Germán Cano
Profesor de Filosofía de la UAH y Consejero estatal de Podemos
Creo que, tras tantas maniobras interesadas, debemos felicitarnos al ver cómo, en su último debate en Público, Rita Maestre y Ramón Espinar debatieron sus propuestas evitando caer en las simplificaciones y caricaturas que suelen proyectarse sobre el futuro de Podemos. Entre otras, la que disocia "calle" e institucionalidad, por ejemplo. En el intercambio dialéctico se observó en este punto de hecho un cierto consenso. Que la impotencia institucional no se convierta en virtud es una precaución crítica muy razonable, siempre y cuando no entendamos -como insistía Rita Maestre- que, por principio, el marco institucional es una gran trampa que aboca necesariamente a la impotencia. Evitar ese pesimismo anticipado no debería implica caer tampoco en un ingenuo optimismo del trabajo parlamentario, sino en una mayor asunción de responsabilidad.
Lo que me llamó la atención y, creo, arroja luz sobre las diferencias fue el momento en que el candidato de Juntas Podemos declaró que la otra propuesta revelaba un cierto "pánico a la marginalidad" que él no compartía. Al menos, no del todo. Como si una determinada obsesión por descuidar ciertas señas de identidad -esa claridad y contundencia presuntamente marca de la casa- por abrirse a nuevas complicidades, lo que suele expresarse como "los que faltan", restara credibilidad al proyecto. Esta pérdida de lastre identitario, si bien fue importante como diagnóstico al comienzo, según la interpretación de Espinar, en el nuevo contexto político actual se habría terminado convirtiendo en expresión de un "complejo".
Entiendo que por "complejo" Espinar quería aludir, siguiendo a la RAE, a ese conjunto de ideas, emociones y tendencias generalmente reprimidas y asociadas a experiencias del sujeto, que perturban su comportamiento". El término en los últimos tiempos conoce un uso político más cercano: su expresión en el entorno Aznar a la hora de hablar de una "derecha sin complejos". En este sentido, posiblemente lo que se quería plantear es que cierto Podemos ha caído en una suerte de "vergüenza" respecto a sus orígenes, un retraimiento respecto a las intenciones iniciales de transformación, supuestamente más radicales.
Quisiera argumentar que no cabe hablar de "pánicos" o "complejos", sino simplemente de una comprensión acentuada de la responsabilidad en una coyuntura muy concreta. Este punto es políticamente importante, porque entronca con muchos debates precedentes en el ámbito de la izquierda clásica y los movimientos sociales. Y es justo por extraer algunas lecciones de ellos por lo que muchos creemos que debemos exigirnos en Podemos una aproximación organizativa más permeable a la sociedad y los círculos, esto es, no tan marcada por los ritmos y exigencias de la militancia -al menos como esta se ha pensado hasta ahora-, sus lógicas pedagógicas y sus prácticas. Es aquí también donde la cuestión de la implantación de la política en la vida cotidiana marca diversos acentos en las dos candidaturas. Un Podemos más militante, guiado por esa gente "imprescindible", "que se deja la piel" o un Podemos que, sin renunciar a la importancia de la militancia, se entienda a sí mismo como fuerza social dirigente en términos hegemónicos explorando espacios de actuación menos previsibles y usando otros imaginarios e identificaciones. Un equilibrio crucial: cómo ser antagonista y al mismo tiempo crecer. O dicho de una forma grosera: cómo ser radical sin tener que asustar a tu abuela.
