El pasado lunes, los coches circulaban ya con normalidad por la calle Ferraz de Madrid. Tan solo unos días antes se había convertido en barricada, en púlpito y en grada ultra cada noche. Ahora, tan solo unas decenas de irredentos patriotas permanecen en las aceras ante un cordón policial que les impide cortar la calle. Han bastado cuatro días desde la investidura de Pedro Sánchez y hasta la configuración de su nuevo Gobierno para que se acabe el circo y se deshinche el suflé, que se localizó, no lo olvidemos, principalmente en Madrid. Y con un 20N y un partido de la selección española de por medio. El saldo es de unos 80 detenidos, con imágenes que quedarán grabadas para siempre: fachalecos y náuticos en las barricadas, rezos y rosarios, esvásticas y pancartas acusando a Sánchez de dictador, disturbios, muñecas hinchables, diputados de ultraderecha amenazando a agentes, manifestantes incrédulos porque la Policía no les deja pasar, carga contra ellos...
Estas movilizaciones de las derechas durante varios días nos han permitido ver y analizar en directo toda la diversidad de la que están compuestas, escuchar a quienes las secundaban explicar sus motivos, sus miedos y sus odios, y sus reacciones ante la actuación normal de la Policía, algo que la gran mayoría de estos manifestantes tan sólo habían visto por la televisión contra otros. Y, por supuesto, siempre lo habían aplaudido. Hasta ahora. Pensaban que las banderas de España como capa les protegerían de los porrazos, pero no fue así.
El relato que ha construido la derecha al respecto ha sido también otro de los grandes éxitos de esta pataleta estimulada por PP y por Vox, que, usando el infalible nacionalismo español, han conseguido recalentar a los palmeros del ¡A por ellos! Pero las movilizaciones de las derechas no acabarán aquí. El PP y Vox han prometido alargar la contienda lo que dure la legislatura, estirando el chicle todo lo que puedan, quizás lejos de Ferraz pero sin cesar en su empeño de enmarcar el nuevo gobierno en un plan, otro más, para romper España. Y no será el único tema que use la derecha para movilizar a los suyos, aunque hasta ahora ha sido el más prolífico.
Vox consiguió alejar el foco mediático del feo asunto de sus fondos y la Fundación Disenso, de la empresa de Gabriel Ariza y Kiko Méndez-Monasterio (Tizona) y del think tank de Marion Maréchal Le Pen, así como de su batacazo en las elecciones del 23J. El partido ultraderechista se erigió estos días como la vanguardia de las protestas, tratando de eclipsar al PP. Decía la ex diputada del partido, Macarena Olona, que aquello de Ferraz era una pasarela, y que en realidad estaban buscando una imagen de cargos de Vox siendo detenidos. Martirizarse, victimizarse y presentarse como los irredentos que no se pliegan a la dictadura de Pedro Sánchez y que están en primera línea. Abascal desfilando, García-Gallardo agitando a las masas con gorra y megáfono, Ortega Smith vacilando y desobedeciendo a un mando de la UIP y sus cachorros exhibiendo su nueva criatura llamada Revuelta. Allí estaba Vox tratando de capitalizar las protestas y competir con el resto de nazis y fascistas que se situaban en las primeras filas para promocionar sus marcas y aprovechar el foco mediático. Olona insiste estos días en mirar al tema de las cuentas, más allá de las performances callejeras. Incluso les reta a un debate público sobre el tema.
Queda también por ver si lo que dijo un mando policial a El Confidencial la pasada semana es cierto: que, tras analizar las imágenes, los próximos días procederían a identificar y detener a otros participantes en los disturbios, algunos de ellos, conocidos miembros de grupos neonazis. Y cómo piensan gestionar estos la defensa de los detenidos, porque las campañas antirrepresivas de la extrema derecha no suelen ser habituales, ni en este caso, los detenidos pertenecen a un grupo concreto. De hecho, la microfinanciación que habían iniciado y que llevaba recaudados casi 15.000 euros, desapareció de repente.
Sobre los chats de Telegram en los que se llamaba a asesinar al presidente, se daban instrucciones para fabricar explosivos y se llamaba a la violencia abiertamente, no sabemos nada. Si hubiesen estado escritos en árabe, otro gallo cantaría. Pero estos comen jamón, y eso parece ser que les protege.
Pero más allá del circo ofrecido por las derechas estos días, la izquierda debe pensar ya cuál será su papel en esta nueva legislatura y cuánto tiempo más va a seguir siendo espectadora. Es cierto que los movimientos sociales no han parado de movilizarse estos últimos años, reclamando al Gobierno políticas de izquierdas, y algunos pagándolo caro, con detenciones, multas, infiltraciones policiales y criminalización mediática, pero es que si de verdad se quiere transformar algo durante esta nueva legislatura no se puede ni se debe confiar todo a la acción institucional. Sin presión en las calles y sin una agenda que ponga sobre la mesa los problemas a los que nos vamos a seguir enfrentando y que el Gobierno no tiene intención de solucionar más que con paños calientes, no habrá cambios.
Estos cuatro años, o lo que dure la legislatura, no van a ser tranquilos, con una derecha que ya ha mostrado músculo en las calles y con varias autonomías gobernadas por PP y Vox que remarán contracorriente. En un contexto internacional complicado, con la guerra de Ucrania y el derroche económico en Defensa para saciar a la maquinaria bélica dirigida por Washington, y con Israel desbocado cometiendo un genocidio que solo se enfrenta a las patéticas llamadas a la moderación por parte de sus cómplices y aliados como nuestro país. También con el problema de la vivienda, cada vez más difícil de ocultar tras las campañas del miedo antiokupas y de las promesas incumplidas de los socialdemócratas, y con unos precios de los alimentos y las energías por las nubes. Y como no, la cruzada de Marlaska contra los movimientos sociales avalando las infiltraciones policiales, la guerra sucia y la infección reaccionaria de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.
Los votos que han permitido este nuevo Gobierno progresista no pueden ser un cheque en blanco para conformarse con lo que quieran dar. Esos votos fueron en parte un muro de contención para evitar un gobierno de extrema derecha, no por fe ciega en los partidos. Ahora les toca a los políticos hacer el muro que les corresponde, que no son solo discursos brillantes sino políticas valientes que eviten esa precariedad y esa miseria de la que se aprovecha la ultraderecha para ofrecer sus soluciones envenenadas.
Hay una larga lista de motivos para que la izquierda tome la iniciativa, para que ejerza de actor y no de espectador, y que deje de rezar en su casa para que los políticos cumplan lo prometido y reclame con valentía y determinación lo que es justo, lo que le corresponde a un gobierno que dice ser progresista. Los límites de la socialdemocracia los conocemos, pues no pretende abolir el capitalismo sino gestionarlo y presentarlo de manera más amable, si eso es posible, y es por eso por lo que la izquierda no debe conformarse nunca. Hay que defenestrar ya ese dichoso mantra de no pedir más por no molestar, no sea que venga la derecha. La derecha siempre va a estar, y siempre va a remar hacia su orilla, sean más o menos progresistas las políticas del gobierno, por lo que ni el miedo a la derecha ni delegar en los políticos es una opción. Los votos para parar a la derecha no admiten ningún paso atrás.