Jorge Moruno
Consejero ciudadano y responsable de discurso en Podemos.
"La guerra reviste hoy un carácter generalizado, asfixia la vida social y plantea su propio orden político",
Antonio Negri.
Cuando leo las grandilocuentes declaraciones de los respectivos mandatarios europeos en respuesta a los atentados yihadistas, no puedo evitar que me sepan a plástico. Hollande - con elecciones a la vuelta de la esquina- afirma contundente, que "estamos en guerra contra el Daesh", Merkel asegura que harán "todo lo posible para preservar la seguridad y la libertad en Alemania". Bien, esto ¿qué significa, en qué se traduce? Tampoco parece muy cabal pedir la pena de muerte para evitar que alguien se inmole. Marine Le Pen, en una entrevista reciente en la televisión pública francesa, insiste en la necesidad de expulsar del país y en quitarle la doble nacionalidad a los criminales y sospechosos por terrorismo. Lo que obvia y le recuerda el entrevistador, es que la mayoría de quienes han atentado son nacidos en Francia, es decir, son ciudadanos franceses. Ante esa realidad Le Pen divaga.
Si nos guiamos por la experiencia reciente todo apunta a que es, por lo menos ingenuo, persistir en esa "idea" que desde 2001 insiste en el recorte de libertades y derechos, en las invasiones y los bombardeos. En términos militares se puede afirmar que esta táctica enajenada de una estrategia, se ha resuelto como un fracaso y ha demostrado ser ineficaz en los objetivos planteados. Lanzar bombas o recortar derechos no solo es injusto e ineficaz, además es estúpido y contraproducente, pues es la mejor llamada para reclutar yihadistas. En Siria las muertes de civiles se cuentan a granel, son números, no tienen cara. Es un error de bulto y una reacción irracional, pensar que se puede combatir al yihadismo con los mismos mecanismos que generaron su caldo de cultivo: las bombas. El objetivo del fanatismo yihadista es alimentar el discurso del odio contra los musulmanes, aunque sus acciones no discriminan, es más, atentan diariamente en países de mayoría musulmana. Si la mayoría de los yihadistas que atentan en Francia son franceses, ¿por qué se bombardea Siria? Siguiendo esa lógica de las bombas llevada al ridículo, ¿por qué bombardear solo Siria, por qué no también Túnez, Egipto, Marruecos, o incluso algunas zonas de Marsella o París? Arabia Saudí, cuna de wahabismo yihadista nunca se menciona, curioso.
Aquí no hay ningún romanticismo o llamadas abstractas a la paz en el mundo, ni se trata de responder con flores a los atentados. Constatamos que el yihadismo no es un ejército regular, no es un centro, un lugar, y dado que su fortaleza reside en su ubicuidad, en su posibilidad de estar en todos lados y ninguno, puede ser capaz de generar un clima de miedo, muerte y psicosis colectiva permanente. El yihadismo es sobre todo una subjetividad (reaccionaria, asesina, fascista), de ahí que no necesite siempre una gran infraestructura y un centro de mando para atacar. Aclaremos. Subjetividad no quiere decir que sus atentados se pueden comprender de forma subjetiva. Cuando hablamos de subjetividad hacemos referencia a algo muy profundo. Por subjetividad entendemos la puesta en movimiento de toda una serie de elementos y un régimen simbólico, que condiciona la forma de ver, de comprender, percibir y calibrar lo bueno y lo malo, lo posible e imposible, lo existente e inexistente. Es la puesta en marcha de estilos de vida, cosmovisiones, rituales, liturgias y relaciones sociales, que construyen una determinada ética colectiva, una forma de comunicarse y comunicar. Salvando las distancias y la modalidad, la mafia es un buen ejemplo de lo que es una subjetividad reaccionaria.
En este sentido, la manera de abordar el problema tiene más que ver con cercar y apuntar a las motivaciones que generan y propician esa subjetividad, al tiempo que se asfixian sus redes de comunicación y se vacía el "contenido" de aquello que lo produce y alimenta. Vivimos tiempos de identidades frágiles, repentinas e intensivas: unos descerebrados se graban un vídeo y "ya forman parte" del Daesh. Así lo entiende el Daesh y los gobiernos europeos.
