PILAR ESTÉBANEZ
Uno de los mayores cambios a los que se enfrenta nuestra sociedad es el crecimiento acelerado del grupo formado por las personas mayores de 65 años, que en España son cerca de ocho millones de personas –casi la quinta parte de la población– y que, en pocas décadas, llegará a 10 millones. Según la ONU, en 2050 en España habrá más personas mayores de 60 años que niños. Este es un fenómeno sin precedentes: el aumento del porcentaje de las personas mayores de 60 años debido a un descenso de la mortalidad está acompañado por la disminución del porcentaje de niños y adolescentes debido a la baja fertilidad. Es lo que los expertos denominan "la transición demográfica".
Este hecho, que está cambiando el perfil de nuestra sociedad de una manera significativa y que puede ser una verdadera revolución –por las exigencias presupuestarias necesarias para hacer frente, por ejemplo, a las necesidades derivadas de los servicios sociales o sanitarios–, está despertando, paradójicamente, un escaso interés social, como si no quisiéramos darnos por enterados. Se calcula que en el año 2050, por primera vez en la historia de la Humanidad, la cantidad de ancianos en el mundo superará a la cantidad de jóvenes. La proporción de ancianos creció en forma continua durante el siglo XX, y se prevé que la tendencia proseguirá en el siglo XXI. Actualmente, el porcentaje de mayores de 65 años supone el 7,3% de la población mundial. En 2050, el porcentaje subirá hasta el 16,2%, aproximadamente 1.500 millones de personas. En Europa estamos ya en un 17%, y en algunas zonas de España el porcentaje asciende hasta un 33%. Y el subgrupo dentro de los ancianos que experimenta un mayor crecimiento es el de mayores de 80 años. A tal punto está aumentando este grupo que supondrá más del 12% de la población española en el 2050.
¿Qué significan todos estos datos? Que nuestra sociedad está efectuando una rápida transición hacia una sociedad envejecida. Y se considera casi irreversible por el escaso aporte de nueva población –pocos nacimientos– que parece tener poco remedio.
En el fondo, se trata de un logro social: los avances de la medicina, del acceso a una buena alimentación y buenos cuidados, han hecho que cada vez podamos vivir más. Y este gran logro social a veces es visto como un gran desastre, porque la sociedad ni está preparada para ello, ni está teniendo en cuenta todos los desafíos que supone el envejecimiento de la población. Y lo que es evidente y hay que asumir es que la población activa laboralmente está decreciendo en porcentaje respecto de la población pasiva, con todo el desafío que supone para la economía y el mantenimiento del Estado del bienestar. Si consideramos el grupo de personas entre 60 y 80, estos cuentan con un sistema nervioso en plenas facultades –a excepción de aquellos con enfermedades degenerativas–, pues es uno de los órganos que envejece más tarde. De hecho, grandes intelectuales, científicos, escritores, artistas y muchos premios Nobel se incluyen en este grupo. A esto se añade un porcentaje alto de personas mayores con buena salud, aunque somos conscientes de que esta longevidad implica también un aumento de la prevalencia de enfermedades crónicas y degenerativas y con grandes consecuencias por la aparición de dependencia. También es cierto que este fenómeno se retrasa cada vez más.
La vulnerabilidad de los mayores puede derivar en situaciones de ausencia de derechos, mismas oportunidades y discriminación –todo ello dominado por la gerontofobia– y pueden ser rechazados porque no son considerados productivos. Además de este determinismo económico, parte de la opinión pública mantiene los estereotipos más negativos asociados tradicionalmente a la vejez, considerándola como un estigma que nadie quiere. El ser humano se niega a aceptar el envejecimiento: en las últimas décadas, el crecimiento de toda una industria anti-edad ha sido espectacular: ahí están la industria cosmética o la farmacéutica.
Muchas veces se olvida también que esas personas que han llegado a mayores, que ya no son productivos desde un punto de vista economicista, han contribuido con su esfuerzo, con su trabajo y con su sacrificio durante muchos años a que nuestra sociedad haya llegado hasta donde ha llegado. Por tanto, la sociedad no les está regalando nada. Tienen derecho a tener cubiertas todas sus necesidades.
Pero, para poder garantizar esos derechos –que todos disfrutaremos tarde o temprano (parece que a veces se nos olvida)–, se necesitan recursos financieros que sólo pueden llegar a través de los impuestos. Debemos pagar hoy para tener bienestar mañana, un principio social que no debemos olvidar. También tenemos que considerar seriamente la necesidad de facilitar la llegada de inmigrantes, necesarios en una sociedad con un creciente desequilibrio entre los sectores que trabajan (jóvenes) y los que ya han quedado fuera del sistema productivo (mayores).
Es imprescindible y se hace necesaria la cohesión social entre generaciones de jóvenes y mayores. Los jóvenes de hoy tienen que ser conscientes de que con el tiempo pasarán a engrosar unas abarrotadas filas de la tercera edad, y se encuentran con la oportunidad de luchar contra la discriminación que sufren las personas mayores. También es necesario que la sociedad civil y los medios de comunicación colaboren con el fin de romper con la imagen de que los mayores son una carga para la sociedad joven y laboralmente activa.
Igual que nos estamos planteando un desarrollo sostenible para ser responsables con las generaciones futuras, debemos plantearnos ser responsables también con las generaciones anteriores. No se trata más, en definitiva, que de una inversión en nuestro propio futuro.
Pilar Estébanez es presidenta de la Sociedad Española de Medicina Humanitaria
Ilustración de Javier Olivares
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