Creo que, si convenimos en que, en nuestro país, desde el 15M estamos en un momento de encrucijada histórica, es obligado vernos en la perspectiva de estos últimos cuarenta años, de sus aperturas y enroques. Es desde ahí donde se aprecia mejor que lo que nos jugamos no puede ser tener ninguna razón histórica, sino estar a la altura de un deseo de cambio inusitadamente "complejo" que desborda los casilleros. De ahí que si algo se ha puesto de manifiesto políticamente en estos últimos años es algo nuevo: la irresponsabilidad de hablar exclusiva y estáticamente desde lo que ya somos. O por decirlo de otro modo: la responsabilidad de hablar, sobre todo, de lo que podemos llegar a ser. No se trata de carecer de convicciones, renegar de ellas vergonzosamente o venderlas por un plato de lentejas en busca de votos; tampoco de buscar, deslumbrados por las moquetas, el reconocimiento de los poderes existentes. Se trata de traducirlas a un lenguaje más conectado con una realidad social volátil que a nuestras legítimas identidades morales e históricas. Estando de acuerdo en el proyecto de transformación, eso sí, diferimos, con matices más o menos explícitos, en el modo (¿desde dónde?, ¿con quiénes?) y las prioridades a la hora de impulsarlo.
Evidentemente, colocarse en esta situación de apertura -que no es en ningún caso de vergüenza respecto a la radicalidad- no es nada sencillo, porque, aunque la realidad nos interpela, no se limita a esperarnos en "la verdad": es más, esta hay que construirla pacientemente desde los apremios, ansiedades cotidianas y también, cierto es, las luchas. Pretender que es posible una transformación de la conciencia solo mediante la claridad racional, la contundencia o la acción ejemplar es un mito en el que la Izquierda tradicional ha caído una y otra vez en el siglo pasado. Como se preguntaba Ernst Bloch en la década de los treinta: "¿Dónde se originó la superstición de que la verdad se abre camino por sí misma"? Siguiendo este razonamiento, como replicó Rita Maestre a Ramón Espinar, hubiera bastado la iluminación sobre el hecho de la plusvalía o repetirla hasta la saciedad para impulsar una revolución social.
Desde esta nueva exigencia de responsabilidad, este nuevo listón, muchas creemos que no podemos decir y hacer hoy, aquí y ahora, cualquier cosa: ¿todo lenguaje verdadero es, por sí mismo, políticamente suficiente? Hoy tenemos una responsabilidad política enorme con esta brecha abierta, incluso con las posibles involuciones o desencantos. Si podemos transformar este país, es porque él mismo ya nos está anunciando bajo muchos signos borrosos su transformación. Debemos acompañarlo responsablemente en este parto y "liderarlo", arriesgándonos a recoger ese deseo. Si algo estamos comprobando en términos sociológicos y culturales, es que en nuestro presente hay nuevas energías, en parte generacionales, que anticipan y llaman a un futuro desbordándonos.
Por eso no podemos permitirnos el lujo de interpelar a nuestro país como si este fuera solo una encuesta o una foto fija de sus dolores y trincheras; somos también lo que aún no somos, lo que de manera titubeante intentamos ser. Necesitamos una política y un partido que no solo diga verdades como puños, sino que se arriesgue también a decir y desear con los mismos deseos plurales de cambio que su sociedad. Solo una construcción popular que sea capaz de acoger esta promesa incluso en sus formas más indirectas y alejadas de la politización habitual allanará el futuro. En ese sentido un pueblo es siempre de los que faltan. Este también es uno de los sentidos importantes de la tan mentada "feminización de la política": generar una estructura acogedora más desjerarquizada, menos tensa en sus formas y gestos.
Posiblemente el debate en torno a si uno debe parecerse o no en alguna medida a su sociedad para transformarla deba plantearse algo antes: si uno realmente la aprecia lo suficiente para cambiarla, a pesar de sus impurezas. Porque se observa a veces que la excusa de no querer parecerse a ella para transformarla supuestamente mejor esconde que en realidad no se la aprecia más que parcialmente. ¿Podemos transformar aquello que en el fondo no se aprecia porque choca con nuestro "major" trabajo militante?
Gane quien gane, congratulémonos por estar aquí dando esta batalla y compartiendo nuestras perplejidades. Mirando a corto plazo a ras de tierra aparecerá el spam a amigos, la saturación en las redes, el abuso personalista, las pullas, los debates, las emociones por conectar o perder la corriente social, pero ganando perspectiva desde cierta altura se apreciará una constelación de hitos, prácticas y corajes que apuntan a una aventura histórica colectiva llamada Podemos. Sigamos estando a la altura de este deseo.
Comentarios
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