorado ha descubierto con sorpresa que prefieren no hacerlo. No por motivos de salud, sino por "vergüenza". Por supuesto, durante estos dos últimos años enmascarados, no han dejado de relacionarse entre ellos. Mi hija se relaciona habitualmente desde Madrid con sus amigos de los veranos, algunos en Barcelona, otros en Tarragona. Pero no se ven. No se trata de una videoconferencia ni ese tipo de "charlas" online que sus madres organizábamos durante el confinamiento. Cada una, cada uno es un personaje. Un personaje elaborado, de largo desarrollo y rasgos definidos. Pero ese personaje también son ellas. Cuando aludimos al metaverso, pienso en eso. Incluso, en términos mucho más básicos, su presencia en redes, su "ser" ahí está modelada por ellas mismas, decidida, retocada, estudiada. O sea, satisfactoria en la medida de lo posible, exenta de las inseguridades más aciagas.
Cuando tras dos años tienen que volver a mostrar la cara, la que tienen en su existencia "real", no se trata solo de que les dé pudor, que también, sino que en ese tiempo algo ha cambiado radical y creo que definitivamente en la idea que tienen de sí mismas. Están enfrentando, de golpe, una identidad que no controlan. Me subo en esa evidencia para entender por qué las discusiones entre género, sexo, identidad etcétera me parecen caducas. En el momento en el que las realidades se multiplican, y desde luego que se han multiplicado, también lo hacen las identidades. Detrás de la mascarilla, una puede ser lo que decide ser. Sea esto bueno, malo o todo lo contrario, porque dichas consideraciones carecen de importancia. Sencillamente, es. Es así.
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