La concejala de Ponferrada Lorena González Guerrero se había propuesto que Nevenka Fernández tuviera un monumento en su ciudad y lo ha conseguido. La joven González Guerrero tiene genio y un tesón a prueba de golpes, así que dudo que los no pocos comentarios en contra de su gesto y la buena posición social del agresor de Nevenka, el ex alcalde del PP Ismael Álvarez, le hayan hecho dudar en algún momento. Sin embargo, estuve allí y volvió a dañarme esa sensación de impunidad social que huele a bragueta, risotada y humo.
Ismael Álvarez acosó sexualmente a la entonces jovencísima concejala de Hacienda hasta que ella tuvo que cogerse una baja por depresión. Después, le denunció. Le denunció y, tras un infierno judicial y mediático, consiguió la primera condena en España de un cargo político por agresión sexual. El consistorio quería pedirle disculpas por los muchos años transcurridos sin darle las gracias, sin pedirle perdón. Pero ella no estaba allí. El monumento, sí. Nevenka, no. Sus padres estaban allí. Ella, no.
Este jueves, Paquita García y Juvencio Fernández, sus padres, vieron cómo el edil de la localidad y la concejala de Bienestar Social, Infancia e Igualdad descubrían una gran placa con el rostro de la mujer en la rotonda por la que pasa el peregrinaje del Camino de Santiago. Y sí, allí estaban la madre, el padre, los munícipes y la delegada del Gobierno contra la Violencia de Género, Victoria Rosell. Pero no estaba Nevenka. Insisto tanto porque no es común que te planten un monumento en tu ciudad y no estés. Porque es una anomalía demasiado normal. Porque no hacen falta muchas luces para comprender que el que sigue ganando, aunque perdiera en los juzgados, aunque le condenaran, es su agresor.
Nevenka vive en Irlanda. Tuvo que dejar su ciudad y no ha vuelto. El acosador sexual, en cambio, es uno de los "hombres importantes" del municipio. "Ojalá un día Nevenka pueda volver a caminar por las calles de Ponferrada", me dijo con lágrimas en los ojos y en voz bajita una de las mujeres que acudió al acto. Pensé que las instituciones a veces se adelantan a las gentes. Y que muchísimas veces las gentes no adelantan un carajo. De hecho, Paquita y Juvencio también decidieron abandonar el lugar y ahora residen en la costa gallega. Cuando la chica denunció al alcalde, les hicieron la vida imposible.
Recuerdo todo aquello, los días de juicios, los comentarios de los asquerosos. Sentenciaban que si la mujer había tenido una relación con él, tenía que aguantar todo lo que viniera después. Recuerdo al fiscal José Luis García Ancos diciendo que ella " no era una cajera del Hipercor, a la que le tocan el culo y se tiene que aguantar para llevar el pan de sus hijos". También los gritos de alguna mujer por la calle, otra afirmando que "a una no la acosan si una no quiere". Cada una de esas cosas me hacía llorar entonces, de rabia, de desaliento y también por la sensación de que la roca sobre nuestros cuerpos es demasiado pesada para moverla. Que la decoramos, le ponemos plantitas monísimas, mariposas, la pintamos de violeta, pero ahí sigue.
Lo mismo sentí este jueves en Ponferrada. Pensé que si Nevenka no estaba en su homenaje, poco o nada ha cambiado. Abracé a Paquita y a Juvencio, vi cómo lloraban, volví a llorar. Todos sabíamos por qué.
Un rato después, la delegada del Gobierno Victoria Rosell nos contó un muy revelador experimento que ella hace. Aparece ante un grupo de personas y dice: "Ha habido otra víctima de violencia de género". Inmediatamente, cunde un silencio luctuoso, alguien propone un minuto de silencio, los rostros demudados se alzan buscando el duelo. Entonces, Rosell añade: "Está viva y ha denunciado al agresor". Ah, entonces... entonces ya todo se relaja, ya no es tan víctima, incluso se contempla la posibilidad de que ni siquiera sea cierta la denuncia. Explica Rosell que una víctima lo es cuanto más sufra, alcanzando su mayor "estatus" con la muerte. Sin embargo, aquellas que pelean, que denuncian, que hablan y lo cuentan, pasan a perder poco a poco el apoyo social.
"Hablar me ha salvado", dijo Nevenka Fernández hace más de dos décadas tras ratificar la denuncia por acoso contra el alcalde de Ponferrada, Ismael Álvarez. Eso solo puede saberlo ella. Lo que yo vi el jueves es una sociedad donde el agresor sexual es digno de popularidad y respeto, mientras ella no acudió a su propio homenaje, y bien que hizo.
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