Con la reciente moción de censura ha resurgido nuevamente el desafortunado debate sobre si puede gobernar quien no quedó en primera posición en las elecciones, algo que también ocurre cada vez que hay comicios autonómicos o municipales. Conviene recordar que son los diputados y concejales quienes eligen al presidente o al alcalde, no los electores de forma directa. Y digo que es un debate desafortunado porque si aceptamos las reglas del juego y sabemos que la democracia española está basada en el parlamentarismo este debate no tendría razón de ser. La tan manoseada Constitución Española de 1978 es muy clara al respecto en sus títulos IV y V: son los diputados del Congreso quienes tienen la responsabilidad de elegir el presidente del gobierno, quien a su vez elige los miembros del consejo de ministros. Esto es, el poder legislativo elige y controla al poder ejecutivo. Creo que no está de más recordar que 38 de los 50 estados europeos tienen sistemas parlamentarios.
En su rueda de prensa de despedida, el ya ex presidente M. Rajoy se atrevió a afirmar, sin ruborizarse, que suponía "un precedente grave en la historia de la democracia española" que gobernara quien no había ganado las elecciones generales. Añadió que Pedro Sánchez había sido "rechazado sistemáticamente por los españoles" y que "no ha ganado unas elecciones nunca". ¿Un grave precedente? ¿Por qué? ¿Acaso la moción de censura no cumplió escrupulosamente todos los trámites democráticos necesarios? ¿Acaso insinúa que Sánchez no goza de la legitimidad necesaria para ser presidente? El discurso, como era de esperar, quedó adornado con las previsibles referencias a los partidos populistas e independentistas catalanes y vascos, como si éstos no fueran democráticos ni hubieran conseguido sus votos por la vía electoral. En palabras de M. Rajoy "un desordenado conjunto de formaciones políticas". El discurso, dicho con claridad, fue un despropósito absoluto, y seguramente perdió una oportunidad de oro para marcharse con dignidad y elegancia.
Una de las ventajas principales de los sistemas parlamentarios con respecto al resto de sistemas radica en el hecho que el consenso adquiere una relevancia mucho más importante que en otros sistemas como el presidencialista. Es decir, en este último sistema el presidente puede serlo con el voto del 51% de los electores y ejercer el poder con absoluta legitimidad, pero siempre tendrá un 49% en frente. En el parlamentarismo, se busca una mayor representación de la sociedad y se "obliga" a que los diferentes partidos con representación dialoguen, negocien y, por fin, se pongan de acuerdo para elegir un presidente.
Como desventaja del parlamentarismo, se suele señalar el hecho que el poder ejecutivo puede llegar a depender excesivamente del legislativo, con lo que la separación de poderes puede quedar atenuada, además de que el partido político mayoritario en el parlamento puede ostentar en ocasiones un poder que podríamos denominar como excesivo. Recordemos si no las mayorías absolutas que ha habido en España desde la recuperación de la democracia.
Me voy a permitir recomendar a M. Rajoy, ahora que dispondrá de algo de tiempo libre, que vea la primera temporada de la serie danesa Borgen. En sus primeros capítulos, Birgitte Nyborg, líder de un partido minoritario, acaba siendo la presidenta del país después de alcanzar un acuerdo de coalición con los laboristas, que son la segunda fuerza, y así se evita la llegada al poder de los conservadores, partido más votado. "El arte de lo posible", se titula el tercer capítulo de la serie. No sé si en España estamos preparados para una serie de ficción como Borgen, pero a tenor de los argumentos que utilizan determinados líderes políticos para desacreditar la llegada al poder de Pedro Sánchez, tengo la sensación de que queda aún un buen camino por recorrer.
No quiero extenderme en exceso, pero creo conveniente insistir en el hecho que en el sistema político español es de tipo parlamentario. Si M. Rajoy o quien sea quiere cambiar las reglas del juego no tiene más que proponer una reforma de la Constitución. Es así, no hay más.
No cabe duda de que son muchas las cosas que están cambiando en España a nivel político en los últimos y vertiginosos años, y era cuestión de tiempo que triunfara una moción de censura para desalojar del poder a un partido condenado judicialmente por corrupción como lo es el PP. En esta nueva etapa, más vale que se asuma más pronto que tarde que la página del bipartidismo hay que pasarla definitivamente y acostumbrarnos al acuerdo y a la negociación entre partidos de forma natural y sana. Y también, por qué no, a tener gobiernos de coalición, con miembros de diferentes partidos. Hace años que eso ya ocurre en diferentes comunidades autónomas y en multitud de ayuntamientos de todo el país. En las democracias de nuestro entorno es lo habitual. ¿Por qué no asumimos de una vez por todas que deberemos acostumbrarnos a la colaboración entre diferentes partidos para gobernar el estado? La salud de nuestra democracia lo agradecerá, sin duda.
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