Un consumismo yihadista que se alimenta en ese "poder verte" y que te vean, siendo por momentos "el centro de atención". ¿Cómo parar a un tipo que decide de un día para el otro "convertirse" y salir a degollar? ¿Cómo se para al asesino de la diputada laborista, o al nazi de Noruega? Este "devenir pirado", mucho más avanzado en EEUU, es una estructura mental transversal que no se reduce al "yihadismo", más bien este puede ser uno de sus peores efectos, pero hay otros que se dan en distinta intensidad, como quienes se apuñalan buscando Pokemons, o practican el knockout game, basado en preguntar por una dirección a un transeúnte y emprenderla a puñetazos. Soledad, desigualdad, aceleración, anestesia, competencia, angustia, frustración, colapso, ansiedad, son los síntomas sociales que traumatizan a la mente colectiva y la quiebran. Es la consecuencia de una sociedad desgarrada donde el tánatos vence al eros, y la agresividad toma fuerza en el modo de relacionarse anulando nuestra capacidad empática y erótica. A través de las palabras podemos mutilar a nuestras neuronas espejo –aquellas que nos permiten ponernos en el lugar del otro-, percibiendo al otro como a un no-humano. Si el otro es un hereje, un monstruo, o un judío usurero, deja de ser persona a ojos de quien emite el discurso, lo que permite al ser humano suspender su empatía.
Es una realidad global. Hoy en el medio oriente la muerte campa a sus anchas y se hacen carne los versículos del apocalipsis, tanto más fuerte cuanto más desolado es el país. Europa, o su ausencia como comunidad política, tiene mucho que decir ante lo que sucede en Iraq, Libia y Siria, como también por todo el reguero de muerte que deja tras de sí la política exterior, incluidos los 3000 refugiados ahogados en el mar el último año. El petróleo y los recursos fósiles son igualmente una variable determinante en todo este proceso. Pero que todo esto sea cierto, no debe impedir la autonomía de los pueblos para poder ser responsables, capaces de ser malos como también capaces de emanciparse. Pensar que todo remite a una causa europea, "al yo", es también una forma de paternalismo, de flagelación y culpa para poder redimirse, mientras que evangeliza al otro por ser "pobre" y "víctima", dejándole sin margen para construir su propia democracia.
Como hermanos gemelos, los fascismos se buscan y se retroalimentan coincidiendo en muchos de los postulados que les impulsan: el odio, el racismo, el antiabortismo, el machismo e incluso el uso torticero de la religión, como aquel "esta cruzada llevará un tiempo" de George Bush. La solución militar es un grito desesperado e impotente –también es una forma de dar salida a las inversiones-, ante alguien que decide salir "a defenderse de la sociedad", en detrimento de la política colectiva por "defender a la sociedad". Ante el fanatismo que se alimenta del fanatismo, sí que tenemos que reivindicar los valores europeos, precisamente, esos valores que la extrema derecha al igual que los yihadistas siempre han rechazado. Orgullosos reivindicamos la revolución francesa, el movimiento obrero, los derechos sociales, los pueblos armados contra la barbarie fascista, la lucha de las mujeres, de los homosexuales y hoy, la dignidad contra la austeridad y la diktat financiero. En resumen, reivindiquemos toda aquella tradición que aberra por igual a los distintos tipos de fascistas. Las variables de esta modalidad de enfrentamiento no son clásicas, precisan de un cambio integral de enfoque. Empecemos por mantenernos firmes en estos valores –también contra el asalto a la democracia por parte de los mercados financieros-, recuperemos la política, el encuentro, el intercambio, los espacios compartidos y el conflicto en pos de una vida mejor, como la mejor terapia y antídoto para enfrentar al "devenir pirado" de la sociedad. Todo lo que sea ceder en democracia y en derechos conquistados es perder.
Comentarios
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