Aitor Jiménez González
Politólogo y jurista
En el Reino de España ha dejado de existir uno de los elementos fundamentales que caracterizaban al estado moderno europeo: La nación. Conocemos innumerables casos de naciones sin estado. Pueblos que pese a guardar rasgos comunes y sostener demandas políticas de soberanía no encuentran reconocimiento en la comunidad internacional; Palestina, Sahara, Kurdistán, Chechenia. Que una nación carezca de estado no obsta para que cese su pretensión de obtenerlo. De hecho, la historia, desde el surgimiento de la modernidad, nos ha mostrado que este ha sido precisamente el camino que han tomado para su conformación la mayor parte de los estados actuales: Estados Unidos, Italia, Países Bajos, Bélgica, Brasil, Alemania. La lista sería interminable. El Reino de España ha conseguido sin embargo invertir esta lógica. Tras varios siglos de construcción del estado nación español asistimos a un proceso acelerado de descomposición del carácter nacional del estado. Huelga decir que no se trata de un fenómeno exclusivo de España. El Reino Unido, tuvo, y sigue teniendo que confrontar un problema semejante.
La identidad imperial británica que unificaba las diferentes naciones del imperio, se quebró con la caída de este. Las crisis económicas de los años 70 impulsaron el nacionalismo escocés que reclamaba, primero autonomía y más tarde soberanía. Los que en un momento histórico fueron la vanguardia del imperio británico, los escoceses, clamaban por recuperar su independencia. Denunciaban el expolio inglés al resto de naciones. La centralidad de Inglaterra en el esquema británico, y la primacía del parlamento de Westminster por encima de los deseos de los pueblos. El Reino Unido no era ya una nación, era un estado expoliador. El Gobierno Británico, confrontó esta crisis de identidad nacional con flema y pragmatismo. Había que evitar a toda costa un episodio sangriento como el que sucedió en la guerra de independencia en Irlanda (1919-1921). Tony Blair, el responsable entonces de la tercera vía neoliberal, emprendió la devolución de competencias a Escocia, Gales e Irlanda del Norte. Escocia votó por tener parlamento propio y el laborismo unionista llamó a esto la refundación del reino unido. Casi veinte años después el soberanismo escocés planteó de nuevo su reto al estado británico. De nuevo con pragmatismo el Reino Unido esta vez en manos de conservadores decidió reinventarse. Se pactó un referéndum con Escocia. Pese a los esfuerzos soberanistas, Escocia votó por permanecer. Triunfó una narrativa que cuestionable o no, permitió un renacimiento de las estructuras de convivencia.
El Reino de España comparte con el Reino Unido la misma crisis de identidad postimperial. Pocos lo recuerdan, o no quieren recordar, pero al igual que la burguesía escocesa se enriqueció, y mucho con el imperio, catalanes y vascos erigieron su industria sobre la base económica de la apropiación colonial. El fin de la empresa colectiva global puso en entredicho la viabilidad del proyecto político de nación española heredada del imperio. La nación Española duró lo que duraron los beneficios a repartir entre las burguesías de los pueblos sometidos a colonialismo interno. Esta primera y temprana herida de la nación española no supuso su fin. La decadencia colonial fue larga, y se extendió hasta los años 60 del siglo XX. En ese largo periodo existieron fogonazos de inspiración popular y colectiva que animaron a pensar un estado nación con un horizonte comunitario distanciado del imperialismo. Construido desde la diversidad. Primero en Cádiz, más tarde en la primera y segunda repúblicas. Se plantearon soluciones federales, confederales, cantonales. Fórmulas imaginativas que fueron pereciendo a manos de reyes mezquinos (1823), golpes de estado sangrientos (primera y segunda república), o transiciones que excluyeron sin rubor, la posibilidad de una nación federal.
