Ando buscando un coño, más concretamente la foto de un coño. La necesito para un trabajito de guerrilla. Lo primero que hago es teclear en Google, por la costumbre. No tecleo "coño" ni "vulva", sino El origen del mundo, de Gustave Courbet. Me gusta ese cuadro, me gusta ese cuerpo, el punto de vista, cierta humedad que se adivina en los labios mayores de la mujer, el pecho derecho un poco más allá, el pezón tierno, las pinceladas gruesas del vello púbico. En realidad lo que más me gusta es eso, el vello púbico pintado por Courbet. Es el del cuadro un coño frondoso, y una está harta ya de imágenes de vulvas lampiñas.
Al grano, que me pierdo. Tecleo el nombre del cuadro y lo único que me ofrece Google son imágenes de cabezas de personas que miran el cuadro retratadas de forma que, oh, casualidad, tapan la vulva que yo ando buscando. O imágenes de personas que fotografían el cuadro y que, oh, casualidad, con su móvil tapan la entrepierna. Trato de llegar hasta lo que necesito modificando las palabras de la búsqueda, infructuosamente. Lo ponga como lo ponga, el cuadro no aparece. ¿Por qué? Porque retrata los genitales femeninos. Preocupada por si es un asunto de mayor calado, busco La creación de Adán, de Miguel Ángel, y ahí está el joven con su pene incluido. En honor a la verdad, hay que decir que también se tapan muchos penes.
No quiero hablar de las vulvas en general, sino del coño que yo busco y de la sorpresa que me produce no encontrarlo multiplicado en mil imágenes en Google. Es un cuadro precioso, forma parte destacada de la historia del arte y es una obra relevante en todos los sentidos. Si tú buscas el David, de Miguel Angel, La joven de la perla, de Vermeer, o El Cristo de Dalí, la pantalla se te llena con la misma imagen reproducida en todos los tamaños y formatos posibles. El origen del mundo de Courbet, no, en absoluto.
A continuación me sucede lo que se le ocurre a cualquiera. Si la imagen no está en Google, renuncio inmediatamente a ponerla para ilustrar este artículo. ¿Por qué? Porque, de hacerlo, no podré difundir mi columna, por ejemplo, en Instagram, so pena de que me suspendan la cuenta por contenido inadecuado. O, por lo menos, me impedirán colgar esta pieza en la red a base de desaparecerla cada vez que lo haga.
Y así, poco a poco, el coño que yo busco, el de El origen del mundo, de Courbet, irá desapareciendo de los mundos de aquellas y aquellos que viven inmersos en las pantallas, que usan Google como referente de búsqueda, en las redes sociales como lugar de esparcimiento e información (?). Esas personas, las más jóvenes, las que no oyeron hablar del cuadro que yo busco, tienen en sus mentes, cómo no, otros coños, otras vulvas. De hecho, suelen ver todo un catálogo de genitales en la inconmensurable oferta pornográfica gratuita de Internet. Todos iguales: pequeños, rasurados, infantilizados, en cuerpos flacos y jóvenes. Lo más parecido a unos genitales de niña que se puede encontrar sin entrar en ilegalidades.
La imagen que tenemos de las cosas, de los cuerpos, de la realidad, se construye por acumulación. La idea que yo tengo de una vulva está compuesta por los cientos de vulvas vistas e imaginadas, en la realidad, en cuadros, películas o dibujos, en las vulvas leídas y narradas. Afortunadamente, mi catálogo es muy variado. No así, me temo, el de las gentes de Google e Instagram. Lo siento por ellas.
Pensando en todo lo anterior, busco mi coño de El origen del mundo en Wikipedia. Ahí está, claro, sin censuras ni idioteces. Paso el cursor sobre las líneas del artículo de Wikipedia y, al rozar la palabra "labios", se abren dos imágenes de sendas vulvas. Rasuradas, eso sí.
Comentarios
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