José Andrés Torres Mora
Es bien conocido el dicho de que cada uno cuenta la feria según le ha ido. Según la Encuesta de Población Activa (EPA) del segundo trimestre de este año, la tasa de paro de las personas con educación primaria es del 25% y la de los universitarios, del 10%; ese podría ser un indicador de cómo les va la crisis a ambos segmentos de población. Para ver cómo la cuentan, podríamos usar la valoración de la situación económica de España en la encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) del mes de julio. Según dicha encuesta, el 69% de los que sólo tienen estudios primarios consideran que la situación es mala o muy mala y otro tanto dicen el 70% de los universitarios. Igual que con la formación ocurre con otras variables como la edad, el género o la condición socioeconómica. Parados y empleados, obreros y empresarios, jóvenes y adultos, mujeres y hombres, doctores y personas sin formación académica se elevan sobre su situación particular y coinciden a la hora de evaluar lo que le ocurre al país. Sorprende este inesperado acuerdo sobre la situación económica, porque desafía nuestras más firmes intuiciones sobre cómo las circunstancias que nos rodean modelan nuestras percepciones.
Sin embargo, hay una variable que da lugar a grandes diferencias en la percepción sobre la situación económica. Según la encuesta del CIS, el 75% de las personas que se declaran de derechas creen que la situación económica es mala o muy mala, diez puntos más que las personas de centro, y 20 puntos más que las de izquierdas, sea cual sea su condición social. Por tanto, es razonable pensar que, a la hora de evaluar la situación económica, la ideología es bastante más importante que la propia experiencia de la crisis. Y la derecha ha hecho una apuesta política por la crisis: por su extensión y por su intensidad, por las malas noticias y por las peores expectativas. De cada cien personas de izquierdas, 21 piensan que el año que viene será peor, de cada cien de derechas, lo piensan 41. La derecha, por encima de sus circunstancias biográficas, eleva su queja amarga y pesimista sobre la crisis. Cada día vemos a los líderes políticos de la derecha retorcerse de dolor ante la crisis económica en las tribunas parlamentarias, y vemos también a sus líderes mediáticos hacer lo mismo en tertulias y columnas. Un comportamiento que evoca la antigua institución de la covada. Esta es una costumbre ancestral por la que, mientras sus mujeres están pariendo, los hombres se comportan como si ellos estuvieran también de parto. Se tumban en la cama, gritan de dolor y, tras el nacimiento, reciben cuidados como si ellos hubieran tenido efectivamente al hijo. Los antropólogos atribuyen a la covada la función social de reivindicar la paternidad del recién nacido. Lo cual resulta necesario, según algunas interpretaciones, porque la distancia temporal entre la fecundación y el parto hace que la conexión entre ambos no resulte evidente en todas las culturas.
También en el caso de la crisis la distancia temporal entre sus causas y sus efectos dificulta la adecuada atribución de la paternidad de la misma. Sólo que, en este caso, el dolor impostado de la derecha no pretende reivindicar la paternidad de la crisis, sino la de otro hijo. Un hijo terrible, cuyo nacimiento esperan con impaciencia. La derecha espera una respuesta ciega y desesperada contra el Gobierno. Gritan para decir: nuestro dolor es vuestro dolor, nuestra rabia vuestra rabia y nuestra respuesta debe ser vuestra respuesta. La derecha no tiene una solución para la crisis porque sigue convencida de que la crisis es su solución. Por eso la amplifica todo lo que puede. Cultiva la frustración de quienes peor lo pasan exigiendo el fin instantáneo de la crisis; a la par que se oponen a medidas paliativas, porque dicen que el pan para hoy es hambre para mañana. Eso es coherente con su estrategia. En su urgencia por llegar al poder a través de la crisis necesitan el hambre para hoy mismo. Con lágrimas de cocodrilo, y desde los lugares más insospechados, surgen surrealistas convocantes de la huelga general. Esa es la trampa populista con la que la derecha espera usar el sufrimiento en contra de los intereses de la gente.
Ese empeño estratégico de las elites de la derecha es acompañado por el trabajo de propaganda cotidiano de sus bases sociales. Entre tanto, un Gobierno de izquierdas trata de atravesar la crisis manteniendo la cohesión y la justicia social. Algo que, de lograrlo, debería transformar nuestra identidad como españoles, nuestra propia percepción de en qué consiste formar parte de este proyecto de convivencia que se llama España. Una España para la que la cohesión social no es menos importante que la territorial. Por eso quizá va siendo hora de que la izquierda responda a la crisis también en el plano de la conciencia, además de en el de las condiciones de vida de la gente. Se dice que el Gobierno socialista está haciendo las políticas adecuadas pero debe mejorar su comunicación, seguro que sí. Además de dar trigo hay que predicar. Pero, por desgracia, la verdadera elección no es entre un Gobierno que comunica mal y otro que comunicaría bien, sino entre un Gobierno que toma medidas a favor de los más desfavorecidos y otro que las tomaría en contra. Aunque todos sus problemas de comunicación fueran exclusivamente responsabilidad del Gobierno, no parece justo que nos resignemos a que un Gobierno así pierda apoyos; sería más sensato echarnos una parte de su carga de comunicación sobre nuestras espaldas de ciudadanos comprometidos. Mientras el Gobierno mejora la comunicación de sus políticas, y algunos medios también, quienes nos situamos en la izquierda podríamos ayudar bastante a suplir las fallas de comunicación del Gobierno explicando bien lo que hace, en lugar de andar lamentándonos de lo mal que lo explica.
José Andrés Torres Mora es Diputado y miembro de la Ejecutiva del PSOE
Ilustración de Javier Jaén
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