Posibilidad de un nido

Sobre las hijas, los hijos y sus interiores

Imagen de archivo de una joven consultando su móvil. - EFE
Imagen de archivo de una joven consultando su móvil. - EFE

Afuera estaban el mar, el sol, la piscina, la gente y lo que mis padres llamaban "el aire libre". Se suponía que las vacaciones eran eso, que ellos hacían eso por o para nosotras, las niñas, mi hermana y yo. El lugar era bonito, estaba lleno de criaturas de todas las edades que jugaban, corrían, se bañaban y hacían cosas propias de su edad. Pero las cosas propias de la edad no son un patrón de aplicación inmediata, no es tan fácil. Tener 6 años no te empuja a correr detrás de una pelota o colocar muñecas en fila. Tener 10 años no significa una atracción irresistible hacia las piscinas. Estar con otras niñas, en mi experiencia, no era lo mejor que te podía pasar.

Recuerdo que la táctica consistía en entrar por la puerta de atrás cuando mis padres estaban fuera, en el porche delantero, tomando el aperitivo con sus amigos, o más allá, en la piscina, o en la playa. Yo entonces me desplazaba por la zona posterior de las casas como un personaje de dibujo cómico, corriendo de árbol en árbol, segura de que detrás de aquellos troncos mi avance quedaba oculto a sus ojos. Guardaba una copia de las llaves de la puerta trasera de la casa, siempre cerrada, bajo una gran piedra. Llegaba hasta allí con el corazón en la boca y la boca seca, habiendo comprobado que ellos estaban fuera, y con la emoción que provoca la transgresión de cualquier regla familiar. Entonces, abría la puerta con sigilo, la cerraba conteniendo la respiración y bajaba las escaleras del sótano como una exhalación.

En el sótano no tenía necesidad de esconder el libro de turno, porque nadie bajaba allí. Era un gran espacio umbrío, húmedo y amable como el interior de un vientre. La panza de la ballena. Era tanta la humedad que acumulaba, que en ocasiones las baldosas del suelo estaban mojadas por la condensación. Solía entrar descalza en bañador, porque en ese momento se suponía que estaba en la piscina, al aire libre, se suponía que me tenía que dar el sol. Lo del sol y el exterior tenía algo obsesivo que ahora relaciono con la idea de estar a la vista y, por lo tanto, no hacer lo que se supone que no se debe hacer.

En mi caso, lo que no se debía hacer bajo ninguna circunstancia era encerrarme en el sótano a leer mientras afuera un día luminoso exigía baño, correteos y trato con otras criaturas de mi edad. Si por una de esas desgracias del azar mi padre o mi madre me encontraba dentro de la casa a las horas de sol, que en verano son todas, inmediatamente lanzaba su acostumbrado: "Fuera de casa ahora mismo, venga, que te dé el sol". Jamás se me pasó por la cabeza decirles que estaba leyendo porque prefería estar dentro de un libro que en la piscina o practicando cualquier juego en el que resultaba desastrosa, mi cuerpo siempre demasiado grande, demasiado torpe. Pero en verano, leer no era una posibilidad más que para la noche, en la cama, antes de apagar la luz.

No sé en qué mundo imaginaban mi vida adulta, pero para el que he acabado habitando, aquellas lecturas han resultado muy útiles. Estoy bastante satisfecha con el resultado de mis horas de sótano y sombra, aunque durante algunos años me convirtieran en "un bicho raro" y me llevaran de reprimenda en reprimenda hacia el otoño. Escribo esto mientras veo a mi hija frente a su máquina en el sofá del fondo, a la sombra, dentro de la casa gaditana en la que estamos pasando una semana de vacaciones. Estoy a punto de decirle que deje la máquina y coja un libro. No sé cuántas veces les habré dicho eso a mi hija y mi hijo en los últimos años, qué tontería. No me refiero a que leer sea un tontería, por supuesto, sino a lo inútil de tal insistencia. Leen cuando les da la gana, y leerán, claro que leerán. A su manera, leerán, de la misma forma que reciben historias, narraciones, construcciones de ficción y no ficción a su manera. Nadie lee bien por obligación.

Como con mis libros de infancia y adolescencia, pienso en su vida adulta, en que está en el fondo preparándose para eso, y tiendo a imaginar que las máquinas, con sus relatos de wattpad y sus redes, sus vídeos y sus series, probablemente forman parte de algo que me deja atrás. Y cuento todo esto porque hace un momento le he dicho a mi hija: "Cariño, sal un rato de tu cueva a que te dé el sol y el aire, y aprovecha para darte un baño, que estás todo el día encerrada".

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