Desestimados los intentos comunitarios populares de construcción nacional quedaba sobre el tablero una idea, la de la España imperial, sin contenido, sin base material ni real en el conjunto de la población. Una imagen sin embargo respaldada por la fuerza de la inercia, de las armas, y del ya resquebrajado aparato cultural del franquismo. La idea de España como nación ha pervivido en aquellos territorios sin nada más a lo que aferrarse. Regiones que como Asturias, Cantabria, Castilla, Murcia Extremadura, quedaron desposeídos de tradiciones, de cultura, de derecho a un pasado propio y por ende a merced de esa construcción ajena. Incluso en ellos la idea de España poco o nada se articula con un estado. Es un folclore futbolístico, endeble y partidista. Utilizado como arma y como rodillo por una derecha poco consciente de que semejante uso solo imposibilita la realización del Estado nación.
España es hoy un Estado sin nación. Lo es por decisión propia. El último síntoma de semejante enfermedad ha quedado reflejado en la actuación desplegada en Cataluña. Pretendidamente parte integral del territorio nacional, ha sido tratada sin embargo como un dominio, figura de profunda raigambre en el Derecho Internacional. España ha hecho valer su fuerza como Estado, a la par que demostraba su impotencia como nación. Ahora bien. El hecho de que la muerte de la nación española se haya escenificado en un aquelarre de violencia policial, no quiere decir que el cuerpo sin alma, zombificado, de sus estructuras de Estado, no puedan caminar por un tiempo indeterminado. Tampoco la muerte de la nación imperial española debe suponer la muerte de lo español. Esta declinación, es una de tantas posibles, seguramente la más insoportable. Pero con su fin otras formas pueden abrirse paso. Por eso cabe plantearse al menos cuatro escenarios para el Estado nación español. Los escenarios no son absolutos y permiten hibridaciones. Caminan entre lo ya dado y la apuesta utópica radical.
Escenario 1- La zombificación del estado Español
La derecha española se ha movido entre dos tradiciones políticas fundamentales: Canovismo y Cortismo. La primera y más conocida entronca con la ideología de la restauración. Es conservadora y liberal en el sentido más tradicional. Aboga por una democracia controlada, vigilada, sujeta. A cambio ofrece estabilidad y un marco económico viable. El poder no queda concentrado en unas pocas manos, pero su distribución queda controlada mediante redes clientelares. A esta tradición la hemos visto recientemente en los tribunales: Púnica, Gurtel. Durante años ha sido efectiva, incluso inteligente. No sirvió ni antes ni ahora para hacer nación, pero a cambió fortaleció al Estado. Este modelo ha llegado a su fin en Barcelona desvelando la segunda tendencia histórica de la derecha. El cortísmo es la tradición política que bebe del tradicionalista Donoso Cortés, aunque desde luego le precede. Esta versión de la derecha es la de la democracia de los sables. Elitista, católica, aristocrática. El estado pasa a ser una maquinaria simple y terrible. Un engranaje militar funcional y mediocre. Las lealtades clientelares no desaparecen si no que se ocultan bajo la apariencia de marcialidad. El miedo se convierte en una herramienta política de primer orden. Este modelo ha sido utilizado tanto en gobiernos golpistas (el emanado del 36) como en otros surgidos de las urnas (ministros de la CEDA). Ya que su pathos no se basa en el control absoluto de todos los actores políticos, sino de los aparatos de estado que permiten su regulación. Hoy vivimos una transición a este modelo
En este supuesto el estatus quo del de lo nacional español se mantiene por medio de la institucionalidad dura del Estado: Parlamento controlado, Tribunal constitucional, Audiencia Nacional, Fiscalía, fuerzas y cuerpos de seguridad. Este despliegue de fuerza política bruta vendría respaldado por una ofensiva cultural, que de hecho ya ha comenzado. El objetivo es maquillar de apariencia democrática a un auténtico acto de defunción social. Solo el despliegue de medios personales y visuales, consiguen tapar el acto crematorio de lo nacional español, haciendo pasar por aroma de victoria, lo que no son sino la degradación de un cuerpo político en descomposición. La fórmula puede funcionar a corto plazo, pero a medio y largo este ejercicio no hará si no agotar el mermado capital político del gobierno. No olvidemos que en este supuesto un estado desnudo, se enfrenta al menos a una nación en ciernes. Un cuerpo aún sin formar pero flexible, adaptativo, y enormemente imaginativo.
