Hace unos meses dejé Madrid. Es cierto que, una vez has vivido allí, Madrid no se acaba de dejar nunca, siempre sigues con un pie en la capital. Primero es un día a la semana, luego son dos... Madrid tira de un extremo de la cuerda de mi vida, y yo he atado bien el otro extremo de esa soga al árbol de las cosas que no hacen daño. Cada día lo compruebo, me preocupo en dedicarle un tiempo a confirmar que mi nudo es firme. A poco de instalarme fuera de Madrid, una amiga me dijo que en las capitales de provincia, en las pequeñas localidades y en los pueblos, una se ocupa de "lo menudo". Comprendí que se refería a lo contrario de las grandes causas de la capital, donde todo parece esencial y central, desmesurado e imprescindible. En el árbol al que yo he atado mi extremo de la cuerda florece lo menudo.
Lo menudo, para que se me entienda, es el vecindario, la soledad de las personas ancianas que nos quedan cerca, el funcionamiento del barrio, sus parques y sus criaturas; lo menudo son el alimento y el techo, los libros que leemos, la biblioteca pública cercana, una tarde de cine, la ilusión de un viaje siempre pospuesto por las cosas de la cuenta corriente; lo menudo es la amistad y andar a pie, el transporte público. Esas son las cosas a las que he decidido atar mi cabo de la cuerda cuya punta opuesta sigue tirando de mí hacia los asuntos madrileños, cuestiones grandilocuentes que cada vez con más frecuencia atizan odios e ignorancias.
Nunca he visto que se tratara lo menudo en los medios de comunicación en los que he trabajado, que son muchos, demasiados. Tampoco en tertulias ni debates. Ahí, a veces salen personas dentro de sus casas, otras cuentan asuntos de sus vidas, pero todo es mentira, se les usa para "ilustrar" —así lo llaman— asuntos de teórica gran envergadura a los que se supone una relevancia política. Las pequeñas historias de esas personas son un adorno en la crónica de los denominados "asuntos de actualidad", normalmente ligados a tejemanejes políticos que tienen que ver con los partidos políticos, no con las vidas de la gente.
He pensado en ello ante el espanto de lo sucedido en València. Junto a la muerte, que todo lo ha devastado, el agua se ha llevado consigo lo menudo. Eso fue lo primero que pensé ante tantas imágenes de pueblos y campos arrasados, de casas devastadas, con sus fotografías y sus ropas de cama, sus alimentos, los zapatos, los cuadernos, el pequeño andamiaje que nos sostiene cotidianamente. Justo después vinieron las cosas madrileñas, con sus bochornosas voces de olíticos mediocres, incapaces, perdidos en su triste y vana grandilocuencia, su estulticia, su mala baba. Ah, pero entonces, una riada humana, solidaria, tremebunda, un caudal extraordinario de personas cargadas con bolsas, ha empezado a hacerse cargo de lo verdaderamente importante, de lo único que nos salva: lo menudo. Y he pensado que la vida discurre por lechos y vaguadas que las gentes conocen desde siempre, y por esa razón salimos adelante.
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