Santiago Alba Rico
Escritor, ensayista y filósofo
Dejo a un lado las miserables campañas que, desde los medios hegemónicos y a veces desde la extrema izquierda marginal, se han desatado contra Podemos. Lo que me preocupa estos días, navegando en las redes o leyendo algunas declaraciones en periódicos amigos, es otra cosa. Me pregunto cómo ha podido ocurrir que para un sector de Podemos, o para algunos de sus simpatizantes más ceñudos y exigentes, Pablo Iglesias y su equipo técnico y el grupo Claro que Podemos hayan pasado a convertirse en el enemigo, en una "amenaza para el proyecto" a la que "hay que parar los pies", en un embrión de "dirección estalinista" o de "burocracia caudillista" y, desde luego, en un "atentado contra la democracia".
Me parece no sólo injusto sino irresponsable, en vísperas de la Asamblea, envenenar de este modo un debate y un procedimiento que en sí mismos implican ya una ruptura simbólica con el régimen del 78. Es perfectamente legítimo defender uno, dos, tres, cien borradores diferentes del que propone Claro que Podemos y es muy posible asimismo que algunos de ellos sean más democráticos (algunos me parecen tan democráticos que corren el peligro de descolgar al pelotón en la subida y coronar en solitario el Tourmalet), pero me parece falto de rigor y de honestidad descalificar el de Pablo Iglesias como antidemocrático o incluso dictatorial.
¿Hubiera sido deseable que se hubiera negociado con el de Sumando Podemos, donde, por lo demás, hay gente tan valiosa, tan comprometida y tan lúcida? A algunos nos hubiera producido un cierto alivio personal, es verdad, pero tampoco estoy seguro de que en sí mismo fuera bueno, porque a veces es más democrático mantener los desacuerdos y porque, en cualquier caso, no se puede decir que Claro que Podemos no ha negociado, pues ha llegado a acuerdos y transacciones con otros círculos. Lo que en todo caso me parece mal es que se ataque de este modo –con burlas crueles o descalificaciones gruesas y falsas– a un equipo que ha sido determinante en nuestro recorrido y un borrador que vamos a votar muchas personas que creemos estar defendiendo la democracia (y los principios de Podemos) no menos que los otros grupos implicados honesta y fecundamente en el proceso constituyente.
Ese borrador de modelo organizativo me parece mejorable y, como todos, tengo la sensación un poco arrogante de que yo lo hubiera redactado mejor, pero creo que incluye los mecanismos para mejorarlo cuando haya cumplido su función. Creo que es un poco más vertical que el de Sumando Podemos, pero también menos elitista; un poco menos horizontal, pero también más funcional, manejable y comprensible. Creo, además, que garantiza mucho más que los otros el cumplimiento del objetivo prioritario –cláusula de todos los demás– de Podemos: ganar las elecciones generales. No se trata de ganar por ganar y, desde luego, cuando se ha insistido en que Podemos "no había venido a jugar sino a ganar", esta declaración no contenía ni un gramo de competitiva bravuconería hollywoodiana sino más bien muchos kilos de desesperación fatalista: es que no ganar significa la catástrofe; significa perder lo poquísimo que teníamos y ceder además territorio a la ultraderecha.
Ganar es la única forma de establecer las condiciones de una transformación radical y ello porque es la única forma de generar una confrontación de verdad con la "casta" y el régimen del 78. La victoria electoral no conquista nada, no garantiza nada; es apenas la condición, sí, de la confrontación, condición a su vez de la apertura de una dinámica de transformaciones estructurales. Puede que no salga, que en la confrontación cedamos o nos destruyan, que haya divisiones o sencillamente perdamos el norte, pero sin confrontación con la "casta" no habrá sino lametones de heridas y justiciero radicalismo de salón (con el que la casta ha estado siempre encantada). Podemos ha conseguido por primera vez que la casta se sienta amenazada; lo ha conseguido gracias a propuestas reformistas que entroncaban con el sentido común de la gente normal. Es un juego peligroso y por edad y experiencia soy más bien pesimista, pero sin él no hay ningún juego –o sólo juego.
En definitiva, hay que ser reformistas para que la confrontación misma desencadene una dinámica revolucionaria de cambio real. Para eso hay que ganar las elecciones generales. Por continuar con el símil ciclístico, lo que no podemos permitirnos es ser tan radicales que descolguemos al pelotón; hay que tirar de él sin dejarlo atrás y permitiendo y, aún más, imponiendo frecuentes relevos (y entrenando a cada bicicleta para dar los relevos y aumentar la velocidad). De ese pelotón del que formo parte sólo puede tirar, a mi juicio, al menos hoy, la propuesta y el equipo de Claro que Podemos.
Es legítimo pensar lo contrario y hacer propuestas en otra dirección y tratar de obtener el apoyo mayoritario de la asamblea, pero no cometamos la injusticia –muy erosiva en vísperas de la Asamblea– de considerar enemigos, por "antidemocráticos", a quienes no han dejado de pedalear hasta ahora ni un solo minuto, y "tontos" o "alienados" a quienes los siguen. Esta última frase, por supuesto, se aplica igualmente a los que, desde el apoyo a Claro que Podemos, sintiesen la tentación, o cayesen en ella, de descalificar sumaria y groseramente la propuesta de Sumando Podemos, cuyo pedaleo merece no menos respeto y agradecimiento y entre cuyos promotores hay además personas a las que quiero y admiro personalmente.
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