Vaya, parece que ahora los hombres no saben a quién pueden besar y a quién no. Como lo de llevarse un contrato a la disco para ver si pueden ligar o el notario a la cama para comprobar que pueden follar. "Ay, cuida, no le beses, a ver si te lleva ante el juez", se les oye decir en oficinas, bares y encuentros varios. Debe de resultar terrible vivir instalado en la duda y el miedo. Y todo porque la secretaria de Estado Ángela Rodríguez Pam dijo que no hay que obligar a las criaturas a dar besos si no quieren, algo que me parece de cajón. La de besos a babosos, rijosos, sobones y apestosos señores que nos hemos tragado en la infancia no tiene nombre.
¿Por qué pues habría que insistir en que eso suceda? ¿Por qué hay que obligar a una criatura a besar a alguien por quien no siente cariño, ni siquiera la mínima proximidad? Para que se acostumbre. Así es, se trata de una doma. Para perpetuar una costumbre. ¿Y qué costumbre es esa? Que la próxima vez que un adulto les pida un beso, entiendan que es su deber darlo. Sí, se llama doma. Y para domadores ya está el circo.
He leído esta semana un artículo del escritor y filósofo Santiago Alba Rico entre el estupor y la vergüenza ajena. Bueno, y también me ha dado un poco la risa. A propósito de lo anteriormente dicho, el pensador argumenta: "(los niños) se dejan besar, sin consentimiento y con placer, por sus padres, que asaltan en un descuido la cuna de sus bebés dormidos. La infancia es vulnerabilidad y no-consentimiento: el niño recibe un nombre sin consentimiento, es vestido y alimentado sin previo consentimiento y llevado sin consentimiento a la escuela hasta los 16 años".
Madre del amor, la de piruetas que dan estos señores para justificar algo tan obvio como que están defendiendo el no-consentimiento. O sea, que como las madres y los padres educamos a nuestros hijos sin su consentimiento, eso sientan un precedente.
Yo soy muy de tocar, besucona, abrazadora, muy de caricias. Jamás de los jamases he tenido ninguna duda de si puedo o no puedo darle un beso a alguien, hacerle una caricia, darle un abrazo apretado. Jamás de los jamases se me ha ocurrido que debería llevar un contrato para que alguien me firme un consentimiento, entiéndaseme la broma. Porque si lo pensara, si me cupiera la mínima duda, sencillamente no lo haría. Y, mira, eso que me ahorro en escrituras.
Escribe el filósofo: "Hay besos simbólicos, besos protocolarios, besos reparadores, besos consoladores, besos de júbilo, besos de perdón, y hasta besos póstumos sobre la mejilla amada de un muerto que no se puede defender". Lo del muerto ya es de traca. Pero vamos con otra enumeración, esta mucho más habitual, casi diaria: Hay besos agarrándote de la cabeza a los que llaman "picos", besos de júbilo que aprovechan la ocasión para invadir tu cuerpo, besos que te buscan la comisura de los labios cuando pones la mejilla, besos impuestos aunque ofrezcas la mano, besos húmedos junto a la oreja, besos con jadeo incluido, besos que pegan el cuerpo del hombre al tuyo rozándote los pechos, besos que te acarician el cuello con la mano, besos que no te sueltan durante segundos eternos, besos que te agarran el culo, la cintura, la carne... Podría seguir con la lista de besos asquerosos que todas sufrimos habitualmente. Habitualmente. Pero basta con decir una sola cosa: Hay besos que no quieres dar ni recibir. Y con eso basta y sobra.
No se trata de puritanismo, como ahora quieren argüir. Ya he dicho muchas veces que me chifla que me llamen puritana. Lo último que creí que acabaría oyéndome. Ni siquiera se trata, como dicen, de religión. "Es el puritanismo religioso el que sexualiza todo beso", puntualiza el pensador en una hilo de X en el que reconsidera lo publicado en su artículo y lo revisa. No señor Alba Rico, no. Quienes sexualizan todo beso son los hombres, y le aseguro que una lo tiene claro en cuanto se le acercan. Ahí no hay religión que valga. Ahí hay invasión y uso del cuerpo de las mujeres. Hay costumbre. Sí, esa costumbre que viene de la doma antes citada.
"Todos los avances vertiginosos del feminismo en las últimas décadas han tenido que ver con el hecho de que sus reivindicaciones coincidían con las de la sensatez humana: con la sensatez de la mayoría de las mujeres, sí, pero también con la de buena parte de los hombres". Quizás ahí reside lo que les pica a los Alba Rico de turno, que ahora está desapareciendo esa "buena parte" de los hombres que coincidían con la "sensatez humana" de los avances feministas. Y en lugar de preguntarse por qué ellos, los que están de acuerdo con nosotras, son cada vez menos, optan por pasar al ataque. Si nosotros no estamos de acuerdo, si no nos parece bien, ese avance no vale. Ay, los señoros, hasta para esto consideran que su aprobación resulta imprescindible.
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