Escenario 2: El clon genéticamente modificado
En los últimos meses hemos visto un atisbo de propuesta plurinacional dentro del PSOE. Viene de la mano del auténtico Lázaro de la democracia reciente; Pedro Sánchez. No se conocen sus contenidos ni sus formas. ¿En qué consiste? ¿Quién lo apoya? ¿En qué marco legal se desarrollaría? El cruce de lealtades que se ha convertido Ferraz hace que cada propuesta política intrépida se destape con misterio, casi con secretismo. De lo poco que se ha desvelado podemos atisbar a decir que en este escenario se procedería a un lavado de cara constitucional, que revisaría la organización territorial sin alterar por ello la debatida cuestión de la soberanía. Esto sería algo semejante a clonar la actual constitución alterando el material genético que hoy día supura. En términos históricos el PSOE por medio de la adopción de la reforma y de su renuncia al constituyente hereda la tradición canovista de la derecha. Hace gala de la cordura que aconseja el cambio. Desconfiando eso sí de contar con el pueblo para conformar un nuevo sujeto político. Se propone la revisión de un marco, no la enunciación de una nueva nación política.
Este escenario tiene desde luego evidentes ventajas. Permite abrir un proceso de negociación que necesariamente involucraría a numerosas fuerzas políticas. Toda apertura es una ventana de posibilidad. Pero por otro lado esta postura parte de la premisa de la validez y legitimidad del modelo actual. Un instrumento legal inadecuado que no confronta la dolencia profunda del Reino de España. No se replantea su mal postimperial. Es incapaz de asumir el agotamiento de un modelo que nació fenecido y cuestionado. Este escenario muestra tantos riesgos como posibilidades, pero dadas sus posibilidades de éxito, y con ello de apertura, merece una reflexión.
Escenario 3: Llamada al constituyente
Podemos ha hecho gala desde sus inicios de su vocación de llamada al constituyente. Entre sus fundadores se encuentra algunos de los más destacados teóricos críticos del derecho. Por no mencionar la (arrojadiza) influencia latinoamericana en la formación. Estos elementos han convergido en la llamada propuesta plurinacional de Podemos. Propuesta que a falta de constituyente real se anuncia como un marco jurídico federal donde coexistirían cinco naciones: Andalucía, Cataluña, Galicia, País Vasco y España. A pesar de las resonancias territoriales de la propuesta, el corazón de la misma no late en el esquema federal. Tanto Pablo Iglesias como Mayoral, Monedero o incluso Errejón han ofrecido ya suficientes pistas de lo que tienen en mente. La España que dibujan parte del encuentro entre las demandas nacionales interrumpidas (primera y segunda república) con las democrático populares de base comunitaria, que tan bien describe Pisarello. Un modelo tentador donde convergen dos dimensiones: Una territorial federal y otra nacional republicana.
La propuesta tiene elementos originales que encuentran además potentes justificaciones históricas. Podría entroncarse con nuestro constitucionalismo revolucionario. Las teorías de juntas, de concejos, de comunidades. Por otro daría lugar a forjar una idea de lo nacional extensible al conjunto de nacionalidades históricas sin que con ello estas quedasen anuladas. Haría falta desde luego todo un trabajo teórico ideológico de fortalecimiento de esta revisión de la historia. Esta propuesta podría resolver al menos en el medio plazo las problemáticas diferenciales con las demandas nacionalistas. El derecho a decidir viene expresamente definido en esta propuesta. Las ventajas son muchas pero los inconvenientes también.
