Están los bros, los señoros, los machirulos, los como quieras llamarlos chocando sus puños, brindando ebrios de hombría, sacando pecho, recolocándose el paquete. Se entiende a quiénes me refiero. Y se entiende precisamente porque poco a poco han ido sacudiéndose los remilgos, quitándose las caretas, y ya nos hemos acostumbrado a sus jetas, sus poses y sus voceros youtubers, a su misoginia feroz. Pero sobre todo, nos hemos acostumbrado a que haya un amplísimo, insoportable número de hombres que asisten al brotar de esas bestias como quien contempla el huerto del vecino.
Los bros de Trump no le votan porque haga América grande o pequeña, ni por razones económicas. Ni el más obtuso entre los lerdos piensa que a ese ultrarrico le importan su sueldo, su calidad de vida o su trabajo. Los bros de Trump le votan porque su mujer es suya. Porque esas zorras ya han llegado demasiado lejos. Porque yo a mi mujer me la tiro cuando me da la gana, y hasta ahí podíamos llegar. Porque las de 15 vienen muy putas. Porque en mi casa mando yo, como mandaba mi padre y antes de él, su padre. Porque se nos está llenando esto de marimachos y maricones. Porque a mi hijo no le dice ninguna zorra lo que tiene que hacer. Porque todas mienten. Porque a ver si nuestros chicos van a ser criminales por el simple hecho de haber nacido hombres. Porque si zorra era la madre, más zorra es la hija. Porque al final están consiguiendo que nos amariconemos todos. Porque a estas solo se las calla metiéndoles el rabo en la boca. Porque al final tendremos que firmar un contrato para follar tranquilos. Porque ahora me vas a repetir tú, machorra, lo que decías el mes pasado. Porque hasta las putas les molestan. Porque se van a enterar las listillas de la oficina. Porque estoy de feministas hasta la punta del nabo. Por mi hija y por mi madre y por mi hermana. Porque hay que defender a las mujeres. Porque ellas solas no pueden, que parecen idiotas. Porque ha sido así de toda la vida de dios.
Todo eso, y asuntos de mucho peor gusto, se repiten los bros que votan a Trump, que son de todos los colores y sabores. Lo hacen, lo pueden hacer, y se van a dar un paseo triunfal en los próximos años, porque el resto de los hombres, los que no dicen ni piensan esas cosas, siguen —y siguen, y siguen y vuelven a seguir— callados. El resto de los hombres asisten mudos a esta forma de decirles, gritarles, hacer público todo lo que hemos tenido que soportar y seguimos soportando. Mientras ellos permanezcan al margen, el avance de los pandilleros será imparable. Lo de Trump no es un partido, no se trata del partido republicano. Lo de Trump es otra cosa: violenta, agresiva, organizada como una hermandad misógina de aspiración viril para recuperar un mundo en el que muchas, muchísimas de nosotras, ya no estamos ni estaremos. Eso es. Ahora toca pensar cómo, de qué forma conseguiremos no pertenecer, no participar, cuando llegue aquí lo que representan Trump y sus bros. Está al caer. Nos hará falta mucha inteligencia, sí, pero también una desobediencia bien organizada.
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