La violencia sufrida por Irene Montero y Pablo Iglesias no tiene parangón, la violencia política, económica, mediática, judicial e institucional. Sí, todas esas juntas y cada una de ellas por separado. Recuerdo el escrache a Soraya Saenz de Santa María, fueron unas horas. Recuerdo bien la repulsa general, el escándalo por el hecho de que un grupo de gente cabreada se plantara en la puerta de su casa. Recuerdo que apelaban a su condición de madre, al hecho de que había una criatura dentro. Sin embargo, durante meses y meses y meses la casa de Irene Montero y Pablo Iglesias estuvo acosada, rodeada y violentada hasta el punto de no permitirles a ellos ni a sus hijos llevar una vida normal. Y la respuesta fueron silencio y señalamiento.
No fueron unas horas, no fue un día, fue un enorme lapso de tiempo en el que esas criaturas crecieron en una situación de violencia constante. Como ha relatado la ex ministra, "un estado de estrés y nervios permanente" en el que cada día el acusado "daba un paso más" o "cruzaba una línea roja más". Para Montero "era evidente que podía llegar a hacer cualquier cosa". ¡Eran una ministra y un vicepresidente del Gobierno de España quienes vivían en tal situación, caray!
Lo que sucedió es que hubo un momento, antes de todo aquello, en el que se tomó la decisión de que contra Podemos valía todo. Es así, yo estaba en los medios de comunicación y recuerdo las tertulias azuzando el odio con embustes, recuerdo los bulos, las burlas, esa forma de quitarle importancia a lo que en cualquier otro caso habría sido una alarma general. Incluso de echarles a ella y a él la culpa de la violencia que recibían. También recuerdo la actuación de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, pero sobre todo, dos estamentos, dos instituciones, que son directamente responsables de lo que acaba de sucederles a Pablo Iglesias e Irene Montero a las puertas del juzgado, donde se iba a condenar un hombre, uno de tantos, que ejerció acoso contra ellos. Porque ese hombre solo es el fruto podrido de una sociedad envenenada en parte. En la parte derecha.
La primera institución son los medios de comunicación. El ejercicio periodístico contra Podemos en general, y contra Iglesias y muy en especial Irene Montero, constará en los anales de la vergüenza de la profesión. A mí me avergüenza como periodista lo vivido en tantas tertulias, en tantos espacios falsamente informativos. Nadie se ha disculpado. Se ha hablado mucho de los medios, de cómo el poder judicial no podría actuar arbitrariamente si no fuera con su apoyo. Son las televisiones, las radios y los periódicos, prácticamente todos pero no todos, quienes construyeron el odio hacia Irene Montero, Pablo Iglesias y todo su entorno. También contra Podemos. Estar junto a ellos, dar la cara por Montero o Iglesias, o ambos, suponía exponerte tú también a la violencia. No hablo de oídas.
Pero más que los medios de comunicación, que ya es terreno trillado, me preocupa el ámbito político. Salvo honrosas excepciones —quiero recordar aquí especialmente a Gabriel Rufián—, ningún líder político del Gobierno ni de la oposición, ni de partidos cercanos, se ocupó de denunciar la violencia que sufrían en casa Montero e Iglesias con la contundencia que ameritaba. De hecho, prácticamente nadie lo hizo. La situación era tan grave que merecía que, en cada sesión del Congreso, alguien externo a Podemos dijera en voz alta lo que estaba sucediendo. Cada día, en cada sesión. De esos polvos estos lodos.
El presidente del Gobierno Pedro Sánchez se ha tomado recientemente unos días porque ha sentido que el lawfare le hace daño, se siente maltratado y considera injusta la situación que viven él y su esposa. Nada dijo cuando esto sucedía a diario, durante meses y meses, ante las puertas de la casa de Irene Montero y Pablo Iglesias, a la sazón ministros de su gabinete. Nada le he oído decir ahora.
La violencia política se nutre del silencio, como las guerras, como el racismo y la violencia macho, como toda forma de odio social. El silencio general, el silencio del resto, el silencio de los tibios es el que permite que el odio campe a sus anchas, que dé frutos podridos y que esos frutos envenenen lo que somos como sociedad. No esperen las disculpas de quienes regaron, riegan y regarán ese árbol.
Comentarios
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