En este esquema no se resuelve tampoco demasiado imaginativamente el problema de las demandas soberanistas. Es un problema nuevo, para el que el pensamiento republicanista tradicional no encuentra respuesta. Por otro lado la visión de lo plurinacional que privilegia la formación morada (hay más pero se mira sobre todo a Bolivia), a pesar de tener evidentes ventajas en términos de reconocimiento de nacionalidades, adolece sin embargo de concreción competencial clara. El grado de descentralización en Bolivia no es necesariamente más alto que el de la España de las autonomías. Podríamos decir incluso que si en Bolivia las nacionalidades tienen más autonomía, es a pesar del Estado, no gracias a él. Por otro lado plantea un problema de coherencia en cuanto a lo identitario nacional. Lo español emerge como una nacionalidad más entre el resto de nacionalidades históricas. La parte, se confunde con el todo. Con ello el potencial agravio permanece para con el resto de nacionalidades históricas. Por otro quedaría una masa informe, conglomerada, sin una identidad reconocida definida ¿Cuál es el lugar de Asturias, Cantabria, de Castilla, de Murcia, de Aragón, de la Rioja? ¿Acaso meros espectadores? Esta propuesta pese a sus inconvenientes es un interesante punto de partida para la reflexión.
Escenario 3-Bis Apertura confederal
Es un secreto a voces que el momento histórico que se está viviendo en Cataluña puede dar lugar a interesantes formaciones históricas. ¿Y si la proclamación de una república catalana fuese el principio de un proceso constituyente peninsular? A la hora de imaginar un proceso constituyente teóricos políticos y constitucionalistas tienden a proyectar las viejas imágenes centralistas del pasado. Hacer de la historia referente tiene incontables ventajas, pero también evidentes limitaciones. Al parecer, todo proceso constituyente de un hipotético estado español ha de pasar necesariamente por el centro. Tal vez sea este el principal problema para que pueda llevarse a cabo. De hecho, puede que no hayamos terminado de comprender bien nuestra historia política. Miremos brevemente con otros ojos los procesos truncos de nación política popular. Tanto en 1812, como el 1871 o en 1934 no fue desde el centro el marco la senda revolucionaria. En todos estos casos fueron movimientos dispersos, pero organizados en juntas, cantones, comunidades los que marcaron la senda constituyente. Todos ellos fueron derrotados en Madrid. Todos ellos plantearon resistencias, casi hasta la demencia, en lo que se llamó periferia. Esto nos lleva a una pregunta ¿Y si la periferia fuese el centro?
El nuevo confederalismo, planteado entre otros por Ocalam, permite imaginar procesos constituyentes dispersos. Un marco federativo donde la soberanía nacional queda dispersa, pero no por ello disuelta. Pensar desde las periferias, (tal y como demuestran los hechos las partes más activas del cuerpo político), nos permite expandir el punto de apoyo de nuestro pensamiento. Tal vez, España no exista como nación por que no se ha permitido a los pueblos sujetos al Estado español, ofrecer su visión de la misma. Se les ha ofrecido parte del Estado, administración, e incluso cogobierno. Pero nunca formar parte de la soberanía en régimen de igualdad. ¿En qué lugar está escrito que hemos de adoptar la idea imperial de soberanía acuñada por la reacción Francesa? Un concepto tan abstracto, debe estar sujeto a la voluntad de los pueblos.
La lección catalana nos está ofreciendo muy interesantes enseñanzas acerca del cómo se puede experimentar un proceso constituyente en tiempos del nuevo cortismo postmoderno. El aprendizaje debe leerse en términos prácticos y material-organizativos, pero también en términos de configuración soberana y de articulación de clases y pueblos. Extender un proceso constituyente a escala del Estado español pueda tal vez ser imposible, pero la historia de los últimos doscientos años, empezando por el 15m y retrotrayéndonos hasta 1812, nos demuestra que no solo es posible, si no que cuenta con un increíble apoyo popular. La pregunta entonces no es ya acerca de la posibilidad de construir un modelo plurinacional de Estado en España. La cuestión está en cómo hacerlo posible.
Comentarios
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