MARÍA ROSA DE MADARIAGA
El 9 de diciembre de 2007 salía en Público una entrevista que me hizo Javier Rada sobre la utilización de armas químicas por España durante la guerra del Rif. En mi calidad de historiadora estudiosa del tema, quisiera en las líneas que siguen aclarar algunos aspectos.
Contrariamente a lo que algunos piensan, España no fue el primer país que utilizó gases tóxicos en una guerra. Antes lo habían hecho en la I Guerra Mundial no sólo Alemania, sino también Francia e Inglaterra. Si posteriormente los países vencedores decidieron abstenerse de emplearlos contra otros europeos, contra los pueblos colonizados no tenían ya los mismos escrúpulos: Inglaterra los utilizó en Irak en 1919-1920, y, después de que España lo hiciera en el Rif, la Italia de Mussolini los utilizaría masivamente en Abisinia en 1935-1936. Eso sí, España fue el primer país que utilizó la aviación para esos bombardeos.
Aunque fue a raíz de la I Primera Guerra Mundial cuando los mandos militares españoles empezaron a considerar que éste podría ser el medio más eficaz de acabar rápidamente con el conflicto bélico en el Rif y ahorrar vidas de soldados españoles, la idea se impuso definitivamente después del desastre de Anual para vengar las matanzas de españoles perpetradas en Zeluán, Nador y Monte Arruit, no por la resistencia rifeña, sino por bandas incontroladas de las cabilas próximas a Melilla. Como España no fabricaba esos gases, tenía que obtenerlos en el extranjero. A los primeros, procedentes de Francia, no tardarían en seguir los de procedencia germana. Aunque conforme al Tratado Versalles (1919) Alemania los tenía prohibidos, algunos fabricantes de productos químicos consiguieron burlar la prohibición y suministrárselos a España.
Los gases tóxicos empezarían a utilizarse en campaña en 1923, primero por la artillería y después por la aviación. El ejército habría deseado que fuesen masivos para causar el mayor daño posible, físico y material, así como para desmoralizar a los combatientes rifeños y a la población civil, pero, por toda una serie de factores, algunos de orden técnico y otros de orden político, no llegaron a serlo. Todo parece indicar que fueron selectivos, sobre objetivos y cabilas muy concretos, en particular las del Rif central, que constituían el núcleo duro de la resistencia rifeña, aunque también alcanzaron a las de Gomara y a las de la región occidental de Yebala. Iniciados antes de la dictadura de Primo de Rivera, bajo su gobierno se intensificaron y duraron hasta el final de la guerra, en julio de 1927.
Los gases utilizados fueron la cloropicrina, el fosgeno y, sobre todo, la iperita, que causaron numerosísimas víctimas no sólo entre los combatientes, sino también entre la población civil. La iperita, agente vesicante, causa lesiones parecidas a quemaduras y ampollas en la piel, lesiones en los ojos, que pueden producir ceguera, y, si se inhalan grandes concentraciones, éstas lesionan gravemente el tracto respiratorio y pueden causar la muerte. Determinar, en cambio, cuáles serían los posibles efectos de la iperita a largo plazo es más difícil, pues se necesitaría para ello un seguimiento de las personas afectadas, con el objeto de determinar si los problemas de salud que padecieron posteriormente, incluido el cáncer, fueron la consecuencia directa de esos bombardeos.
La iperita es un una sustancia cancerígena para el ser humano, como lo prueba la mayor incidencia de procesos cancerígenos en obreros de fábricas que producen esta sustancia química, es decir, en casos de exposiciones crónicas, pero es más difícil establecer una relación causa-efecto en casos de una única exposición o de exposiciones esporádicas, como son las que se producen en el curso de un bombardeo. En cuanto a los efectos de la iperita y su toxicidad en el sistema reproductivo de los seres humanos, la información científica al respecto no permite tampoco determinar una relación causa-efecto. Sería, pues, aventurado afirmar que la mayor incidencia de casos de cáncer hoy en el Rif pueda atribuirse a los efectos de la iperita en la población y en los descendientes de las personas que en los años 20 del pasado siglo resultaron afectadas por esos bombardeos. ¿Cómo explicar los frecuentes casos de cáncer en los territorios del Rif oriental, próximos a Melilla, en los que no hubo nunca bombardeos con gases tóxicos porque en 1923 ya habían sido recuperados por el ejército, o en Uxda, en el antiguo Protectorado francés, que tampoco los padeció?
Después de tantos años de silencio y olvido, el que hoy se sepa y reconozca públicamente que España utilizó gases tóxicos en la guerra del Rif es hacer justicia a la verdad histórica. No sólo es preciso un reconocimiento público, sino también una condena. Creo que como mejor podría hoy España reparar colectivamente el daño causado a los rifeños sería incrementando sustancialmente la ayuda al desarrollo de la región.
es autora del libro En el Barranco del Lobo. Las guerras de Marruecos
Ilustración de Mikel Jaso
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